martes, 6 de septiembre de 2011

breves dosis de ficción (limbos e infiernos)

a mi madre
a francois
mis primeros lectores



limbos



EL RESTAURADOR




Todo comenzó de niño, cuando leyó la noticia que un visitante del Hermitage agredía la Dánea de Rembrandt.
De ahí vino el obsesionarse con la idea de restaurar la Belleza.
Al inicio, retratos familiares, luego rarezas adquiridas en el Rastro, después se doctoró en Bellas Artes; más tarde vinieron los robos.
Hurtos que ya restaurados aparecían en público.
Inevitablemente fue capturado.
Sólo estuvo encarcelado doce horas.
De allí, desapareció.
En la pared, un dibujo -hecho en sangre- de un paisaje (a lo Hobbema), donde un hombre de espaldas levanta el brazo… como despidiéndose.




EL REGRESO




- Quisiera tener mi rostro real.
- ¿Está seguro Sr?
- Sí.
- Tal vez le extrañen sus imperfecciones.
- Qué más da. Necesito la identidad que alberga esta persona que soy.
- Sr será un "bicho raro". Aquí todos están "retocados". Nada ni nadie es "real".
- A partir de mañana, mi rostro sí.
- ¿Ni quisiera aceptará un ligero desenfoque para aliviar la dureza de sus rasgos o los vellos faciales?
- No, nada.
- Es muy valiente, Sr.
- No lo creo, "Lo Real" puede ser otra máscara. Una nueva máscara que ahora nadie reconozca.




BAJO LA SOMBRA DE UN DIOS ENANO




Debajo de él han nacido universos enteros.
Su sombra los describe, les da forma, los cosifica, les da vida.
Su oscuridad les proporciona el latido de su existencia.
Bellos paisajes rurales, boscosos, desérticos, rocosos, perfumados parajes marinos donde el salitre inunda el olfato, o ciudades donde el asfalto y el brillo parpadeante de las luces reina.
Unas veces esta sombra pegada a su cuerpo, como si fuese un tentáculo de su ser, se le rebela, se insubordina y anima bestias, fieras no mansas, vidas botánicas venenosas, tóxicas; otras veces -cuando le es fiel- se embaraza de orquídeas, oleajes azules que compiten con un cielo violeta, o dibujan el borde de unos labios.
Su cuerpo también cambia de apariencia, e incluso en ocasiones, hasta de nombre.
Le han llamado Mont Blanc, Waterman, Pilot, Staedtler, Bic; pero reconoce que como mejor se encuentra es enfundado en una armadura de madera, mientras domestica con caligramas oscilantes la sombra esencial que le vertebra de oscuro grafito.



CÁPSULA



En este lugar mi mundo se distancia.
Queda allí, fuera de mi alcance.
Contrario a mis deseos, de este lado, voces chillonas e histriónicas escamotean -a todos los vientos- sus nimiedades cotidianas, como si fuesen valedoras de ser elevadas al deseo de ser dignificadas como relatos, que tras el viento, se colectivizan; y el colectivo las hace fabulación loable, aplaudible.
Del lado de acá, todo es una “puesta en escena”.
Cuando del otro lado se pagan las luces, me quedo solo.
Pero las voces no se callan, siguen murmurando su retahíla, como la llovizna negro-blanca-y-gris de la pantalla de un televisor que acaba de perder su señal.
Es el momento en el que aprovecho para -entonces- gritar.
Afónico, me callo. Nadie me escucha. Sólo mis voces, murmurantes… aún.




EL ARCHIVADOR




En él descansa el conocimiento oculto de las palabras.
Aquellas que sólo se despiertan cuando algún solícito aprendiz necesita del saber impregnante de sus esencias.
Sobre él se estructura el legado más sólido de la raza humana, en las más diversas de sus acepciones, modismos y vericuetos misteriosos; que en él -dicho sea de paso- dejan de ser misterios para ser “clarividencia revelada”.
Aún cuando su nombre signifique -literalmente- aquel “…en el que se recogen y explican de forma ordenada [las] voces…”; muchos le conocen por sus nombres de pila, léase… Moliner, Cuyás, Collins, o para los más cercanos e íntimos, el de la R.A.E.




