domingo, 8 de noviembre de 2015





Retrato de Marina Vargas frente a una de las piezas que integran la serie Ni animal tampoco ángel, CACMálaga, 2015
Foto Cortesía CACMalaga



exploto
como una fétida       granada         rosa          e insípida
en tu cara     
exploto
como un beso           inflado
me aferro a tus párpados hasta verlos             sangrar
dejarlos          huecos
para que veas                      en mi
el demonio que oculto               domesticado
          atado a la belleza
como atado está          a la belleza
quien inyecta en sus venas
la droga del paseante
que en el infierno
ve            belleza
como si fuese
                           fucsia
su pobredumbre aliento
a sangre seca.




[voluta amorfa]




Las Palmas de Gran Canaria, España
24 de Octubre de 2015




a mi querida amiga marina
por sus recientes obras
escultóricas



sábado, 25 de julio de 2015

hay
muchas
formas
de perder
la cabeza

hay
muchas formas
de hacer
que
una cabeza
se pierda

[…]

dejarla
caer
como un melón
contra el asfalto
vaciarla
  y
llenarla
 de silencios
separarla del cuerpo con el hilo invisible de los sueños
hacerla
 esquizo
disparate anacrónico
en medio
     de un paisaje
                   baldío
doparla
con las sustancias
leves
del olvido
las drogas del amor
las malas mañas

o
   ahogarla
en el amargo
mar
de
la soledad
y la muerte

esa muerte
que un guerrero
trae a cuestas
como lastres
benignos
-para él-
dañinos
tóxicos
o
    enfermizos
para el resto

[…]

hay
muchas formas
de hacer
que
una cabeza
se pierda
     pero
la más fácil
es
ofender

-en
la futilidad
inútil
del soberbio-

… a
baba.
[agyacuna]

Las Palmas de Gran Canaria, España
22 de julio de 2015.

a omiguere
-mi madrina
que oloffi, oloddumare
y yemaya la bendigan-
que me enseñó
el significado
de mi nombre


ashé.

miércoles, 11 de marzo de 2015



Arnaldo Roche Rabell conversando con Alvaro de Benito 
en la inauguración de su muestra en el CAAM, Marzo de 2015



ARNALDO ROCHE
En azul: señales después del tacto (frottages)

a Walter
por su tesón


Casi todo, en una diáspora, está diseñado para zozobrar.
Iván de la Nuez
Mapa de sal

1.-
La pintura es siempre algo cercano, ella por el modélico sistema desde el cual se fabrica es siempre una experiencia próxima, casi privada. Incluso cuando hablamos de obras de grandísimo formato (aquel que en el lenguaje del mercado del arte se denomina: “de museo” porque sobrepasa la probabilidad espacial de lo doméstico) hay en su hechura una proximidad exagerada, los artistas/pintores que trabajan grandes formatos se abalanzan sobre los soportes que soportan sus obras, se lanzan sobre ellos, se deslizan como verdaderos acróbatas sobre sus pinturas[1], y el resto, trabaja desde la cercanía casi miope de sus detalles, de sus artificios para hacerla una trampa visual, una carnada que nos haga morder el anzuelo de nuestras retinas. Este juego de representación, subjetividad, sugerencias poéticas o fórmulas atrayentes para la mirada ha hecho de la Pintura un ejercicio de fascinación universal. De hecho, casi todas las pinturas que realmente “funcionan” por decirlo en el argot del discurso crítico, en la historia del arte, cuando la ves directamente, en persona, te preguntas: ¿cómo están hechas?, ¿por qué están hechas así? Y no de otra manera, y así… hasta creársenos un bucle infinito en nuestro intelecto y la pintura nos atrapa para sí, nos hace de ella, nos embruja con la vacuna de la incertidumbre.

