sábado, 6 de junio de 2009

Landscapes after the last urban rain [Paisajes tras la última lluvia urbana]

(reciclando un entorno hostil según Juan Miguel Pozo)





Confidence, 2002
Mixta sobre tela
Cortesía del Artista
y GEGaleria (Monterrey)


…a Keith Haring,
recordando su magnífica obra:
The Last Rainforest, 1989



“El mundo un flujo de movimientos participando de un tiempo vivo, el del esfuerzo, creación, liberación, la pintura, el pintor. El efímero instante de sensación devuelta, divulgada, se nutrió con el contexto del continuum.”

Georges Duthuit


1.-
Las políticas del Arte Contemporáneo, o al menos, las micro-políticas de lo que hoy día insiste en definirse como el Sistema del Arte Actual, están cada día más disuadiéndose como verdad; o sea, están desintegrándose sobre cualquiera de sus antiguos cimientos para legislarse, etiquetarse o manifestarse como un territorio en demasía movedizo. Ya nada es lo que era, y lo peor (…o lo mejor), es que nada, absolutamente nada, en este sentido, nunca más volverá a ser lo que era.

Para bien, o para mal.


Así… anclados en medio de este territorio de subjetividad que se difumina, el llamado “Nuevo Arte Cubano” que críticos y curadores como Gerardo Mosquera, Osvaldo Sánchez y Orlando Hernández hace más de veinticinco años enaltecieron al punto de rozar el delirio; ya no existe.

Sí, lo sé, esta es una afirmación extremadamente rotunda; y de una radical militancia crítica que implica “desintegrar” o “anular” del mapa -no sólo- un “grupo generacional de artistas” que supuestamente cambió el rumbo ideo-estético de la cultura visual de un país, los cuales muchos están en activo todavía; sino a la vez, hacer “desaparecer” un concepto, una tipología artística, un “modo de ver” (y/o quizás debería decir: “…y un modo de hacer”, ¿verdad?).

Pues bien, en medio de este desequilibrio de nimiedades veloces que se pierden o trasmutan, en medio de este desasosiego de la pérdida, el artista cubano Juan Miguel Pozo Cruz, nacido en Holguín en el año 1967 y residente en Berlín desde inicios de la década de los 90s; es hijo de esa disgregación, es hijo de dos destierros: el destierro de su Isla, y el destierro de su tiempo histórico, el de su giro generacional; el cual, ya no existe. Pero él, por su parte, más que comportarse ante este fenómeno como un “anulador” tácito de la experiencia misma de su memoria, actúa como un “documentalista” que prefiere reciclarla, dejarla como legado, inscribirla como hecho artístico.

Esté donde esté, no importa la Isla. ¿O tal vez sí?

2.-
Para muchos de los que tuvimos acceso a su obra temprana, Pozo, como casi todo el mundo le conoce dentro y fuera de Cuba, es un creador que fundamentalmente desde el Dibujo y la Pintura ha suscitado cierta duda sobre la naturaleza reciclante de su haber. Primero por considerarse a sí mismo un continuador de una tradición de carácter nacional, insular, isleña (la de índole Neo-Barroca); y segundo, porque igualmente eligió disentir de la vertiente de radicalidad conceptual objetualista de finales de los 80s cubanos, para inclinarse hacia una demarcación pictorialista dentro de la vertiente narrativa del Arte Cubano, desarrollando una obra inmersa plenamente en el lenguaje pictórico, sin por ello dejar de implicarse en el contexto de un derrotero discursivo.

Lo cual, nos hizo dudar… ¿hacia donde va este Arte?

Ahora, a casi quince años después de haber apreciado sus primeras obras, creo saberlo. Justo hacia la incertidumbre, es más hacia esa incertidumbre, esa direccional, orientativa, de corte imperativo, hacia ahí se dirige, nunca mejor dicho.

3.-
Detengámoslo un instante.

Cuando digo que el llamado “Nuevo Arte Cubano” ya no existe, lo afirmo por dos razones fundamentales.

Inicialmente porque desde mi percepción personal, los valores, ideales, objetivos y propósitos de ese “Nuevo Arte” que estuvo marcado de un carácter combativo, crítico, radicalizador, interactivo, sociológico y de raíz antropológica (sea este soporte metodológico de tipo estructural, post-urbano y/o puramente etnográfico); ya no exhibe esos característicos rasgos que antes lo distinguían; mientras en el Arte Nacional de la Isla abunda el decorativismo más irreflexivo y la fenomenología epidérmica, casi turística del arquetipo tropical, y el discurso crítico está endémico; y seguidamente, o en segundo lugar, lo afirmo porque es constatable que gran parte de la oleada de artistas que en la Isla emergieron desde la mítica exposición Volumen I (en el año 1981) hasta nuestros días, están trabajando y produciendo su obra hacia el exterior y/o en el exterior; ya que unos se han exiliado, otros han logrado una residencia en el exterior y van y vienen (esa dudosa relación de permisibilidad dual, que poco acabo de entender), y hay unos terceros que viajan constantemente [con Patente de Corzo gubernamental ] “representando al país”, o a sus propios intereses personales en proyectos de índole individual, o simplemente sólo producen una obra de cara a ser exhibida, distribuida, y comercializada en el exterior. Obviando la naturaleza lectiva de su público natural; léase: el cubano.

