martes, 13 de febrero de 2018

JETLAG (o de cómo todos quisiéramos ser turistas)
Unas notas sobre la obra reciente de Maykel Linares.



La condición de isleño le confiere a su poseedor el don de la necesidad de viajar. No lo digo yo, que hace veinte años abandoné mi isla natal para terminar viviendo en otra (Cuba vs Gran Canaria); sino que existen múltiples estudios académicos serios, de corte antropológico y sociológico que sobre ello hablan, sobre todo, después del auge de las comunicaciones en el siglo pasado.
De hecho existen unos sincréticos “cultos cargos” en las desoladas islas del Pacífico donde en la Segunda Guerra Mundial desembarcaban de ambos bandos (japonés y estadounidense) toneladas y toneladas de provisiones, con lo que para los nativos la “Carga” de sus barcos era un “maná sagrado”, un regalo divino. El regalo de la sobreabundancia, gratuita. Sin cultivar o producir nada a cambio, sólo por ser isla estratégica en medio del Océano.[1] Al escasear esos regalos que traen consigo las prácticas coloniales y post-coloniales continentales, los isleños padecen el Síndrome de la Isla, y necesitan huir, cambiar de territorio, dejar de pensarse como una balsa de piedra a la deriva y violentar con otro paisaje (continental, preferentemente) el paisaje de su plano horizonte marino. [2] El paisaje de la Isla, es una cárcel, no en balde algunas cárceles famosas se edificaron en islas e islotes, el agua ayuda a crear un estado claustrofóbico. Otro signo sobre el que nuestro Virgilio Piñera nos dio una lección magistral, poéticamente.
En el siglo XXI, la Era de las Comunicaciones Globales, el viaje ya no es una utopía peligrosa, sino es una realidad. En determinadas profesiones actuales, se vive en y con una maleta de viaje. Aunque en el caso del arte me interesa quizás más aquella idea de Gerardo Mosquera del “Artista-Maleta”, síntoma por excelencia de nuestro tiempo, la cual quizás hoy día podría ser posible con un pen drive o una descarga de iCloud. Por supuesto hablo aquí de una idea que ya tiene veinticuatro años, pues Gerardo la publicó por primera vez en el catálogo homólogo de la muestra de Cocido y Crudo, publicado  por el MNCARS en el año 1994 en aquella excitante exhibición curada por Dan Cameron que cuestionaba los cimientos finiseculares del próximo y actual Nuevo Milenio, tras las huellas de Le Magiciens de L´Terra.
Para los nacidos en el Trópico Insular, el viaje continental, no implica adentrarse en la Selva, porque pequeñas selvas nosotros tenemos entre nuestra maleza del monte más abrupto; nuestra utopía del viaje significa estar en contacto con la Nieve. Viajar hacia todos los nortes posibles.
Entre los cubanos, “estar o ir al hielo”,  es un supuesto estado ideal, en realidad sobreestimado, como todo sueño, todo anhelo, toda utopía. Lo curioso es que por lo general -en su gran mayoría- este viaje de manera natural se iguala a la idea de visitar o residir en Norteamérica, ya sea en Estados Unidos o Canadá. Pocas veces se piensa en la nieve europea; por ello, el caso de Maykel Linares puede no ser singular únicamente como cubano, sino también como artista. Pues su viaje al Norte lo cambió, desde dentro, porque interiorizó dicha experiencia en casi una década de vida en Europa. La vieja, difícil, impenetrable y hostil Europa. Y decimos esto porque además pensamos que una cosa muy diferente es “ir al hielo”, así de visita, turística familiar o profesional de ida y vuelta, rapidito… fugazmente, y otra cosa es “estar, o haber estado -una larga temporada- en el Hielo”, que es su caso.
Mientras con la entrada del Nuevo Milenio y su globalización causó un proceso de desnaturalización homogenizante en torno a una especie de reciclaje Neo-Barroco que algunos teóricos llaman la Segunda Colonización Estética, en Cuba nuestro arte miró hacia Occidente pero para buscar allí su diferencia, lo que en Cuba no existe, lo que no hay. Mucho más allá de sus carencias materiales cubiertas por algunos excesos culturales, nuestro Isla se reinventó su paisaje, europeizándolo. Porque inyectarle una congeladora mirada de enfriamiento era la mejor micro-política para despolitizarnos.
Siendo así, la obra de creadores como Alejandro Campins, Michel Pérez Pollo, Niels Reyes, Lester Álvarez o Maykel Linares, se sintieron muchos más afines con el quehacer de la Escuela de Leipzig que con la Vanguardia Histórica Cubana o los derroteros abiertos por el llamado Renacimiento Cubano de las décadas pasadas.[3]


