domingo, 8 de marzo de 2020

Ose Obbini mimo naa Oloddumare / Ella acaricia lo sagrado (unas notas sobre la obra reciente de M.M.P.B.)


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a Tere
1.-
Marta María Pérez Bravo, nacida en La Habana, Cuba en el año 1959 y residente en México, primero en Monterrey y actualmente en Ciudad de México, desde hace más de dos décadas, es indiscutiblemente una de las artistas más sólidas del panorama de la cultura visual del Caribe y América Latina en las recientes décadas, erigiendo esa solidez sobre un andamiaje que se ha ido solidificando capa a capa, como mismo a día de hoy se hace un palimpsesto digital en el famoso programa de Adobe, un archivo contundente, como mismo la cultura se ha ido construyendo -históricamente- como sistema laminal. Así ha ido argumentándose la solidez inquebrantable de su carrera como una columna vertebral perfectamente articulada, fotograma a fotograma, lámina a lámina, imagen tras imagen, fotografía tras fotografía; ella ha logrado erigirse un imaginario sedentario, paulatino, cuantitativo y cualitativo, sin brusquedad, con el atenuante de que ha elegido un camino en solitario, fuera de los modismos.
Devenida de un hacer temprano en búsquedas poveras y minimalistas cercanas al Land Art y al instalacionismo más efímero, la obra de Pérez Bravo, mantiene ese pulso de reducir el lenguaje visual a un uso de precisión quirúrgica, a una eficacia comunicativa que desdeña el adorno, la parafernalia, la zozobra del artificio, o el aspaviento para instaurarse en un territorio de lucidez clarividente, como un chivatazo a través del tiempo susurrado al oído de la escucha -como describen las predicciones algunas videntes, más auditivas que visuales[1]-, signo que se cosifica simbólicamente en lenguajes ancestrales reconocibles de antemano, en fragmentos de una narrativa antigua que nos acompaña en silencio, o mejor, silenciosamente desde siempre. Un lenguaje que intenta traducir las relaciones del humano consigo mismo y con lo sagrado silenciosamente. Porque el silencio no es un lugar, es un proceso adverbial donde un estado descriptible (un sustantivo) se hace verbo, es una re-significación del vacío o la apariencia de vacío, al menos, ante los ojos “no entrenados”. “Las obras de Marta María Pérez son religiosas porque son representaciones de su propia religiosidad. No ilustran sobre el modo en que los otros se relacionan con lo sagrado, surgen de la propia relación de la artista con lo sagrado.” [2]


Serie Peticiones no escuchadas 1, 2015-2018


2.-
Desde ahí, desde ese lugar donde el silencio impera como rutina, como mueca silente, Marta Mª arguye una nueva especulación visual que da un giro en su obra última donde sus imágenes se animan.
Sólo que ese radical giro no fue dado como un brusco salto cualitativo sin antes dar un grupo de pasos cuantitativos en una larga investigación en sus relatos. Marta se lanzó a la palestra pública del arte por sus autorretratos donde abordaba las problemáticas de la mujer madre, la mujer creyente, devota de las creencias sincréticas afro-trasatlánticas, que sobre cómo se relacionaba con ellas armó un imaginario cargado de misticismo, misterio y resurrección que sobre la identidad de su tiempo y de su condición femenina y caribeña daban fe. Un camino que evolucionó de la mujer-madre a la mujer devota de esas deidades yorubas y kikongas -ya mencionadas-, las cuales la artista quería representar para explicárselas en imágenes a sí misma más que para proponer algún tipo de “taxonomía antropológica”, a una mujer que comienza a hacer visible la invisibilidad de los espíritus. Y da un salto narrativo de lo comúnmente mal conocido como la Santería (o Regla de Oshá) al Espiritismo. Más cerca de Allan Kardec que de Lydia Cabrera.
Un camino ya abierto en sus series fotográficas No son míos, Nunca me abandonan, Travesía y Muchas veces por sí mismas de entre los años 2002-2010, donde las presencias traspasan lo retratado para instalarse sobre el rostro a re-tratar. Aunque si pretendemos establecer una genealogía epistemológica histórica, tendríamos que decir que primero se salió de la imagen a través del lenguaje no-autónomo de la imagen en series como Solo no se vive del año 1997 o con la inclusión del lenguaje escultórico en el instalativo montaje de su intimista Viven del Cariño en el Espacio Aglutinador de La Habana, o como lo hizo en el project-room personal Y si van al cielo del año 2001, de su entonces galería española Luis Adelantado en la Feria madrileña de ARCO, con una gigantesca cerámica de un plato y un montaje secuencial. Obras donde la secuencialidad se prolonga anunciando una mirada de conjunto narrativa, que bien podría ser hilada como fotogramas de un filme. Obras que ya nos daban una pista de que Marta Mª -más tarde o más temprano- haría videoarte y de ser posible en su vertiente más espacial, instalativamente hablando.
Por tanto fue un salto natural, sin presión, o mejor, un parto natural sin fórceps.


