martes, 24 de agosto de 2010

EL DESEO DE LA VICTORIA (unas notas fragmentarias sobre la serie: “Peleadores” de Alexis W)



Alexis W
La ventana indiscreta no. 6
Serie: Peleadores nº 21, 2008
Cortesía del Artista
Galería Fernando Pradilla


1.-

El strip-tease —al menos el strip-tease parisiense— está fundado en una contradicción: desexualiza a la mujer en el mismo momento en que la desnuda. Podríamos decir, por lo tanto, que se trata, en cierto sentido, de un espectáculo del miedo, o más bien del "Me das miedo", como si el erotismo dejara en el ambiente una especie de delicioso terror, como si fuera suficiente anunciar los signos rituales del erotismo para provocar, a la vez, la idea de sexo y su conjuración.
Roland Barhes
Mitologías
Siglo XXI Editores, Página 89, México.DF-Madrid, 1980.

La obra fotográfica del artista canario Alexis Pérez Moreno, -quien firma como-Alexis W, siempre ha estado emparentada con una visión muy particular del sujeto. Mientras en el contexto europeo se impuso cierta moda o modismo germánico de “una fotografía subjetivista del paisaje”, este artista, disidente allá donde los haya, no ha abandonado las experiencias relacionadas con el sujeto para desentrañar una mirada afiliada a la carne, el deseo, la sexualidad como micro-política, su uso, abuso y consumo, o sea: la carne como hecho consumado, o como moneda de cambio. En un principio (la primera vez que me enfrente a su obra… fue por allá por el año 1999), era -aparentemente- fácil distinguir el “estilo de pensamiento” de Alexis porque éste se manifestaba como un descarado strip-tease documentador cargado de cierta condición homoerótica del sujeto retratado, donde el sujeto exhibía su sexualidad con desparpajo sin tapujos, prejuicios o complejos, sin que resultase tampoco obsceno o pornográfico; pero sin ser -para nada- lights, amanerados, o delicados. Sino, siendo mejor retratos directos… “al pan: Pan y al vino: Vino”. Retratos dotados de una estética que a pesar del meticuloso e intencionado “uso del color” no podíamos negarnos recordar la crudeza de Robert Mapplerthorpe y su “X Fólder”, o pensando ya precisamente en color, desenfoques, movimientos abruptos y fiereza visual, igual podía evocarnos los años más radicales de Nan Goldin. Fijeza de idealización estética que en un corto plazo de tiempo evolucionó hacia caminos contrapuestos, algunos más “documentales” y otros más “introspectivos y antropológicos”. Como derivas de un cuerpo desdoblándose en pliegues -corpóreos- de una mismidad extrovertida.

2.-

Cada figura estalla, vibra sola como un sonido separado de toda melodía o se repite, hasta la saciedad, como el motivo de una música dominante.

Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amoroso
Siglo XXI Editores, Página 15, México.DF- Madrid, 1982.


Así -prontamente- Alexis W dio giros inesperados en los derroteros que ya se establecían como “posibles estados paradigmáticos” de su quehacer fotográfico para trazar líneas de fuga, sobre todo líneas de poetización otrorizante, donde no era ya sólo el sujeto homoerótico el centro de su atención-acción, sino igual sus aledaños. En este sentido Alexis ha trazado directrices de escape del encasillamiento -sin abandonar por ello al sujeto- en series donde el “re-tratado” se “a-sexua” para elevarse a máquina o dispositivo narrativo -como dijera Foucault-. En esta dirección, las investigaciones seriales de La ventana indiscreta -por mencionar una de ellas-, han sido claves, rotundas, fundamentales. Obras donde el Otro se relaciona con su semejante, más allá de toda sexualidad, empero no por ello anodino, no por ello desprovisto de erotismo y sensualidad, no por ello insípido, soso, flojo de emoción; sino, todo lo contrario. Contenido, sí; anulado, no… aquí vemos un sujeto que se desvela sinceramente emocionado ante la lente del fotógrafo. Un estremecedor camino que sólo percibo -sin exagerar- en algunas fotos de García Alix o Sam Taylor Word, y que Alexis lleva al extremo de la saturación del sentido en la teatralidad de la toma fotográfica, en su tremendismo disimulado, en su sencillez escueta pero efectiva. Efectiva, no efectista. Un trabajo de subjetivación de sus entes retratados donde el artista nos obliga de manera imperiosa a mirar la Carne de cerca, a rozarla, besarla, lamerla, morderla, golpearla, agitarla, domarla… erotizándola con nuestra mirada. O incluso, más que con nuestra mirada con nuestro recuerdo de cómo ha sido domada, martirizada, enseñada a vivir, latir y sentir… la Carne nuestra.

