viernes, 15 de febrero de 2019

UN RÚSTICO ÁBACO, UN CUADERNO DE NOTAS…
Las cuentas del Juez Holden (una aproximación a Meridiano de Sangre según Jesús Zurita)



Vistas de sala de la muestra Las cuentas del Juez Holden de Jesús Zurita en la galería Estéreo, 
Ciudad de México, Febrero de 2019.


Todos tenemos cuentas pendientes. De hecho, hay argumentos religiosos que aseguran nacemos para saldar las de “vidas pasadas”. Tal vez puede que esta sea la razón por la que el artista español Jesús Zurita, nacido en Ceuta y residente desde hace más de dos décadas en Granada, tardó más de trece años en decidirse para “intentar saldar las suyas” con uno de sus autores literarios preferidos: Cormac McCarthy, de quien su novela Meridiano de Sangre le impactó profundamente. Un libro el cual, tuvo el detalle de regalarme graficado con dos excepcionales dibujos; en cambio, en mi, McCarthy no causó la misma huella que en Jesús.

En él, el autor de La trilogía de la frontera, caló hasta tal punto que desde entonces su manera de titular huele a veces a un ligero perfume McCarthiano, como dejándonos entre-leer más que entrever, un levísimo hálito suyo (al de Cormac, me refiero).

Todos tenemos cuentas pendientes. Pero también debemos ajustarnos a nuestra contemporaneidad, a nuestro presente. Por eso Jesús Zurita esquiva los tecnicismos que la tecnología industrial nos facilita, escogiendo un camino de ralentización de su andar. Y ahí, coincide con McCarthy, ambos son sabedores de que hubo un tiempo donde gobernaba en el mundo una rusticidad elemental, menos enrevesada, más letal pero menos falsa, menos histriónica, más sobria. Creen en el poder del acto creativo de la ficción y en su carácter atemporal, su sentido transversal que aún nos atraviesa por su capacidad de crear mitos.

En cada elección que hace un creador post-moderno, la elección -si es un artista coherente y maduro- por lo general, es muy lógica, muy pensada, muy calibrada, estudiada, precisa. Cuando Comarc McCarthy usa con exactitud una palabra lo hace para crear un halo tras ella, un rastro, un aliento, una atmósfera. Y de esa atmósfera Zurita, se siente deudor, pero en verdad, puede que McCarthy le ofrezca a Zurita lo que él mismo ya tenía pero necesita leer, como quien sabe que necesita azúcar y se come un bombón, o tiene acidez y se toma un yogurt. Esa atmósfera de la que hace gala el escritor está ambientada en un pasado donde nuestra civilidad estaba en pañales, nuestra democracia era un embrión, y el progreso como maquinaria socializadora era una sangrienta guerrilla de psicópatas asesinos arbitrarios. Lo que Zurita encuentra ahí, en esa atmosfera, es un rancio resquicio que todavía destila su pestilencia y nos la restriega en la nariz con descaro. Y es ese descaro un descaro poético, calculado, aritmético casi, es lo que le seduce del autor neoyorquino, y se queda atrapado en ese hedor que ahora pinta. Solo que los procesos del aprendizaje, destilación y maduración son mucho más perversos que esta simple descripción; y cuando Jesús Zurita decide homenajear a uno de sus autores pilares no lo hace desde la literalidad, aunque sí desde la narratividad. No se hace obsceno y repugnante, sino sutil, puntual, descarnado, perfeccionista. Un cirujano de la pincelada así como el novelista se hace un francotirador de la palabra y te las estampa en la retina, las lees y las interpretas e hilvanas. El ceutí-granadino, dimite de su entorno, y se refugia en ese aire viejo, disidente, demodé, estrictamente personal.

Esto en cuanto al material y el uso del lenguaje pictórico, sin embargo, sus montajes y usos del espacio expositivo son estrictamente contemporáneos. Lo que acompaña con ese perfeccionismo de obsesivo dibujante detallista que parece recién aprendió a pintar, con los efectos que le enseñaron la gráfica y el dibujo de Gustav Doré, o el colorear la carne de Nicolas Poussin, o el cómo enrevesar la maleza de la yerba de un campo cenagoso del maestro Katsushika Hokusai. Como también hallamos débitos rastros en Zurita de un aire lejano que simula venir del gélido paisaje la Isla de los Muertos, pintada hace más de trece décadas por el sueco Arnold Böcklin.


En él, en Jesús, todo homenaje está en las sutilezas. Así lo hemos podido apreciar en su dibujo mural Andanza (2005) motivado por El Quijote de Cervantes, en su serie dedicada a la ópera Tannhaüser de Richard Wagner, o en su exposición apologética a José Guerrero, Raja y grieta. El aire de Guerrero, celebrada en el año 2016 en Granada. Una práctica orquestada en el meticuloso filtraje de sus referencias, en sus escaramuzas para evadirse de la futilidad de lo plástico o lo metálico cromado del ácido Neo-Pop, o en lo aséptico y casi hospitalario en lo que termina siendo el camino tautológico del más actual post-conceptualismo. Zurita, evita esos caminos trillados por sus coetáneos y mira atrás. Y al lado. Abajo. Al costado. Mira poco hacia arriba, lo cual denota cierto agnosticismo, cierto desdén a lo divino. O lo contrario, pavor y cautela ante lo divino. Pero lo que sí elige es un estar en el tiempo de su arte a tono con un estar todavía… allí.

Por esto muchas de sus obras representan intervalos, espacios encorsetados entre acto y acto, como entreactos, pero ahí están sus huellas. Como las notas que de soslayo hacía el soberbio Juez Holden en Meridiano de Sangre, he aquí sus reverberaciones.