4.-
Pues bien, regresemos.

En este contexto de desarraigo e hipocresía, o juegos de estrategias y políticas legitimadoras, Pozo, abrió una brecha en el panorama plástico insular a inicio de los 90s con una obra de significativa deriva citatoria del quehacer de Keith Haring, pero tropicalizándolo, como si el maestro de la Vanguardia Histórica Nacional René Portocarrero hubiese vuelto a nacer en los tiempos de una vida post-industrial, de las manos de Pozo. Lo cual dotó de frescura jocosa, graffitera, citatoria y burlona, su producción; en medio de cierta solemnidad signada por la desbandada de artistas que la diáspora estaba imponiendo, como si dignificara el aliento de la posibilidad de volver a reír dentro de un ambiente social entristecido.

Sobre todo, porque su obra participada del descaro adolescente de quien no le avergüenza decir: “me gusta ese manierismo, déjame ver hasta donde soy capaz de llevarlo” …al límite del solipsismo, hasta la sobredosis sensorial, la neurosis obsesiva, la actitud casi iconoclasta del joven estudiante irreverente.

Un camino en apariencias esquizoide, de matiz o carisma terapéutico que igualmente deambularon artistas como el siempre cambiante maestro Nelson Villalobo, de quien recuerdo obras como “Aquí son numerosos los atropellos” del año 1995, o su serie de dibujos: “Buen mirar de ojos, de 1996, mezcla exquisita de Portocarrero, Amelia, Dubuffet y Haring, a lo Villalobo Style; o creadores más contemporáneos a Pozo como Enrique Silvestre y Vladimir Llaguno.

Sin embargo, Juan Miguel -todo hay que decir- siempre se distinguió de ellos por dos signos muy obvios; un deje cartelístico (como ya dijimos: graffitero, disculpen la reiteración) de evidente sentido Neo-Pop, verbalizante y escritural, y cierto humor corrosivo, y la vez, de cierto cinismo decorativo . Con una obra que bien fue “despreciada” (poco menos que marginada) previamente por ciertos círculos conceptuales, puritanistas, excesivamente militantes dentro de las corrientes verbalizantes del Arte Cubano en los inicios de los 90s; porque su estética pecaba de jocosa, pastishera y citatoria. En otras palabras, sinvergüenza, carnavalesca.

Una situación que claramente me pareció en su momento cínica (en el sentido clásico del término); pues a decir verdad, ese llamado “Nuevo Arte Cubano” de mitad de los 80s, aquel que tanto veneraban en su puritanismo este sector escolástico de la crítica y el mundillo artístico insular, realmente estaba cargado de esa

naturaleza desenajenada ; de la Pozo hacía gala, no más habría que citar ejemplos como los de Lázaro Saavedra, Ciro Quintana, o Segundo Planes, para graficar esta certeza. Sólo que quizás su eficacia resolutiva (la de Pozo) influyera demasiado negativamente en los resultados finales de sus objetualizaciones plásticas, como para tomarlo en cuenta, o como para dejar percibir en ese decorativismo de Pozo una crítica irónica a lo menguado del espíritu neo-conceptual y post-minimal, casi povera, de lo que en la moda noventera de los oficialismos insulares, estaba imperando.

Un dato como curiosidad, desde mi conocimiento, sólo los artistas gráficos, los grabadores, serígrafos, diseñadores o fotógrafos hallaron en el que quehacer de Pozo, “un pozo sin fondo”; donde dejar caer sus inquietudes, bromas, lamentos, placeres y vicisitudes. Quien sabe si, porque como ellos, él también participaba de cierta marginalidad oficial, bendecida y envidiada por los marginados.

Entonces, vino el autoexilio; gracias a un golpe de dados. “Como siempre el azar, signando nuestras vidas…” -diría Lezama-.

5.-
Ahora, hagamos un poco de historia, de ese paradojal status marginal.

Ante la imposibilidad de “hacer carrera” dentro del panorama plástico nacional, Juan Miguel Pozo dedicó parte de sus esfuerzos pictóricos a sobrevivir. ¿Y cómo lo hizo? Realizando una obra escandalosamente cínica, esta vez, carnavalesca, a lo Bajtin, o a lo Severo; de puro desparpajo y gozo; la cual vendía a muy bajos precios en mercados feriales improvisados que muchos artistas cubanos establecieron para el turista recién llegado a la Isla. Con él otros artistas -digámosle “serios”- ya habían optado por este reciclante espectáculo de visualidades mezcladas “hechas estereotipadamente para el exótico mirar del turista”; Yanoski Mora, y Ángel Delgado, fueron unos de ellos. Donde el único slogan que se imponía, más allá de la represión política o la tiranía estética-conceptual del oficialismo instrumental, era aquel que rezaba: TODO PARA VENDER .