3.-

…la desnudez como ropaje natural […] o sea reencontrar finalmente un estado absolutamente púdico de la carne.

Roland Barhes
Mitologías
Siglo XXI Editores, Página 90, México.DF- Madrid, 1980.

Bien, demos una lectura (que es a fin de cuentas, lo que es toda escritura crítica sobre una producción visual sea cual sea… sólo eso: “una lectura”).

En su serie: Peleadores, Alexis W, mantiene esa “erotización del contenido corporal del deseo masculino”, aún cuando no lo parezca. El deporte (ese sustitutivo social de la belicosidad militar) es un mecanismo de seducción de masa, un mecanismo de emulación donde el individuo se supera ante el adversario, o ante sí mismo, frente a todos, o al menos, frente a un público X. Es un ritual (como lo entienden los antropólogos post-estructuralistas urbanos) de adoración y fetichización mitologizante de ídolos de masas. Por tanto, es una “práctica del deseo”. En este caso, un deseo soterrado, di-sonante y di-simulado, pero deseo al fin y al cabo. En él, -mucho más en los llamados “deportes de contacto”, este indicativo me resulta muy sugerente- los cuerpos se sopesan, se ponen al límite de su aguante. En esta serie la fotografía de Alexis opta por cierta pretensión análoga, entiéndase “realista, documental”, menos “teatral-teatralizada”, y se comporta como huella de ese proceso de seducciones, donde el entrenamiento es un cortejo, la vestimenta, un pavoneo, un lucimiento, donde el cuerpo de los fotografiados participan de un strip-tease francés invertido. Y estos cuerpos se desmiembran en fluidos, rayonazos, puñetazos, rozaduras, punzadas, patadas, gestos de brusquedad, euforia, dolor y cansancio. Sangre, sudor, saliva. Prácticas donde desaparece el látex que todo lo divide en la Era de la Promiscuidad, donde el contacto es directo, con el peligro que ello implica, y el peligro de las tres S: sangre, sudor, saliva. Un territorio donde el cuerpo desaparece y se esfuma en su idealización fragmentaria. Un sagrado territorio ritual donde lo único que importa es derrotar al otro, porque en su derrota está tu mayor placer redentor. No sólo el posible gesto redentor de tu virilidad y/u hombría puesta a prueba en la afrenta; sino también el de la redención de tu honor. Aún cuando ese honor sea una entelequia abstracta y efímera llamada “VICTORIA”. Pues aquí en la victoria está la honra y la cuna de su deseo. El deseo de someter al otro bajo tu presencia atronadora, tu belicosa opacidad danzante que lo destrona de su estabilidad y lo zarandea, desequilibra y aniquila. Ídolos sobre los que ya versa una amplia tradición iniciada por Edweard Muybridge y Thomas Eakins en el Siglo XIX, y continuada por Wainer Vaccari o Matthew Stradling en el Siglo XXI. Donde la merecida adrenalina de tu dependencia afectiva, es tu mejor medalla. Unas imágenes donde la posible violencia visual de sus relatos se dramatizan hacia una intensidad intimista tan poética que no nos duelen, no… nos agreden; más bien nos acarician o besan nuestros párpados… quizás adoloridos por el desplome y el azogue de tanto realismo, o por el derroche de tanta valentía.

…mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Luis Cernuda
Qué ruido tan triste



Verano, 2010
Granada, España.

1 comentario:

Blogger dijo...
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