He aquí sus ecos.

De aquí el que no me extrañe que haya dejado pasar trece años. Un tiempo prudencial, suficiente para que el artista madurara las ideas de cómo aproximarse -sólo en un mero acercamiento- a una mitología (toda literatura ficcional de algún modo lo es) que según Jesús redefine nuestro tiempo, nuestra relación con los territorios, y sobre todo, nuestro modo de actuar frente y con la violencia, comprendiéndola, porque según Zurita, McCarthy es un autor que comprende en profundidad la relación de la naturaleza humana y la violencia desde una radical perspectiva donde se equilibran visceralidad y sapiencia. Una paradoja que apunta el foco en cómo sobrevive el animal que vive en nosotros, cómo subyace la brutalidad, el salvajismo, el gen selvático en nosotros. Como si todavía no fuésemos lo suficientemente cívicos, lo suficientemente civilizados para abandonar el bosque, la roca, la montaña, el desierto. Y adentrarnos en la ancestralidad de lo doméstico. Donde todavía somos lobos, hostiles animales de manada, voraces depredadores.

Es así, acicalado de esta armadura de un legendario samurái[1] occidental que el artista insiste en experimentar la misma visión oscura de McCarthy, igual de densa, ecuánime al observar y anotar la devastadora fuerza de la naturaleza y de la brutal naturaleza humana.

Mucho más allí donde los mapas y los territorios se hacen imprecisos, allí donde la línea divisoria de las cartografías geo-políticas realmente está atada, amarrada como un hilo rojo, color sangre seca y no un alambre de púas de cuchillas dobles, a los tobillos de quienes las cruzan, las andan, las borran y las rehacen, por capricho, azar o supervivencia. Quizás porque conoce bastante bien lo que es nacer en la frontera, siendo natal de una de las más problemáticas ciudades fronterizas de Europa con África, Jesús Zurita conoce la frontera, sabe como es. Al menos, como mínimo, lo intuye. Pero como desde siempre ha estado en lado favorable del “europeo hombre blanco”, es muy respetuoso con exotizar el tema.

Y aquí conecta experiencialmente con McCarthy, porque no se aproxima al tema desde la superioridad de su afortunada situación, sino, a ras de suelo, de manera zigzagueante como un reptil. Un animal sorpresivo que muchas veces se camufla con su entorno. Se insinúa, no se ve.

Y sobre esta idea difuminada e inasible de la intuición, que se insinúa -que no se ve claramente-, es desde donde erigen estas pinturas, como si emergieran de la oscuridad, que sin ser literales, se manifiestan igual de dramáticas y traumáticamente misteriosas.

Y digo traumáticas y dramáticamente misteriosas porque su disposición instalativa, colocadas concienzudamente en el espacio galerístico, donde Zurita hace que el espectador caiga en una trampa de posicionamiento ante lo que ve, que puede tender a estremecerlo. Sacudiéndolo de su pasividad consumista para obligarlo a reflexionar sobre lo que McCarthy en su imaginario nos hace reflexionar.

Sobre la aplastante grandilocuencia del paisaje, un paisaje que te abofetea, sobre qué es más salvaje, el paisaje o el humano que en él habita y sobre la bella grosería de la muerte. Sobre su soberanía.

Latente en obras como Et in Arcadia ego, en obvia referencia a la pintura del pintor barroco italiano Giovanni Francesco Barbieri sobre la presencia de la muerte hasta en la paradisiaca Arcadia, igual hace un guiño a la cita de dicha obra en la novela de McCarthy, inscrita en la culata del rifle del omnipresente y todo poderoso Juez Holden. Porque hasta en este Paraíso fronterizo, hasta aquí… donde la belleza abruma, la muerte se asoma, aunque en muchos casos actúe a través de la mano de los hombres.[2]

Aún, cuando sea en un metafórico patíbulo, un escurridizo y redimensionado objeto punzo penetrante, fabricado por excelencia para la muerte de los humanos, donde la huella de la Era del Antropoceno se hace tácita, como registro de que somos nuestro peor enemigo. Sin que esto signifique absolutamente ningún maniquismo moralista, del bien y el mal, sino justo lo contrario, nos iguala a todos -sin excepciones- ante el juicio imponderable de la última boda de sangre. La definitiva boda final con la Muerte. Una boda que a pesar de ser trágica, como toda boda, no dejará de estar cargada de un bellísimo esplendor. Una boda de que estas obras son el aperitivo, el cóctel de entrantes, los más hechizantes preliminares.


Vistas de sala de la muestra Las cuentas del Juez Holden de Jesús Zurita en la galería Estéreo, 
Ciudad de México, Febrero de 2019.

Pero quizás si rendimos cuentas antes, aunque sea con un rústico ábaco y un cuaderno de notas, si rendimos cuentas… primero, puede que cierta esperanza nos salve de tanta barbarie.

De ahí… este homenaje, que no es un canto a la Muerte, sino a la vida, puede que una vida amarga, pero intensamente definida en su tensión por sobrevivir como especie.

Una especie en decadencia, pero aún… viva.





LPGC, España. Enero de 2019.

-->





[1] Esta de más decir la obviedad de sus influencias del anime y el manga japonés, o el cine asiático pero no pasa nada con indicarlos.
[2] No en balde Jesús Zurita ha propuesto este proyecto para su primera muestra personal en la Ciudad de México, a pesar de haber trabajo en tres ocasiones anteriores con su galería es ahora cuando en un país y una ciudad como México, asume que este tipo de preocupaciones que en su cabeza circundan desde hace años, puede ser comprendida.