De la Serie: Cuervos para Bukoski, 2016
Cortesía del artista

Entonces el “plan de fuga” fue mirar hacia la Nueva Pintura Europea liderada por Neo Rauch, Daniel Richter, Adrian Ghenie, Matthias Weischer, Gert y Uwe Tobias, o por la vertiente flamenca de Luc Tuymans y Michaël Borremans, o los británicos Peter Doig, Mathew Ritchie, Chris Ofili y Elizabeht Peytom, así como al israelí afincado en Noruega Tal R, o la pareja austriaco-israelí, afincada en Viena, Muntean & Rosenblun, o la sueca Karin Mamma Anderson; fue su mejor baza para evadirse de los clichés que sobre “Lo cubano” se argumentan, y adentrarse en un territorio puramente pictórico. Un territorio donde sólo y únicamente la pintura gobierna. Puede que más a tono con el quehacer de otros cubanos como Raúl Cordero, JM Pozo, Hernan Bas (hijo de cubanos) o Enrique Martínez Celaya, quienes articulan una poderosa obra autobiográfica alejada de la politización de su legado. Nuestra historia.
Sólo que definitivamente no es lo mismo acercarse a echar un vistazo a monográficos de la talla de Art Now 1, 2 y 3 (Tashen), Vitamin P 1 y 2, o La pintura hoy (de Tony Godfrey) (Phaidon), o las revistas de arte actual, donde destacaría ArtForum y ModernPainter; y otra cosa, muy distinta, es visitar durante años los circuitos del arte en Helsinki, Copenhague, Noruega y Dinamarca, París, Francia, Madrid o Barcelona, en España; el impacto, no es igual. Esta claro que no es lo mismo nuestra información y nuestra formación insular, puramente bibliográfica, reproducida en la escala y la condición laminal del libro o la revista, que visitar a Pierre Bonnard en la Fundación Mapfre de Madrid, y enamorarse de los colores del Nabis y los Fauvistas, porque también los estás visitando en persona de primera mano en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza; y tener la gran pintura de los maestros modernos ahí, de cerca, delante de tu cara al alcance de tu mano. Esa experiencia, es radicalmente, diferente.
Pues en Linares, sus años de residencia europea le cambiaron su retina, su gama cromática tendió a enfriarse de manera natural, porque fría es la naturaleza que ahora miraba, y grises las ciudades nevadas, y blanquísimas las colinas de las montañas nevadas, y verduscos los pastos, y plomizos los cielos. No sólo la historia de la Pintura Moderna que transcurrió delante de sus ojos en cada visita a un museo, una bienal, una feria, una galería. Por ello, también se hizo más fresca y atrevida en la exaltación del color, en su contraste. Como si su “paleta cubana” quisiera emerger dentro de esta obra “hecha en Europa”. Pero ahora, es al revés. En su reciente obra “hecha en Cuba”, tras su regreso, Europa (y su recuerdo) emerge naturalmente en su Pintura. Es como si fuera un helado hecho de mango o de guayaba, esas frutas tan nuestras, tan de nuestra naturaleza, pero que si las pasas por el filtro de la industria alimenticia culinaria como mejor nos asienta es fría. Como si Maykel propusiera un enfriamiento de nuestros sentidos para comprendernos mejor. Porque añoramos una vida norteña pero somos el sur. NO somos del sur, sino: somos el sur.
De ahí tal vez ese retardo, esa ralentización del paisaje, que no se sabe de donde es exactamente, porque es siempre un paisaje de la memoria, inventado, re-hecho como objeto pictórico, libre y caprichoso. Puede que justo como el joven curador Píter Ortega enfatizara en su clarividente muestra BOMBA. Abogando por una pintura pulsativa. Latente. Directa, sin ambages. Post-conceptual y Post-Política. Una pintura que siempre regresa sobre sí misma de manera espontanea, desintoxicada de la ceguera escolástica pero sucia de influencias. Más próxima a Abraham Lacalle, según opino el mejor heredero de los derroteros de las andaduras de los ochenta españoles, iniciados por figuras como Alfonso Albacete, Juan Navarro Baldeweg, Manolo Quejido, Ferrán García, Miguel Ángel Campano, Guillermo Pérez Villata o Pelayo Ortega, que a ningún otro artista cubano. De hecho, Maykel me confesó que muestras como Los Ezquizos e Idea, Pintura y Fuerza producidas por el MNCARS sobre el Arte Español de la década de los ochenta, ese “Arte de la Transición”, causaron un gran impacto en él, quizás… por su ludismo cromático, por su ligereza de trazo, su carnavalesco sentido del relato, su descaro, su vitalidad y libertad, su sentido del humor. Le regalaron la posibilidad de entender la pintura como el anuncio de un hálito democrático. Además del posible paralelismo de una transición cubana de trasfondo, la cíclica idea del cambio. Una pintura festiva. Una pintura impura, siempre impura. Una pintura que viaja en el tiempo y se queda allí atrás, pero regresa y nos pasa por delante y se pone a la vanguardia.