BURBUJA



Habitar dentro de una burbuja de aislamiento clínico tiene sus limitaciones, sobre todo, físicas pero no mentales. Por ejemplo, a pesar de la nostalgia por los abrazos, los besos de su madre, el roce de los dedos de su amor infantil, el sonido rotundo de la voz de su maestra de primero, el jugar con los amigos o el acto dadivoso de rascarle de su padre, cuando le preguntas a Pablo ¿cómo está allí adentro? Te responde que “bien, mientras pueda leer, escuchar música, ver alguna serie de la tele y respirar”. Entonces recuerda la asfixia repentina, la piel cuarteada hasta sangrar, la hinchazón de sus manos y ganglios, levanta la mirada y remata respondiendo: “El mal está allí afuera… aquí dentro, no”.



infiernos



AGRIDULCE


ES DELICIOSO ESTE OLOR.
Huele como a fresa. Mis ojos están vendados. Siento caricias de lenguas sobre mi piel. Puedo escuchar el ritmo de sus respiraciones. En un gesto de rebeldía de mi cabeza, la venda se desliza y puedo ver a una bellísima mujer. Con delicadeza me masajea hombros y senos. Inclinada, ya con la venda casi suelta, puedo ver como otra mujer toma una copa de vino, coloca sus pies cerca de mi abdomen. Solícita... lo huelo, es un vino aromático, Merlot parece... una tercera acecha, observa.
Mi piel registra un intenso frescor que hacia adentro avanza.
Sudo. Me mojo toda, aún no he tenido tiempo para la total excitación, porque intento saber dónde estoy. Humedezco mis labios en el vino vertido de la boca de la mujer que veo frente a mí, coge algo plateado entre sus manos (reconozco su forma)... se inclina sobre mi, dejando sus muslos delante de mi boca. Me penetra. Disfruto esa invasión. Me relajo. Mi piel se eriza.
En mi arqueo corporal, noto que lo que me amarra las manos, es un lazo de seda negra. La embestida que hasta mi cintura me hinca, sufre una añadidura, siendo calada doblemente. Me uno al ritmo acompasado del contoneo.
La voyeaur sujeta un espejo para que seamos cómplices del baile de miradas. Allí me veo reinando. Soy la protagonista de mi propia coronación. Mis sentidos toman dimensiones extraordinarias. Estoy extenuada. Mas le hago compañía al compás de las caderas que sobre mí; galopan. Puedo comprobar quienes son mis actuales dueñas. Quienes marcan la sinfonía que de mi cuerpo fluye. Ellas se han acicalado la pelvis con prótesis de armas, atadas a sus ingles. Armas que me desarman. Y pierdo las fuerzas. Con este simulacro, recuerdo la lejana realidad de un hombre. Pero prefiero esta ficción. Se me resiente el cuerpo; sin embargo, hallo el goce.
La tercera mujer acerca un frasco pequeño, e indica que lo inhale.
Me susurra:
-Verás cómo te animas. Es Poopers!
Tengo una erección.
En mi cabeza revienta una pregunta:
¡¡¡¿POOPERS?!!!

Me despierto. No soy una mujer. Tengo la piel llena de marcas, cicatrices, huellas de golpes de cadenas, o fustas. Padezco un dolor punzo-penetrante que me atraviesa desde los pies hasta los ojos. Me siento al borde de la cama, y desde la columna vertebral hasta lo más interno del estómago, me viene al paladar el sabor de la náusea. La evocación de un viejo regusto que me repugna. Sacudo mi nariz. Salpico desde ella una gota sangre que al chocar contra el suelo no sé por qué extraña razón la escucho como una explosión. Se me escapa una lágrima.

-Hijos de puta!!!!!!... Me han violado.