2.-
Arnaldo Roche Rabel puede que sea uno de los últimos artistas del contexto iberoamericano que conoce estás relaciones de cercanía y distanciamiento de cómo se hace la “gran pintura”, pensada ésta como nos indicaba que deberíamos de enfrentarnos a la Pintura Barroca el maestro Eugenio D´Ors; así como una relación contemplativa de miopía e hipermiopía recíproca. Y digo esto, de manera tan tajante, porque su relación con el hecho pictórico viene desde una sincera introspección que se visualiza a través de una actividad confesacional, en tiempos en los cuales el desdoblamiento de nuestro ser para la construcción de un paradigma teatral es lo que impera como práctica social generalizada, con lo cual, su naturaleza confesacional lo trasmuta en una excepción.
Nacido en Puerto Rico pero formado en Chicago, ciudad en la que estudió y vivió durante años, Arnaldo por una condición descentrada (no estaba en New York, ni en California, ni en Miami, léase: el exilio natural de “lo latino” en Estados Unidos) se ha distanciado de las carreras artísticas promovidas bajo la égida del “Arte Latinoamericano”, para convertirse en una rara avis, un animal incómodo, fuera de juego, dislocado de su focalidad natural, lo cual le dio una independencia relativa que le ha procurado una producción mucho más libre.
Una carrera de algún modo más pausada, con un tempo que ha estado mucho más ligado a la investigación en las formas que le han procurado una identidad que se distingue como acierto final reduccionista de una suma totalizadora de hallazgos. De ahí viene, entonces, que sus proximidades estén más asociadas a un infatigable Leon Golub -con quien tuvo una cercana relación-, o a la nueva generación de artistas post-expresionistas alemanes afiliados hacia lo grotesco, en un momento en el cual el esteticismo fotográfico tomó el protagonismo a escala internacional. Y desde las intromisiones historiográficas de Mark Tansey, a pesar de que ambas obras distancian muchísimo una de la otra; las preocupaciones de Tansey sobre la Historia de la Pintura y las maneras de enfrentarse al soporte desde las técnicas del grabado clásico y desde el frottage, lo acercan a Roche. O viceversa[2].
Ambos cuestionándose directamente la capacidad narrativa de una Pintura que se niega a la obviedad de la representación y que apuesta por la construcción de un relato simbólico de corte mitológico, el primero de ellos, Mark, enfocado en cómo se gestó la construcción del “Mito Americano”, y Arnaldo, percibiendo su trabajo como el resultado de una deriva de sí mismo que lo salva de toda grandilocuencia, de toda vanidad humana, de toda locura, y lo refugia en la construcción de su “ser insular”, su ser de Isla.  

