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a Tere
1.-
Marta María Pérez Bravo,
nacida en La Habana, Cuba en el año 1959 y residente en México, primero en
Monterrey y actualmente en Ciudad de México, desde hace más de dos décadas, es
indiscutiblemente una de las artistas más sólidas del panorama de la cultura
visual del Caribe y América Latina en las recientes décadas, erigiendo esa
solidez sobre un andamiaje que se ha ido solidificando capa a capa, como mismo a
día de hoy se hace un palimpsesto digital en el famoso programa de Adobe, un archivo contundente, como
mismo la cultura se ha ido construyendo -históricamente- como sistema laminal.
Así ha ido argumentándose la solidez inquebrantable de su carrera como una
columna vertebral perfectamente articulada, fotograma a fotograma, lámina a
lámina, imagen tras imagen, fotografía tras fotografía; ella ha logrado
erigirse un imaginario sedentario, paulatino, cuantitativo y cualitativo, sin
brusquedad, con el atenuante de que ha elegido un camino en solitario, fuera de
los modismos.
Devenida de un hacer temprano
en búsquedas poveras y minimalistas cercanas al Land Art y al instalacionismo más
efímero, la obra de Pérez Bravo, mantiene ese pulso de reducir el lenguaje
visual a un uso de precisión quirúrgica, a una eficacia comunicativa que
desdeña el adorno, la parafernalia, la zozobra del artificio, o el aspaviento
para instaurarse en un territorio de lucidez clarividente, como un chivatazo a
través del tiempo susurrado al oído de la escucha -como describen las
predicciones algunas videntes, más auditivas que visuales[1]-, signo que
se cosifica simbólicamente en lenguajes ancestrales reconocibles de antemano,
en fragmentos de una narrativa antigua que nos acompaña en silencio, o mejor,
silenciosamente desde siempre. Un lenguaje que intenta traducir las relaciones
del humano consigo mismo y con lo sagrado silenciosamente. Porque el silencio
no es un lugar, es un proceso adverbial donde un estado descriptible (un sustantivo)
se hace verbo, es una re-significación del vacío o la apariencia de vacío, al
menos, ante los ojos “no entrenados”. “Las obras de Marta María Pérez son religiosas
porque son representaciones de su propia religiosidad. No ilustran sobre el
modo en que los otros se relacionan con lo sagrado, surgen de la propia
relación de la artista con lo sagrado.” [2]
Serie Peticiones no escuchadas 1, 2015-2018
2.-
Desde ahí, desde ese lugar
donde el silencio impera como rutina, como mueca silente, Marta Mª arguye una
nueva especulación visual que da un giro en su obra última donde sus imágenes
se animan.
Sólo que ese radical giro no
fue dado como un brusco salto cualitativo sin antes dar un grupo de pasos
cuantitativos en una larga investigación en sus relatos. Marta se lanzó a la
palestra pública del arte por sus autorretratos donde abordaba las problemáticas
de la mujer madre, la mujer creyente, devota de las creencias sincréticas afro-trasatlánticas,
que sobre cómo se relacionaba con ellas armó un imaginario cargado de
misticismo, misterio y resurrección que sobre la identidad de su tiempo y de su
condición femenina y caribeña daban fe. Un camino que evolucionó de la
mujer-madre a la mujer devota de esas deidades yorubas y kikongas -ya
mencionadas-, las cuales la artista quería representar para explicárselas en
imágenes a sí misma más que para proponer algún tipo de “taxonomía
antropológica”, a una mujer que comienza a hacer visible la invisibilidad de
los espíritus. Y da un salto narrativo de lo comúnmente mal conocido como la Santería (o Regla de Oshá) al Espiritismo. Más cerca de Allan Kardec
que de Lydia Cabrera.
Un camino ya abierto en sus
series fotográficas No son míos, Nunca me
abandonan, Travesía y Muchas veces por sí mismas de entre los
años 2002-2010, donde las presencias traspasan lo retratado para instalarse
sobre el rostro a re-tratar. Aunque si pretendemos establecer una genealogía
epistemológica histórica, tendríamos que decir que primero se salió de la
imagen a través del lenguaje no-autónomo de la imagen en series como Solo no se vive del año 1997 o con la
inclusión del lenguaje escultórico en el instalativo montaje de su intimista Viven del Cariño en el Espacio
Aglutinador de La Habana, o como lo hizo en el project-room personal Y si
van al cielo del año 2001, de su entonces galería española Luis Adelantado
en la Feria madrileña de ARCO, con una gigantesca cerámica de un plato y un montaje
secuencial. Obras donde la secuencialidad se prolonga anunciando una mirada de
conjunto narrativa, que bien podría ser hilada como fotogramas de un filme.
