lunes, 21 de noviembre de 2016


Luis Gómez Work in progress, 2016


MATAR A BEUYS o nuevo totem, nueva bara de dios, la lengua del nuevo poder (divino... o diabólico).

el trabajo de luís gómez ha estribado desde siempre en torno a la idea de los lenguajes como herramientas del poder, quizás indagando en cómo el poder secreto de los lenguajes dominan nuestras emociones e ideologías a través de la fe y un conocimiento oculto que rodea las cosas que nos rodean.

en apariencias en su cercanía (o su acercamiento) con los nuevos lenguajes de la tecnología se ha distanciado de aquellos inquietantes saberes ancestrales de los que inicialmente su obra -desde siempre- habla; desde mi punto de vista, ahora su obra es justamente mas espiritualista que nunca, porque se nutre de una iconografía arepresentacional en un universo inundado de imaginarios y representaciones vacías.

tal vez porque luís sabe que no bastan las formalizaciones del lenguaje sino también las materializaciones del mismo. por eso es tan importante en su producción cómo se hacen las obras, de qué materiales, nada más animista que esta elección. material por material. soporte por soporte. qué une cada capa, que la aguanta, su poder físico o el poder simbólico de lo que significan. por esta metodología tan claramente evidenciada esta pieza demuestra esta idea de una manera magistral..."al césar lo que es del césar"... como dicen en mi habana natal: "aprendan muchachos, aquí tienen unas clases".

viernes, 4 de noviembre de 2016

LOS FÓSILES AMADOS
(una primera aproximación a la obra reciente de Silvana Pestana)

Serie: Oro Negro, 2015/2016
Fotografia y técnica mixta sobre madera
Cortesía de la artista & Nova Invaliden Galerie, Berlín

