sábado, 31 de enero de 2015


Imagen de Invitación de la muestra recién clausurada.


Pieter Hugo, “Abdullahi Mohammed with Mainasara Ogere – Remo, Nigeria”, 2007. 




PIETER HUGO: AFRICA DAYLIFE
O de cómo hacer de la fotografía un dispositivo que descubre esquirlas ocultas de lo real


A BMR
por abrirme los ojos hacia África


En su ensayo La fotografía como objeto débil [1], el teórico y crítico de fotografía actual Juan Antonio Molina expone claramente cómo la práctica fotográfica de las últimas décadas se posiciona frente a “lo real” como un instrumento de de(s)velación / re-velación. Mucho más si la misma (léase: la fotografía) es practicada desde territorios periféricos (o para ser más específicos, desde esos territorios ajenos y a veces no tan lejanos de las metrópolis post-industriales de Occidente), justo porque desde allí frente a la “dureza frontal de lo real”, lo fotográfico se convierte en una realidad débil pero presencial, tácitamente presente y al alcance de todos como dato visual, como testimonio o micro-relato subalterno disidente. Como si en y desde esta periferia geo-política se hiciera un uso más radicalmente crítico de lo fotográfico para desvelar verdades ocultas con las que conviven, las cuales, el poder silenciador del establisment prefiere obviar.

En esta misma tesitura crítico-discursiva está claro que si algo ha distinguido la práctica y el uso del lenguaje fotográfico en los últimos años es que el mismo se ha convertido en un sistema cognitivo, o sea que los imaginarios que la fotografía actual generan se trasmutan en información cultural sedimentada como un saber, un legado, un archivo constatable (sea este real = documental, manipulado = ficcional, o simbólico = artístico).  

Pues si has nacido en Johannesburgo, Sudáfrica, para ser más concretos en el año 1976, pero resides en Cope Town, si eres un hombre blanco y has vivido el histórico proceso de transformación nacional Post-Aparthied, como es el caso del fotógrafo Pieter Hugo, es normal que te sientas “algo fuera de lugar”, como desencajado, en borde de todos los límites, y también sería normal que esta aptitud y actitud vital se traspase a su ejercicio profesional, el cual termina siendo un relato óntico de lo errático de lo que te rodea, hablando de “lo óntico” en el sentido heideggeriano del ser y estar en un lugar que se define como propio.

Esta condición transitoria de trasvase, de transición genera en el espíritu humano cierta inconformidad permanente, cierto estado radicalmente permanente en crisis, como dialéctica natural de su existencia. Tal es el caso de Pieter Hugo, en su fotografía la disconformidad con lo retratado, o con “lo que se espera de lo retratado” es siempre una latencia inconforme, nunca es complaciente, nunca es estética, nunca es preciosa. Más bien se comporta como una apuesta por la brutalidad grotesca de lo real para subvertirlo como hecho, como factótum. La imagen que el fotógrafo nos regala es siempre un golpe bajo, un bofetón, una patada visual para despabilar nuestras neuronas, infestadas éstas de “imaginatis-masiva”, ese virus que anula la capacidad de diferenciación entre una masacre y la noticia de un atraco, entre el real horror de la guerra y la ficción narrativa de un adolescente entretenimiento lúdico, entre un paisaje devastado post-bélico y un “naturalista”[2] paisaje desértico.

En la llamada Nueva Fotografía Africana que profesionales como Okwui Enwezor y Octavio Zaya han focalizado como una post-colonial nota discordante, este espíritu de diferenciación irreverente abunda como negativa negociada de la otredad, ya que entre estos nuevos fotógrafos africanos se toma como micro-política de disentir el evitar reproducir los estereotipados clichés de revelarnos una colonizada África bella, exótica, pletórica de eufemismos. Algo que la fotografía occidental otrorizante recalcaba hasta finales del siglo pasado.

Pieter Hugo pertenece a esa generación de inconformistas y series suyas como Error permanente o NoHollywood grafican con claridad abrumadora esta estrategia de destape de realidades paralelas silenciadas, donde “lo africano fotografiado” no es lo que se espera por la mirada occidental de un contexto poliédrico, en constante transformación, un contexto post-apocalíptico, mestizo, cambiante y en ebullición social, personal y transfronterizo, logrando así un panhumanista imaginario post-racial, o post-étnico.

Dada esta singularidad de su capacidad de observar rebeldes focos de excentricidad, esta amplia muestra retrospectiva que hoy en día el CAAM y Casa África acogen, rotula su nombre junto a los grandes fotógrafos del nuevo milenio, ahora tenemos ante nosotros una rotunda travesía por los intersticios que cartografían un misterioso territorio desconocido donde se debe estar para ser, que Pieter Hugo poco a poco nos revela como contraste, como valiente punto de inflexión donde lo real es debatido por lo simbólico, y lo que queda es un diario íntimo de diferencias y semejanzas, de re-trata-mientos sociales y representaciones personalizadas de lo que vendrá. El futuro del hombre africano, un futuro -como el de todos- incierto.


Palmas de Gran Canarias, España
Verano de 2014.



[1] Texto inédito recopilatorio que agrupa un conjunto de varios ensayos, artículos y conferencias referidas a sus observaciones y estudios sobre lo fotográfico como lenguaje y práctica que el autor, es decir Molina mismo, impartió en el CAAM en junio del año 2011 en un curso de magistrales clases bajo el titulo de La fotografía como objeto débil. Un ensayo o ideograma conceptual que le ha valido a Molina argumentalmente para equiparar “el pensamiento débil” de Vattimo con la fotografía como práctica visual, artística y/o extra-artística, ya que ésta, como el pensamiento filosófico, es post-moderno e incluso cuna del fin de la modernidad o catalizador de dicho fin.
[2] Empleado aquí el término en su sentido académico.