3.-
Desde esta noción de hombre-Isla, léase: isleño, y tras los devastadores y traumáticos sucesos del huracán Catrina y del Tsunami asiático del primer lustro del milenio, la obra de Arnaldo dio un giro monocromático, un giro en el cual el color azul toma una dimensión más que simbólica, histórica o casi épica.
Una década después de esta radicalización estética, En Azul: señales después del tacto (frottage) es primera muestra individual en un museo Europeo, muestra en la que se recopila una selección de obras que el artista ha trabajado en estos años en torno a cómo el azul-mar-agua invasora y/o bautizo sagrado, nos signa.
Siendo así, este proyecto expositivo -tras su muestra Azul comisariada por Liliana Ramos en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Puerto Rico, en San Juan- el primer acercamiento a su última producción de quien es posiblemente uno de los creadores puertorriqueños de mayor prestigio nacional e internacional, quien esta vez habla desde una perspectiva nuevamente universalista.
Esta distancia temporal nos ha dado la cobertura necesaria para intuir cómo Arnaldo ha re-evaluado lo que antes era una revisión mitológica hacia una reconversión del mito de un modo más íntimo.
Si bien la obra de Roche primeramente tuvo connotaciones narrativas mitologizantes, en las cuales revisitaba la historia del arte a través de sus mitos,  ahora… desacraliza el mito convirtiéndolo en narración cotidiana, en fe hecha relato natural socializado, aún cuando este socializado a través de un eterno autorretrato.
Sobre el recurso del autorretrato como leit motiv muchos artistas han debatido la falacia egocéntrica narcisista que se argumenta como una vanidad potencialmente rentabilizable según el discurso crítico, al argüir que haciendo uso del mismo como proceso de introspección en tanto el retrato (siendo el autor) se desdobla de sí y se proyecta como espejo de los otros.
Para ser sinceros, en el caso de Arnaldo, creo que trabaja desde el autorretrato para articular una oportuna combinación teatralizadora de ambas posturas; por un lado, la netamente narcisista de auto-reconocimiento ante el espejo y la de mejor modelo para argumentarse espejo de los otros.
Por ello, el azul.
El azul es el tinte del azogue del espejo.
El tiente que tiñe toda la realidad del isleño.
La invasión espacio-temporal del cielo y el mar al unísono.
El azul anula el sentido de mapa. O hace el mapa una abstracción abrazadora, que quema (como “hielo que quema”, esa metáfora fría del agua congelada que tanto me gusta y cito)  y “abraza” (de abrazar), arropa, envuelve.
En un principio su visión del color relativiza la realidad saturándola, dotándola de una sobredosis ultrasensorial que barroquiza como si hubiese leído muchísimo a Alejo Carpentier y sus divagaciones sobre “Lo real maravilloso” o de Severo Sarduy sus fabulosos “Ensayos generales sobre el [Neo-]Barroco”, hurgando en la construcción de nuestra identidad caribeña como una posible mitología diferenciadora, sumatoria, inclusivista.

4.-

En este orden de estrategias, Roche se emparenta (posiblemente sin él saberlo) con otros dos artistas del Caribe quienes de manera simular emulan con las especulaciones literarias/antropológicas de cómo se construye nuestro ser, entroncándose con los saberes ancestrales de mitologías religiosas ancladas en nuestras islas; hablo del haitiano Eduard Duvall-Carrie y el cubano José Bedia, ambos actualmente residente en la cálida Miami.
Solo que a diferencia de Bedia y Duvall-Carrie, quienes profundizan en fabular ilustrativas “propuestas de alfabetización” (como dijera en broma Bedia refiriéndose a la incultura de Occidente de nuestras “populares culturas primalistas”) de cómo son los cultos afroamericanos transtlánticos del antiguo Reino Vudú (según EDC) y el desmembrado reino Kikongo (según JB); Arnaldo opta por intentar comprender el enraizamiento en nuestra cultura insular de la religiosidad judeo-cristiana.
Como quien se pregunta constantemente cuál es el sentido de su existencia ante un Dios (siempre enjuiciador y todopoderoso) en los tiempos de los incrédulos, Roche Rabell se enfrenta al arte en un diálogo abierto con su fe.
Una fe que -según el propio artista enuncia- lo salva de la locura, lo salva del pasado, de la tristeza, del dolor, del desgaste cotidiano del acontecer, propiciándole el argumento para una obra que lo trasciende y se le escapa.
Una escapada, fuga o escaramuza que iguala su existencia a la presencia permanente del agua en la vida del isleño.
Como si Arnaldo Roche Rabell debatiera “una conversación inconclusa” (esa manera en que Stuart Hall define la construcción de la identidad, que recientemente Octavio Zaya nos recordó) con la poética de Virgilio Piñera y su “peso de la isla”, su carcelario sentido del mar como regalo/castigo, donde es el azul el lugar/color donde el tacto de su físico le recuerda que está vivo.
Aquí en este presente y no otro. En esta dimensión territorial y no otra.  
Para desvelarnos allí donde la belleza se asienta como una mirada autocritica desde un hacer desde-y-mediante la proximidad, desde la cercanía carnal de las cosas, cómo el raptado espíritu de ellas se hace cosa artística, cosa imperecedera, que la pintura momifica y deja estancada como reliquia.
Anclando ante nuestra mirada las huellas de su tacto, hecha obras, trazos, trocitos de óleo recortado, rayonazo rasgado al cromatismo, oleaje que te salpica el rostro,  olor que inunda el sentido húmedo casi sexual de nuestro ser, grito dramatizado que se contiene y ríe.
Un dramatismo (gestual y narrativo) que igualmente lo acerca a otro creador igual cercano a Golub e igual fuera de toda “nomenclatura exótica latina”, hablo de Enrique Martínez Celaya, o de un creador mucho más joven que ambos, como Hernan Bas, los tres cargados de una intensidad dramática que rebasa la tabula rasa de las simetrías austeras del clasicismo, yendo hacia un lugar simbólico donde lo pictórico, supera lo real.
Sólo que mientras ellos insisten en regresar a una pintura íntegramente gestual y autoreferencial, Arnaldo se adentra en una especie de "decalcografías pictóricas" que sólo me recuerdan las decapaciones del ya nombrado Mark Tansey, o los yuxtapuestos re-pintados de Jasper Jonhs.
En un lascerante esfuerzo por dejar su Pintura como un “registro casi fiel”[3], pero ficcionado -como toda obra de arte hecha lenguajes- de su visión del universo.
Un universo, que a pesar de la diáspora, se niega a zozobrar.
Y definitivamente, si aquí estamos, lo logra.
  


