lunes, 16 de diciembre de 2019


-->
un breve susurro… desde dentro (un acercamiento al método RC)



Vista de sala de la instalación "ahora o nunca", 2019, Raúl Cordero 
al inicio de su muestra Arte para la mente distraída 
en el Museo Nacional Palacio de Bellas Artes de La Habana, Cuba.


El arte de Raúl Cordero se estructura desde un modelo analítico. Un modelo flexible de expansión y contracción, dilatación y repliegue erigido sobre qué significa hacer arte actualmente. Un dispositivo autocrítico donde las ideas y procesos circundan las preguntas del cómo se construye el lenguaje, a cómo se convierte en arte una imagen, un texto, un color, un fragmento de memoria. O cómo se edifica esa memoria, o el conocimiento y el campo donde opera desde la razón y desde lo emocional.
Desde sus investigaciones en la imagen narrativa, la cual subvierte distrayéndola de su significado -es decir: la disloca- a partir de la yuxtaposición de ilegibles textos,  geométricas plantillas, añadiduras volumétricas resinosas y otras distracciones conceptuales y formales -como las franjas de la pantalla y su planimetría que todo lo aplana- que usa para re-significarlas, cambiarles el sentido.
Un modelo políglota y rizomático, transversal, casi quirúrgico.
En sus obras pictóricas más recientes, The Binnacles Paintings Series,  Cordero hace de ese modelo oculto como estructura interna el relato en sí desde donde se coloca, es decir, lo hace obvio. Exhibiéndolo como resultado de sus investigaciones. Por ello, lo que antes era pregunta incómoda o sarcástica duda, ahora es afirmación, sentencia tácita, clarividente; lo que antes era una capa yuxtapuesta, un remix de sustratos, ahora es la materia pictórica misma, nacida de la observación y su representación molecular.


Vista de sala de la muestra Arte para la mente distraída
de Raúl Cordero, Binnacles Paintings Series, 2019
Museo Nacional Palacio de Bellas Artes de La Habana, Cuba

Así, lo oculto se descubre y descubre para nosotros el entramado de su naturaleza, donde sentido y conceptualización se equilibran. En un espacio de saber poético, sensual e inteligente, estéticamente seductor y espejeante, post-tecnológico y post-industrial, pero… “hecho a mano”. Un lugar donde el conocimiento fluye, no se detiene, a no ser que nos detengamos nosotros a observarlo, a vivirlo mientras lo comprendemos, mientras lo disfrutamos… degustándolo con la mirada.
Siendo un arte que deja de preguntarnos, porque puede que haya encontrado algunas respuestas. Las respuestas que la ciencia cuántica le aporta, o las que le regala el arte como “ejercicio modelo” de auto-reconocimiento, de regocijo lúdico, de placer inaudito.
Una experiencia de la que Raúl no puede evitar, dejarnos un registro, en un cuaderno de bitácora que como arte se cosifica en carteles de luces con textos que invitan a reflexionar de manera relajada, meditada, o en pinturas planísimas donde la superficie se hace la profundidad de nuestros días. Quizás, porque Cordero conozca lo que nos digo Paul Valery; en aquella idea que nos ronda todavía… “lo más profundo es la piel”.
Como diciéndonos, en voz muy baja, susurrada… sólo lo que nos toca nos afecta, y viceversa.
En una engañosa invitación a entrar que el buen arte siempre nos ofrece, y ahí adentro, nos captura, nos subyuga. Nos hace suyo. Como nos atrapa el veloz guepardo cuando logramos ver sus manchas de camuflaje en el paisaje. Atrapados por su letal e inteligente belleza.

LPGC, España
Febrero, 2019.



UNA BANDERA FRACTAL (una nota sobre una obra de RC)


Cuando Raúl Cordero realiza un tríptico (curiosa afinidad hacia la estructura de lo divino, como si usara “palabras mayores”) en el cual despliega un arquetipo de nueva bandera propia, re-escribe su historia simbólicamente como espejo en el que nos miramos. Pero ese mirar es un diálogo, una confrontación pacífica, culterana, inteligente y emocional. Estos son los tres colores más usados para las banderas globalmente, los colores de un histórico vínculo imperial, colonial, post-colonial y decolonial, donde legados como el británico, el estadounidense, el francés, el cubano, el puertorriqueño o el ruso se entremezclan, se diluyen promiscuamente. Quizás porque Cordero comprende a la perfección que estamos en otro tiempo sin banderas ni estados naciones, donde los avances de la física cuántica y la genética nos han demostrado que todos somos polvo de la misma materia, la misma luz, la misma sangre, hijos de la misma estrella, multiplicada. Pero esta hegemonía igualitaria, Raúl la subvierte cuando coloca en el eje central de su tríptico un difuminado recuerdo de su obra favorita de la Historia del Arte, el famoso paisaje de Hobberma que tanto ha re-pintado de múltiples maneras, aquel paisaje exótico “pintado de a oídas” por un maestro flamenco cuando se fraguaban las bases de los nexos que hoy día todavía nos mueven y nos atan en Occidente; pero al situar al arte como centro de su bandera, el artista nos regala un nuevo símbolo, donde el arte es el que media, siendo lo único que es capaz de romper todos los símbolos anteriores, todas las banderas, aún cuando todo sea personal, íntimo, privado… ahora que los tiempos nos lo recuerdan cada día que somos amalgamada masa, metadato, público, audiencia. Ahora que las banderas se entretejen entre ellas. He aquí la suya. Todo símbolo es un espejo, evidentemente un espejo simbólico pero lo es. Mirémonos en él, cuando en ese mirar nos auto-reconocemos, esa verdad nos atraviesa. Y nos hace libres, incluso de la necesidad de espejo alguno.


LPGC, España
Otoño de 2019.