Renacimiento, 2017
Cortesía del artista

Como si respondiera a la idea de que a día de hoy, el “Eterno Retorno” de Nietzsche se ha convertido en un Eterno JetLag, pues nuestro universo viaja constantemente, ya sea en viajes físicos o virtuales, ficcionales o reales.  Solo que a Maykel ese JetLag no le proporciona ninguna nostalgia, ningún anhelo tampoco, sino le ocasiona una dislocación, en el sentido antropológico de “dislocalizado”[4], de fuera de lugar, fuera de grupo, fuera de todo contexto. Porque todos añoramos lo que no tenemos, todos queremos ser extranjeros en nuestra tierra y nativos en tierras extrañas. Los nórdicos bajan al sur a tomar el sol, hasta el punto de tostarse tanto que parecen mulatos, y los mulatos prefieren soñar con la Nieve. Sin añoranza, sólo como un sueño, de algo vivido o algo pendiente. Como un déjavù un poco vintage (una idea que últimamente me la escucho mucho).  Como una mínima e inofensiva venganza post-colonial. Como divertimento, gratuito, como todo divertimento. Porque le da la gana, porque le place. Porque le da placer. El placer de pintar y punto.
Así, sin ninguna melancolía[5], pero con toda la libertad de quien ha bebido de las mejores fuentes, Maykel Linares prefiere su cercano manantial, su terruño insular. Su andar por casa. Un lugar donde siempre se puede regresar y gracias al descanso hogareño, olvidar el JetLag, o quitarle importancia, porque en casa nuestro tiempo invariablemente será otro.
Y con esto, es suficiente.


Las Palmas de Gran Canaria, España
Invierno de 2018.

-->



[1] La primera vez que supe de estas Islas y estos Cultos fue precisamente gracias a una obra de un artista cubano, el gran José Bedia quien le dedicó una excelente y magnánima instalación titulada Cultos Cargos en el año 2004 al tema, dentro de sus típicos trabajos que ejecuta tras realizar profundos “estudios de campo” sobre los que vertebra todo su trabajo.
[2] Gran parte de las políticas migratorias y de repoblación colonial del siglo XIX y XX vino apoyada por dicha necesidad, por ejemplo, pensando en las Américas, gran cantidad de población de las Islas Canarias atravesó el Atlántico hasta estas tierras. O Japón hacia California, Oceanía hacia Australia, y así.
[3] A pesar de que otros como Roberto Diago o José Eduardo Yaque, escogieran una camino abstracto, esta “germanización” de nuestro arte, dicho estéticamente, se dio de una manera paulatina.
Algunos de ellos exhibieron habitualmente en la galería Luz & Suárez del Villar, de Madrid, España, fundada por dos cubanos.
 Curatorialmente hablando la muestra BOMBA, inaugurada en febrero del 2010 en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, La Habana, Cuba, y curada por Piter Ortega, intentó demostrar esta deriva.

[4] En inglés el término exacto es dislocation, y se usa regularmente para hablar de desplazados, de fenómenos diaspóricos y/o migratorios.
[5] De hecho, personalmente creo que su pieza titulada Melancolía (2016), marca un antes y un después al respecto, pues ese pájaro que vuela de espaldas al espectador, es un alter ego del artista, adentrándose en otro paisaje, pero a la vez, abandonando éste donde ahora estamos.