Las Palmas de Gran Canaria, España.
Diciembre de 2014.








[1] Todos tenemos en nuestra memoria (de ávidos observadores o estudiosos del arte) las imágenes de Jackson Pollock casi dejándose caer sobre sus telas horizontales, regándolas con sus drippings, por citar tan sólo un ejemplo.
[2] A pesar de que esta sea una perspectiva muy personal nuestra que nunca hemos dialogado con el artista.
[3] No en balde no sólo modelos humanos ha frotado Arnaldo, también objetuales, automóviles, mesas, sillas, floreros, cómodas, repisas, marcos, adornos varios, como si el artista no estuviese argumentando una “cartografía arqueológica del sentido del tacto”, diciéndose esto yo lo toqué, lo tuve entre mis manos.

sábado, 31 de enero de 2015


Imagen de Invitación de la muestra recién clausurada.


Pieter Hugo, “Abdullahi Mohammed with Mainasara Ogere – Remo, Nigeria”, 2007. 




PIETER HUGO: AFRICA DAYLIFE
O de cómo hacer de la fotografía un dispositivo que descubre esquirlas ocultas de lo real


A BMR
por abrirme los ojos hacia África


En su ensayo La fotografía como objeto débil [1], el teórico y crítico de fotografía actual Juan Antonio Molina expone claramente cómo la práctica fotográfica de las últimas décadas se posiciona frente a “lo real” como un instrumento de de(s)velación / re-velación. Mucho más si la misma (léase: la fotografía) es practicada desde territorios periféricos (o para ser más específicos, desde esos territorios ajenos y a veces no tan lejanos de las metrópolis post-industriales de Occidente), justo porque desde allí frente a la “dureza frontal de lo real”, lo fotográfico se convierte en una realidad débil pero presencial, tácitamente presente y al alcance de todos como dato visual, como testimonio o micro-relato subalterno disidente. Como si en y desde esta periferia geo-política se hiciera un uso más radicalmente crítico de lo fotográfico para desvelar verdades ocultas con las que conviven, las cuales, el poder silenciador del establisment prefiere obviar.

En esta misma tesitura crítico-discursiva está claro que si algo ha distinguido la práctica y el uso del lenguaje fotográfico en los últimos años es que el mismo se ha convertido en un sistema cognitivo, o sea que los imaginarios que la fotografía actual generan se trasmutan en información cultural sedimentada como un saber, un legado, un archivo constatable (sea este real = documental, manipulado = ficcional, o simbólico = artístico).  