Lograr la construcción de un relato propio y reconquistar su realidad desde la herencia simbólica, y para ello emplear la arqueología como epistemología constructiva, como metódica dadora de fabulaciones autómatas capaces de traspasar el tiempo, es lo que hace la obra de la multifacética artista peruana Silvana Pestana.
Además lo hace desde una inusual combinación de lenguajes artísticos contemporáneos, donde lo imagen fotográfica dialoga con objetos escultóricos instalados en el espacio y viceversa.
En nuestro contexto latinoamericano e iberoamericano -estaría mejor decir- del arte producido y/o generado incluso fuera del mismo, la memoria y el discurso de su historia es un pilar fundamental de nuestras actuaciones, ya sea por omisión y por añadidura, pues desde el punto de vista argumental somos una comunidad artística enmarcada (o que contradictoriamente huye de toda referencia que intente enmarcarla) en un devenir en plena construcción.
Una construcción que viene de su transitorio pasado colonial que hoy día evoluciona hacia un actual tiempo post-colonial de crecimiento propio, independiente, descentrado de los jerárquicos estados centralistas de Europa y Norteamérica; un tiempo donde estamos en el momento exacto para reconstruirnos.
Con el auge del lenguaje fotográfico -sobre todo con la proliferación de la Era Digital y su fácil acceso, producción y distribución- como mecanismo de activación del archivo visual como instrumentalia significante, muchos son los creadores que desde las últimas cuatro décadas ahondan en la investigación en el Discurso de la Historia o la restauración de nuestra memorabilia, como herramienta de legitimación y visibilidad de una diferencia nuestra.
Entre ellos destacan Rossángela Rennó, Alfredo Jaar, Graciella Sacco, Luis González Palma, Geardo Sutter, Maruch Sántiz Gómez, Marta María Pérez Bravo, Teresa Serrano, Betsabeé Romero, Fernández Sánchez Castillo, René Peña, Rubén  Ortiz Torres, Guy Veloso, o Javier Castro. Pero igualmente desde otros lenguajes -como el dibujo- que toman el material fotográfico como documento en sí, artistas como Fernando Bryce generan todo un arsenal argumental con el archivo de nuestros recuerdos visuales como eje protagónico. O el mismo José Bedia, quien no sólo desde lo fotográfico se acerca a nuestra ancestralidad, pues él practica directamente le antropológico estudio de campo, asi como el habitual ritual investigador de un bibliotecario académico, antes de abordar cualesquiera de sus excelentes series en las que contrasta sobre la tenaz “persistencia del primalismo” -como llamara Robert Farris Thompson a los pueblos ancestrales y originarios-, en nuestra atemporal contemporaneidad.
En cambio, pocos han pensado en la escultura como el lenguaje desde el que abordar la memoria de nuestras culturas ancestrales y/o populares.
En este sentido, la combinación que propone en su trabajo Silvana aporta un nuevo componente analítico, un añadido estético a dicha investigación, y dicha representación de nuestra memoria[1].
Tras sus primeras instalaciones en las que la pintura expandida hacia lo fotográfico y lo fotográfico hacia lo objetual se mezclaba, como por añadiduras residuales Pestana fue incorporando a sus obras cierta mentalidad collage que se hizo sumatoria, inclusivista, donde todo lo hallado es sumado.
Donde cada fragmento se convierte en soporte contenedor de contenidos poéticos y cada roce se hace una huella.
De ahí el tanto trabajar con delicadas y tradicionales láminas de pan de oro.
El pan de oro es lo que para Enrique Martínez Celaya es la nieve.
El oro es el símbolo del poder, pero también es el símbolo de una belleza antigua. Es el símbolo de lo tocado, lo dado por los dioses, es un metal precioso, preciado y escaso.
En Perú la minería ilegal en el Amazonas es una de las grandes problemáticas del país, pues la artista la retrata investigando en qué repercusión social tiene en el individuo actual, una practica del Virreinato de España, donde la ancestralidad del saqueo es ya un tara intrínseca en nuestra idiosincrasia cultural, donde el abuso es la palabra clave, donde el desasosiego es el resultado inmediato, donde la devastación, confronta belleza con muerte.
Igualmente, Silvana hace cohabitar en los espacio expositivos donde sus obras se enclavan una especie de añejamiento en la facturación que está sujeta a su dominio de las formas académicas, representacionales, de un lirismo perfeccionista, donde la elegancia se hace seductora, pero esa seducción engaña al ojo del espectador que se aproxima a problemáticas que hubiese desdeñado de estar frente a ella en el espacio obsceno de lo real, en la selva misma.
Por ello, el galvanizado -una técnica ancestral indígena- de las plantas y frutas, convertidas en fósiles. Este simbólico uso metálico de la naturaleza que la desnaturaliza y la hace símbolo, joya, emblema de fuerza.
Como si con un recubrimiento metálico le robase a la naturaleza un testimonio para inmortalizarlo, para paralizar el tiempo no a través de lo fotográfico sino a través de lo escultórico. Es como retener la memoria de las plantas con esa técnica ancestral, fosilizándolos a través del metal, convirtiéndolos en: "nuevos fósiles de la memoria".[2]




Serie: Galvanizados, 2016
Baño de Cobre sobre vegetal del Amazonas
Instalación
Cortesía de la artista & Girsberg Gallery, Lima