Ese fue el accidentado contexto donde lo conoció, azarosamente, Hans Mayer, uno de los galeristas y coleccionistas más importantes de Dusseldorf (uno de los principales promotores de la obra de Keith Haring y Jean-Michel Basquiat en tierras germánicas); quien luego de comprarle gran cantidad de obras, maravillado por su “atípico modo de reciclar el espíritu urbano tropical”, conectado evidentemente con el hacer de creadores como Haring y Basquiat, o incluso con maestros anteriores como Rotella, o Polke; le propuso venirse a Alemania a exponer en su galería.

Hecho que en la farándula artística habanera es una especie de “mito urbano”, del artista marginal descubierto por el poderoso occidental; algo que casi todos anhelan y casi nadie tiene la valentía de decir. Sin importar siquiera la actitud despótica neo-colonial que este sesgo significa. Lo que importa es huir.

6.-
Tras su llegada a Alemania, con la suerte de su lado, gracias a una muestra personal en la prestigiosa Galerie Hans Mayer en Düsseldorf, con todo el apoyo mediático y de promoción que una muestra de lanzamiento de este tipo implica; su obra sufre lo que en Cuba llamamos un “atracón”, un “proceso de empacho”, luego de no digerir bien una comida, en este caso, una cultura: La Occidental Alemana. O sea: se intoxicó.

En cambio, esa intoxicación, para Pozo más que nefasta, fue favorable.

Contrario a lo ocurrido con algunos de los artistas cubanos recién llegados al territorio hostil que es el exilio, que sufrieron las gratuitas prebendas de la soledad y el desarraigo, o el desconectarse de un contexto al que estaban muy ligados, no sólo emocionalmente, sino a su vez, iconográficamente (tal el es caso de Ciro Quintana, Adriano Buergo, o Glexis Novoa, cuya obra sufrió un cambio radical, que evidenció cierta desorientación y extravío traicionero); Pozo, el cambio de contexto, del Insular Tropical al Europeo Alemán, le vino perfecto -“como anillo al dedo”- para que su obra participara de un evolución que le beneficiaría considerablemente.

Dado el caso, que el quehacer de Juan Miguel venía (desde sus tempranos comienzos) muy ceñido al ambiente urbano trans-local de la gráfica, la moda, el cartelismo, la música rock, el universo publicitario y propagandístico; Alemania y su despliegue Post-Muro de igualitarismos exacerbados, le ampliaron el horizonte visual de su “mentalidad collage”. Igualmente, paralelo a su proceso de integración en el contexto europeo, se ha dado un proceso progresivo, de puro marketing y devaneo de mercadotecnia, del “Nuevo Arte Alemán” más allá de sus fronteras; con lo cual, el poli-culturalismo visual del que Pozo era testigo, víctima y victimario, funcionó a la perfección con el “nuevo paradigma pictórico alemán”, cercano al imaginario post-socialista, post-utópico; y tremendamente urbano. Con lo cual, su obra se integró de forma fluida dentro del nuevo contexto que ahora lo acogía .

7.-
Sin embargo, si de “algo” le sirvió a Pozo su etapa de formación cubana, fue para aprender a reciclarse a sí mismo desde los soportes de una metodología conceptual, o más que conceptual, verbalizante, analítica, y autoreferencial. Para hacer coincidir su vitalidad autobiográfica, con la vida cotidiana de sus nuevos coetáneos; donde quizás el utópico sueño socialista de un “Arte para Todos” de carácter social, se dejase deslizar como un aceite velador que patinara su obra actual. Y además, mantener el sarcasmo, la carcajada perenne, de quien no tiene nada que perder en cada instante.

Lo que podríamos llamar la “Obra Alemana” de Juan Miguel Pozo, aún cuando esta nomenclatura suene a una metonimia, para quien ha hecho más carrera profesional en Alemania que en Cuba o en América Latina , podemos entenderla desde el entendimiento de una realidad latente que cambia en cada giro que efectúa Europa.

Berlín, la ciudad en la que Pozo vive desde hace años, es uno de los nuevos escenarios más interesantes y fulgurantes del Arte Actual, donde la Cultura se mantiene como un Animal Vivo, agresivo, voraz, indómito; donde el rocambolesco devenir se dignifica desdoblándose diariamente en el biorritmo de una dialéctica veloz e impactante. De ahí, que la velocidad de reacción ante la obra de Pozo resulte efectiva y locuaz, de primera lectura. De ahí, que la política del pastishe que en su obra se da, ideologice una nueva naturaleza que no es un bodegón muerto, sino… un teatro donde las actuaciones histriónicas del presente se vuelven estampaciones de una realidad ciberpunk, meta-lingüística talvez, pero de rango cosmopolita y extremadamente politizada. A la vez, que se manifiestan como representaciones pictóricas directamente sacadas de la mente de un “documentalista reciclador” de realidades palpables, hostiles (¿o no?), íntimas y públicas, pero al alcance de todo mortal que a ellas quiera tener acceso.

Lo demás, es verborrea barata. Sólo chatarra, como ese muñeco roto que tras la última y tóxica lluvia urbana terminamos en ser, como oxidándonos… a cámara lenta. Mientras el mundo, como un flujo de movimientos infinitos, participa de un tiempo vivo.


Granada, España
Primavera, 2007.