Pues si has nacido en Johannesburgo, Sudáfrica, para ser más concretos en el año 1976, pero resides en Cope Town, si eres un hombre blanco y has vivido el histórico proceso de transformación nacional Post-Aparthied, como es el caso del fotógrafo Pieter Hugo, es normal que te sientas “algo fuera de lugar”, como desencajado, en borde de todos los límites, y también sería normal que esta aptitud y actitud vital se traspase a su ejercicio profesional, el cual termina siendo un relato óntico de lo errático de lo que te rodea, hablando de “lo óntico” en el sentido heideggeriano del ser y estar en un lugar que se define como propio.

Esta condición transitoria de trasvase, de transición genera en el espíritu humano cierta inconformidad permanente, cierto estado radicalmente permanente en crisis, como dialéctica natural de su existencia. Tal es el caso de Pieter Hugo, en su fotografía la disconformidad con lo retratado, o con “lo que se espera de lo retratado” es siempre una latencia inconforme, nunca es complaciente, nunca es estética, nunca es preciosa. Más bien se comporta como una apuesta por la brutalidad grotesca de lo real para subvertirlo como hecho, como factótum. La imagen que el fotógrafo nos regala es siempre un golpe bajo, un bofetón, una patada visual para despabilar nuestras neuronas, infestadas éstas de “imaginatis-masiva”, ese virus que anula la capacidad de diferenciación entre una masacre y la noticia de un atraco, entre el real horror de la guerra y la ficción narrativa de un adolescente entretenimiento lúdico, entre un paisaje devastado post-bélico y un “naturalista”[2] paisaje desértico.

En la llamada Nueva Fotografía Africana que profesionales como Okwui Enwezor y Octavio Zaya han focalizado como una post-colonial nota discordante, este espíritu de diferenciación irreverente abunda como negativa negociada de la otredad, ya que entre estos nuevos fotógrafos africanos se toma como micro-política de disentir el evitar reproducir los estereotipados clichés de revelarnos una colonizada África bella, exótica, pletórica de eufemismos. Algo que la fotografía occidental otrorizante recalcaba hasta finales del siglo pasado.

Pieter Hugo pertenece a esa generación de inconformistas y series suyas como Error permanente o NoHollywood grafican con claridad abrumadora esta estrategia de destape de realidades paralelas silenciadas, donde “lo africano fotografiado” no es lo que se espera por la mirada occidental de un contexto poliédrico, en constante transformación, un contexto post-apocalíptico, mestizo, cambiante y en ebullición social, personal y transfronterizo, logrando así un panhumanista imaginario post-racial, o post-étnico.

Dada esta singularidad de su capacidad de observar rebeldes focos de excentricidad, esta amplia muestra retrospectiva que hoy en día el CAAM y Casa África acogen, rotula su nombre junto a los grandes fotógrafos del nuevo milenio, ahora tenemos ante nosotros una rotunda travesía por los intersticios que cartografían un misterioso territorio desconocido donde se debe estar para ser, que Pieter Hugo poco a poco nos revela como contraste, como valiente punto de inflexión donde lo real es debatido por lo simbólico, y lo que queda es un diario íntimo de diferencias y semejanzas, de re-trata-mientos sociales y representaciones personalizadas de lo que vendrá. El futuro del hombre africano, un futuro -como el de todos- incierto.


Palmas de Gran Canarias, España
Verano de 2014.



[1] Texto inédito recopilatorio que agrupa un conjunto de varios ensayos, artículos y conferencias referidas a sus observaciones y estudios sobre lo fotográfico como lenguaje y práctica que el autor, es decir Molina mismo, impartió en el CAAM en junio del año 2011 en un curso de magistrales clases bajo el titulo de La fotografía como objeto débil. Un ensayo o ideograma conceptual que le ha valido a Molina argumentalmente para equiparar “el pensamiento débil” de Vattimo con la fotografía como práctica visual, artística y/o extra-artística, ya que ésta, como el pensamiento filosófico, es post-moderno e incluso cuna del fin de la modernidad o catalizador de dicho fin.
[2] Empleado aquí el término en su sentido académico.