Este gesto tiene entonces toda la importancia histórica del Nuevo Arte Peruano (donde encontramos artistas como Fernando Bryce, Jota Castro, los hermanos Martinat, Cecilia Paredes, Sandra Gamarra, Milagros de la Torre, Elena Damiani, Andrés Marroquín, Giancarlo Scaglia, Huanchaco o Nicole Franchy quienes se argumentan ideo-estéticamente -desde el punto de vista metodológico- desde, por y contra la Historia, desde la restauración, pero en su caso Silvana se distingue porque es muy intimista, y ese intimísimo lo emulsiona de una pátina menos política, menos conceptual, más poética.
Además desde el pinto de vista referencial, cuando estoy frente a su obras, solo recuerdo a dos artistas en ese nivel de poesía y atmósfera: Kiki Smith y Tunga. Aunque ahora que lo expreso, ya que antes lo cité quizás exista un tercero: Martínez Celaya, pues ambos generan una poesía atmosférica, totalizadora, casi novelística. Y ese aspecto denota su profundidad, su desarraigo, porque del desarraigo va gran parte de su quehacer, en ambos, en el de Enrique y el de Silvana. En Enrique del desarraigo de quien se exilia y rehace su vida paso a paso reconstruyéndose una mitología propia, en Silvana el desarraigo de quien lo perdió todo, se lo arrebataron para ser más exactos, y está restaurándola pieza a pieza, fragmento a fragmento.
Sólo el desarraigo tiene dentro de sí como experiencia un sentimiento de tanta profundidad, como al decepción, es visceral, como la traición.
Son experiencias vitales extremas, que nos recuerdan que estamos vivos.
Cuando estamos frente a las obras de Silvana Pestana en lo primero que pienso no es en palabras, es en tocarla, verlas de cerca y que la vista acaricie su superficie. Pues el tacto y la vista son primeros que la palabra, su superficialidad fenomenológica es profundamente ancestral, animal a lo mejor eso es lo que me pasa con ese trabajo nuevo tuyo que tanto me fascina es como si viniese de un lugar del conocimiento muy atrás antes de los discursos de moda, los discursos políticos sobre todo, y por otro lado son obras rotundamente bellas.
Por ello, está perfectamente bien para hablar sobre la falsificación de la Historia, la revalorización de la Historia como legado, y como relato, y el material de la historia como metáfora: Un falso fósil. Un fósil de lo amado.
Con el peligro efímero del amor, que guarda la intensidad de esa emoción, fugaz que siempre se va, pero que recordarla nos pueda salvar, nos puede mantener vivos. Sanos, cuerdos, listos para seguir adelante.
Es una arqueología de lo amado, una arqueología de lo heredado hecho manifestación tácita de nuestra historia, cada planta, cada vasija, cada tronco de árbol usado en sus obras, cada modelo representa una huella, un símbolo de lo que es, de lo que su familia es, de lo que su comunidad es, su país, su continente.
En medio de una desidia generalizada marcada por el narcisismo virtual de las redes sociales, Silvana des-hilvana una red transparente, misteriosamente oculta mirando hacia atrás, y cuando llega al ovillo inicial, regresa, vuelve a nosotros con sus madejas rehechas, listas para hilar una nueva red, donde los flecos quedan expuestos porque significan nuestras partes, nuestro ADN, nuestra memoria.



Draga, 2015
Instalación
Cortesía de la artista

Así como su obra Draga (2015) la primera que me atrajo hipnotizado de su última producción, u Oro negro y sus primeras investigaciones en la selva amazónica, allí donde el expolio de la minería ilegal generan una mitología del mal, que nos recuerdan la trascendencia del abuso de los explotados, el tiempo imperecedero que para ellos se hace eterno, así como eterna se hace la perdida de una valiente joven mujer-boxeadora, la búsqueda de sus imprecisos rastros, las reliquias de sus rastros que la artista dora, como adorable metáfora recordable, simbólica metáfora de la lucha eternizada de los caídos, o sus dorados tapices que emulan los brocados incas, Silvana destila y limpia nuestra memoria y nos recuerda el poder chamánico del arte, el poder de nombrar el nombre de dios hecho verbo en un metal y nos apuntala la mirada en el poder evocador de cada elemento usado, incluso el orador poder de la palabra, el mapa, el rastrojo, el quiebre o la hendija-fisura del material mismo, así como Jimmie Durham dota de poder a sus objetos de poder desde el chamanismo de un indio cheroquee y reinventa el ready-made duchampiano burlándose de él por un camino mucho más beuysiano; Silvana lo hace desde la heredera de una mujer que tiene sangre inca, desde el femenino linaje sagrado de la sacerdotisa de la Momia de Cao, que nos recuerda que puede que el último humano en esta tierra que estamos devastando, no sea un hombre. Sino: una bellísima y divinal mujer preñada del ruido musical de la selva.


Still del video:
Y si el último hombre de uña tierra no fuera..., 2016
Video-Instalación 
2 canales en loop
Cortesía de la Artista 


Las Palmas de Gran Canaria/Berlín.
Verano de 2016.



[1] Únicamente en este sentido los ya nombrados Teresa Serrano, Betsabeé Romero, Fernando Sánchez Castillo.
[2] Uno de los datos que podemos analizar es el hecho de que la artista trabaja mucha obra escultórica al tradicional método de fundido en bronce mediante el sistema de cera perdida, como si reviviera viejas tradiciones en temas revisitados.