Obras que ya nos daban una pista de que Marta Mª -más tarde o más temprano-
haría videoarte y de ser posible en su vertiente más espacial, instalativamente
hablando.
Por tanto fue un salto
natural, sin presión, o mejor, un parto natural sin fórceps.
MMPB observando montaje en CIFO, Miami, 2018
3.-
Un salto sumatorio, inclusivo
que añadió recursos, además de ahondar en sus investigaciones hacia un espacio
menos etnografiado, justo porque no es icónico, es abstracto, irrepresentable,
inasible, intangible. Ya no busca “petrificar en estatuas de sal”, como dijera
Orlando Hernández en aquel premonitorio texto sobre Pérez Bravo, a través de
las imágenes de una ritualidad únicamente transmitida gracias a la oralidad;
ahora se trata de todo lo contrario, de silenciar los objetos e imágenes de sí
misma al dotarlas de la muda voz de la muerte. La voz de los muertos, los eggunes, los espíritus y almas que nos
acompañan y cuidan a diario. Esas que no
la abandonan.
Solo que esta metamorfosis, no
ha sido sólo desde el punto de vista formal, de la imagen estática a la imagen
en movimiento, de manera transitoria, sino también lo es de la imagen física a
la imagen inmaterial. La imagen fugada. Así como fugado de su propio
cuerpo-trampa-jaula están sus protagonistas, sus figurantes develados que
invaden el espacio. No en balde Marta regresa así mismo a su hacer más
escultórico en el modelo que usa para exhibir estas apariciones
fantasmagóricas; un bloque de hielo, un cristal ahumado, las mohosas y
grisáceas paredes de un convento, una sábana suelta, temblorosa. Pues ahora es
el espacio lo que le ofrece la oportunidad de romper la imagen fija -la fetichista
copia en papel- para disgregarla, atacarla haciéndola evanescente, traslúcida,
pura luz. Solo eso, luz que narra. O más que narrar, se hace prosa poética.
Poética encapsulada en un micro-relato cíclico, encerrado en una píldora de
tiempo en bucle que da vueltas sobre sí mismo mientras se hace presencia. Cosa
que allí ocurre.
Serie Peticiones no escuchadas, 2015-2018
4.-
Por eso mantiene el misterio
de ser el registro de un testimonio, un diálogo, un relato paranormal que habla
de una realidad paralela, una realidad irrepresentable que únicamente desvela
fragmentos de ella misma como derivas, como estelas fugaces, como
escalofriantes soplos de un aire que eriza.
Por esta razón ilógica de intentar hallar
maneras para indagar en las representaciones de lo incorpóreo, ella que es una
de las artistas que mejor ha trabajado las capacidades expresivas del cuerpo
como herramienta simbólica, a pesar de que gran parte de su trabajo es frontal,
“de medio cuerpo” dirían los más clásicos fotógrafos retratistas; en estas
obras Marta se desdobla en una ritualidad como arrinconada, de reojo, de
soslayo, como quien sabe que está mirando lo que no puede ser mirado. E
igualmente, lo que no debe ser mirado, lo que no se debe ver a simple vista,
comprendiendo esa complejidad. Por eso ella se aleja, y aquí son objetos,
sombras, sobre-exposiciones fantasmales que enuncian otras fantasmagorías, varias
capas otra vez yuxtapuestas en stop-motion
(como Incrédulos por decepciones, 2011
y Muchas veces por sí mismo, 2011,
Colección CAAM) o en filmaciones de aparente sencillez documental, limpias de
rastrojos y manierismos. Sin alardes, como su propia fotografía. En cambio, no
por ello carente de potencia. Un acuerdo,
2011, ese secreto guardado en una botella del que ahora somos testigos.
Como si con tan solo saber que algo quedó ahí dicho, ya quedó “algo” pactado.