MMPB observando montaje en CIFO, Miami, 2018


3.-
Un salto sumatorio, inclusivo que añadió recursos, además de ahondar en sus investigaciones hacia un espacio menos etnografiado, justo porque no es icónico, es abstracto, irrepresentable, inasible, intangible. Ya no busca “petrificar en estatuas de sal”, como dijera Orlando Hernández en aquel premonitorio texto sobre Pérez Bravo, a través de las imágenes de una ritualidad únicamente transmitida gracias a la oralidad; ahora se trata de todo lo contrario, de silenciar los objetos e imágenes de sí misma al dotarlas de la muda voz de la muerte. La voz de los muertos, los eggunes, los espíritus y almas que nos acompañan y cuidan a diario. Esas que no la abandonan.
Solo que esta metamorfosis, no ha sido sólo desde el punto de vista formal, de la imagen estática a la imagen en movimiento, de manera transitoria, sino también lo es de la imagen física a la imagen inmaterial. La imagen fugada. Así como fugado de su propio cuerpo-trampa-jaula están sus protagonistas, sus figurantes develados que invaden el espacio. No en balde Marta regresa así mismo a su hacer más escultórico en el modelo que usa para exhibir estas apariciones fantasmagóricas; un bloque de hielo, un cristal ahumado, las mohosas y grisáceas paredes de un convento, una sábana suelta, temblorosa. Pues ahora es el espacio lo que le ofrece la oportunidad de romper la imagen fija -la fetichista copia en papel- para disgregarla, atacarla haciéndola evanescente, traslúcida, pura luz. Solo eso, luz que narra. O más que narrar, se hace prosa poética. Poética encapsulada en un micro-relato cíclico, encerrado en una píldora de tiempo en bucle que da vueltas sobre sí mismo mientras se hace presencia. Cosa que allí ocurre.


Serie Peticiones no escuchadas, 2015-2018


4.-
Por eso mantiene el misterio de ser el registro de un testimonio, un diálogo, un relato paranormal que habla de una realidad paralela, una realidad irrepresentable que únicamente desvela fragmentos de ella misma como derivas, como estelas fugaces, como escalofriantes soplos de un aire que eriza.
 Por esta razón ilógica de intentar hallar maneras para indagar en las representaciones de lo incorpóreo, ella que es una de las artistas que mejor ha trabajado las capacidades expresivas del cuerpo como herramienta simbólica, a pesar de que gran parte de su trabajo es frontal, “de medio cuerpo” dirían los más clásicos fotógrafos retratistas; en estas obras Marta se desdobla en una ritualidad como arrinconada, de reojo, de soslayo, como quien sabe que está mirando lo que no puede ser mirado. E igualmente, lo que no debe ser mirado, lo que no se debe ver a simple vista, comprendiendo esa complejidad. Por eso ella se aleja, y aquí son objetos, sombras, sobre-exposiciones fantasmales que enuncian otras fantasmagorías, varias capas otra vez yuxtapuestas en stop-motion (como Incrédulos por decepciones, 2011 y Muchas veces por sí mismo, 2011, Colección CAAM) o en filmaciones de aparente sencillez documental, limpias de rastrojos y manierismos. Sin alardes, como su propia fotografía. En cambio, no por ello carente de potencia. Un acuerdo, 2011, ese secreto guardado en una botella del que ahora somos testigos. Como si con tan solo saber que algo quedó ahí dicho, ya quedó “algo” pactado. Como el acartonado tránsito nocturno de Un camino oscuro, 2010-2011, o la retahíla mecánica de las Peticiones no escuchadas, 2016. En ese mismo nivel de entrega ritual que ejerce el subyugante Apariciones tangibles y Así se formó un río, 2015. Esa obra donde la artista acaricia un brazo y una mano de hielo a la vez que se va derritiendo. Como si reconstruyera la noción de afecto a una ritualidad panhumanista, animista que atraviesa toda la materialidad de nuestra planeta Tierra, y se reconfigura como la esencia real de nuestras almas, en un “estado del agua”: El hielo. Hasta el hielo más sólido si lo calientan se hace agua. Se hace río. Así nacen, del cariño, como aquella muestra premonitoria de Espacio Aglutinador donde del cariño vivían, todos los fantasmas y orishas que la rodean. A ella y a nosotros también.[3]
Una obra perturbadora donde la artista revive la posibilidad de experimentar un Trance, 2013 (el simulacro -o no- de cuando una médium se comunica con uno o varios espíritus, ese ojo parpadeante, ojo avizor, un ojo que todo lo ve, el ojo de la gran madre, la vidente, la capaz de deconstruir los estados laminares del espíritu y hacerlo esquema, juego de yuxtaposición y dobles filmaciones. Como los Dos retratos, 2015 donde ahora aquellos que nunca se fueron, aquellos que nunca la abandonaron, se manifiestan. Ante el grito del exorcista: “Manifiéstate ante mi, abandona ese cuerpo”. A lo que Marta Mª se niega, ella prefiere recogerlos, guardarlos para con ella, hacerles un hogar. Regalarles un archivo. Una filmoteca. Ofrendarles un Ilé, la casa de una coronada, una Illalosha, así como lo acciona de un modo análogo su performativa gestualidad en Corona del año 2017.