Como el acartonado tránsito nocturno de Un
camino oscuro, 2010-2011, o la retahíla mecánica de las Peticiones no escuchadas, 2016. En ese
mismo nivel de entrega ritual que ejerce el subyugante Apariciones tangibles y Así
se formó un río, 2015. Esa obra donde la artista acaricia un brazo y una
mano de hielo a la vez que se va derritiendo. Como si reconstruyera la noción
de afecto a una ritualidad panhumanista, animista que atraviesa toda la materialidad
de nuestra planeta Tierra, y se reconfigura como la esencia real de nuestras
almas, en un “estado del agua”: El hielo. Hasta el hielo más sólido si lo
calientan se hace agua. Se hace río. Así nacen, del cariño, como aquella
muestra premonitoria de Espacio Aglutinador donde del cariño vivían, todos los fantasmas y orishas que la rodean. A ella y a nosotros también.[3]
Una obra perturbadora donde la
artista revive la posibilidad de experimentar un Trance, 2013 (el simulacro -o no- de cuando una médium se comunica con uno o varios
espíritus, ese ojo parpadeante, ojo avizor, un ojo que todo lo ve, el ojo de la
gran madre, la vidente, la capaz de deconstruir los estados laminares del
espíritu y hacerlo esquema, juego de yuxtaposición y dobles filmaciones. Como
los Dos retratos, 2015 donde ahora aquellos
que nunca se fueron, aquellos que nunca la abandonaron, se manifiestan. Ante
el grito del exorcista: “Manifiéstate ante mi, abandona ese cuerpo”. A lo que
Marta Mª se niega, ella prefiere recogerlos, guardarlos para con ella, hacerles
un hogar. Regalarles un archivo. Una filmoteca. Ofrendarles un Ilé, la casa de una coronada, una Illalosha, así como lo acciona de un modo
análogo su performativa gestualidad en Corona
del año 2017.
Serie Apariciones Tangibles, 2015
5.-
Personalmente pienso que Pérez
Bravo no ilustra nada. Ahí discrepo de aquellos que pretenden folklorizar sus referentes
mitologizantes simplificándolos. Ahora ella no propone ofrendas en imágenes que
adorar, ahora más bien nos revelan relatos de fe, búsquedas de cómo intentar
narrar lo inenarrable, cómo nombrar lo innombrable. Perpetúan un accidente
poético que pretende asir lo inasible, darle forma a lo amorfo, frontalidad y
superficie a lo inmaterial y etéreo, cuerpo representado ahora actuante a la no
corporeidad, a lo que existe más allá de los cuerpos pero no como registro
arqueológico del cual podemos deducir un conjunto de significados
antropológicos o etnográficos, sino desde la libertad no-cientificista de la
ficción-arte, ese lugar donde las libertades hacen posible lo imposible, porque
no pretende argüirse como verdad sino como lo que es, como una mera ficción
sanadora. Una ficción donde reconocemos nuestros más ocultos sueños y residuos.
Aquello que fuimos y que sobrevive en nosotros aún. Algo de lo sagrado que
Marta Mª acaricia, mimándolo, sacándolo a la luz como “luz misma” proyectada
sobre el espacio museal donde las almas ahora descansan y son sacralizadas en
la contemporaneidad, cumpliendo con el lema de Leví-Strauss donde enarbolaba
que “el Arte será la religión del futuro”. Y darle -como dadora y sagrada mujer
que- ánima, ánimo, animando lo inanimado, dándole alma, vida, una historia,
revelándonos un secreto. Si estamos atentos, quizás aprendamos algo. Aunque
para ello debamos cerrar los ojos y esperar que nos lo susurren (las imágenes) detrás
de la oreja, mientras nos danzan alrededor en un carrusel sin fin.
Ibbae… Los muertos hablan. Luz y
progreso.
Ashé.
Las Palmas de Gran Canaria,
España
Invierno de 2020.
[1] Mi madre por ejemplo. Mi
madre es Illalosha Omo Yemaya, con más de veinte años de coranada, y es
espiritista desde niña. Recuerdo que siempre me contó que muchas veces “sus
videncias” eran más que micro-filmes delante o detrás de sus ojos, son susurros
detrás de la oreja.
[2] Juan Antonio Molina en
su texto: Fuera de cuadro [un escalofrío en el agua de la
cubeta] Lo invisible como presencia en la obra de Marta María Pérez, publicado en el catálogo de la exposición Relaciones Negativas del año 2011 del
Centro de Arte La Regenta, del Gobierno de Canarias, Las Palmas de Gran
Canaria, España. Página 8.
[3] Curiosamente de manera
sistémica MMPB ha reducido sus elementos significantes a 3: agua, luz (de
velas) y palabras, justo, los tres recursos rituales más permanentes de todos
los credos universales; quizás algunos leerán este reduccionismo como
simplicidad, otros como sabia síntesis.