Serie Apariciones Tangibles, 2015


5.-
Personalmente pienso que Pérez Bravo no ilustra nada. Ahí discrepo de aquellos que pretenden folklorizar sus referentes mitologizantes simplificándolos. Ahora ella no propone ofrendas en imágenes que adorar, ahora más bien nos revelan relatos de fe, búsquedas de cómo intentar narrar lo inenarrable, cómo nombrar lo innombrable. Perpetúan un accidente poético que pretende asir lo inasible, darle forma a lo amorfo, frontalidad y superficie a lo inmaterial y etéreo, cuerpo representado ahora actuante a la no corporeidad, a lo que existe más allá de los cuerpos pero no como registro arqueológico del cual podemos deducir un conjunto de significados antropológicos o etnográficos, sino desde la libertad no-cientificista de la ficción-arte, ese lugar donde las libertades hacen posible lo imposible, porque no pretende argüirse como verdad sino como lo que es, como una mera ficción sanadora. Una ficción donde reconocemos nuestros más ocultos sueños y residuos. Aquello que fuimos y que sobrevive en nosotros aún. Algo de lo sagrado que Marta Mª acaricia, mimándolo, sacándolo a la luz como “luz misma” proyectada sobre el espacio museal donde las almas ahora descansan y son sacralizadas en la contemporaneidad, cumpliendo con el lema de Leví-Strauss donde enarbolaba que “el Arte será la religión del futuro”. Y darle -como dadora y sagrada mujer que- ánima, ánimo, animando lo inanimado, dándole alma, vida, una historia, revelándonos un secreto. Si estamos atentos, quizás aprendamos algo. Aunque para ello debamos cerrar los ojos y esperar que nos lo susurren (las imágenes) detrás de la oreja, mientras nos danzan alrededor en un carrusel sin fin.
Ibbae… Los muertos hablan. Luz y progreso.
Ashé.

Las Palmas de Gran Canaria, España
Invierno de 2020.



[1] Mi madre por ejemplo. Mi madre es Illalosha Omo Yemaya, con más de veinte años de coranada, y es espiritista desde niña. Recuerdo que siempre me contó que muchas veces “sus videncias” eran más que micro-filmes delante o detrás de sus ojos, son susurros detrás de la oreja.
[2] Juan Antonio Molina en su texto: Fuera de cuadro [un escalofrío en el agua de la cubeta] Lo invisible como presencia en la obra de Marta María Pérez, publicado en el catálogo de la exposición Relaciones Negativas del año 2011 del Centro de Arte La Regenta, del Gobierno de Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, España. Página 8.
[3] Curiosamente de manera sistémica MMPB ha reducido sus elementos significantes a 3: agua, luz (de velas) y palabras, justo, los tres recursos rituales más permanentes de todos los credos universales; quizás algunos leerán este reduccionismo como simplicidad, otros como sabia síntesis.