INVENTARIO



ESTO NO ES UN SALTO AL VACÍO. Es simplemente un acto de caída libre. ¿Quizás allí al final la libertad esté alcanzable, tangible ante mis manos? Pero NO: Abajo está la calle, la gente que pasa, ingenua y desentendida de mí, los arbustos, las flores, los automóviles, las bicicletas, los camiones, los trenes, los semáforos, los postes telefónicos y los postes eléctricos, los policías, los militares, los motoristas y sus flechas andantes, los burócratas, los ejecutivos que no ejecutan nada, los ladrones, los niños, las madres, los padres, los abuelos, los tíos, los maridos, las mujeres, los amantes, los solitarios, los amigos, las putas, los maricas más putas que las putas, los perros, los gatos, las ratas, los insectos sin alas, los actores y el Circo del Teatro, MI TEATRO. CAIGO. El Vacío está entre el Piso Número Trece desde donde he comenzado mi viaje terminal y el asfalto, la acera, el suelo y el subsuelo, la alcantarilla, la mierda, el orine, el agua, el riachuelo urbano que es el flujo de las fluencias albañales, y el MAR (infestado de mí y de todos nosotros, pero sigue siendo el MAR). Desciendo hacia el asfalto en un gesto de inhibición. En un reto a la gravedad física y a la gravedad misma de mi caída, dilato el tiempo de experimentar el vuelo. El vuelo kamikaze con la muerte como final del trayecto. El asfalto tiene inscrita la boca de la muerte donde debo sumergirme en un beso de muerte, fatal y oscuro, o talvez... luminoso. Húmedo, salpicado de mi sangre, diluvio de mi cuerpo que al reventar sus huesos se desborda. Antes de que todo acontezca; invado el tiempo. Le venzo. Tengo como ganancia el detenerlo. Distraerlo de su curso habitual. Logro relativizarlo -como Albert-. Destensiono la duración tangencial y cíclica de sus fracciones. Las dilato. Las expando. Entre una fracción y otra, reflexiono. Me doy ese lujo pseudo-filosófico de todo muerto futuro de “pararme a pensar”. Enhebrar mi destejido pensamiento, volver a entrecruzarlo:
¿Dónde estará mi madre a estas alturas? ¿O mi abuelo? El final de mi vida será como el final de la vida de Ana Mendieta. Nadie sabrá si caí, resbalé, me deje caer o me empujaron. No sé por qué no grito. Si gritara llamaría una última atención hacia mí. Un llamado a la atención ajena, histriónico. Un posterior triunfo escénico. Pienso que no hace falta. El caer es en sí un signo de admiración-interrogante. Un signo bicéfalo de pregunta y asombro. Sólo Oloffi sabrá cuál es el signo indicado de mi último gesto actoral. Sólo Oloffi...

CRAAAAAAAAACK!!!!!!!! [Estruendo estrepitoso.]
La Sangre entra en escena.



RELIQUIA



-¿Y ESO QUE ES?, pregunta un joven evidentemente caucásico… europeo con la cabeza rapada y la piel casi mortecina, de tanta pulcritud rosácea.

Si yo mismo pudiera responderle le diría que soy un reducto. El fin de un reciclaje. Lo último que queda de la crueldad humana. Mi forma engaña, parece industrial mas antes mil manos manosearon lo que eran las partes de mi cuerpo para terminar siendo lo que soy.
Soy -y repito- de las últimas huellas de la crueldad humana, un fósil, un fragmento espejeante que puede gritar los gritos contenidos de donde fue tomando sepultura, dolor, desesperación, desesperanza, desasosiego, derrota, humillación de quien conoce el destino fatal de su sino.
No es cristalina la esencia que me arguye como un trozo de lasca, una escama anacarada inodora, insípida, anodina. No es cristalina mi esencia porque mi alma antes fue mancillada.
Tal vez por ello he devenido en tanta higiene torturante como consecuencia final, tanta agua, tanta espuma, tanto potasio o almizcle -alquímico recurso natural que me disfraza burbujeante-… eso soy

-Sr. ¿y eso que es? Insiste el joven que se aproxima al mostrador de este lugar donde nada es seguro. En esta antigualla de antigüedades que se autoproclama “Tienda”, lo único seguro es que el dueño, el Sr. aquel, a quien ahora este joven -algo impertinente y soberbio- reclama, es la verdadera reliquia de todos nosotros.

-Eso…

Desde aquí puedo sentir como me señala con el dedo inquisidor de su mano derecha.

-Sí… ¿qué es?
-Es la última astilla de los restos de un jabón, hecho con grasa humana.




RECUERDO




TU NOMBRE SÓLO, GIRA COMO UNA MANIVELA VELOZ Y ENTRA EN MI cabeza. Y yo no puedo hacer otra cosa que pensar en ti. En la belleza de tus manos, el color verdeazul de tus ojos achinados, almendrados, dibujados a mano sobre la faz de tu rostro. No puedo hace otra cosa que pensar en el tacto indecente de tus labios, o en el olor húmedo de tu piel rosácea, límpida, escapadiza como la arena. No puedo hacer otra cosa que pensar en el ti, cuando escuche el primero de todos los golpes extraños que avisaban la caída, o cuando en fracciones de segundos que delante de mis ojos se hicieron eternos, la hélice del avión saltó en pedazos, atravesó la compuerta y oscureció todo. Un segundo antes de la nada, esa nada putrefacta y estúpida de la que nadie te da testimonio alguno, una milésima de segundo antes de ella, la nada vacía de la nada; a pesar de la sangre, el olor de la carne quemada, el humo y el vacío… no puedo hacer otra cosa que pensar en ti.
Egoísta que soy.




EL LLANTO



ODIO CUANDO LLORAS PORQUE NO ENTIENDO QUÉ ME QUIERES DECIR, pero me alertas de tu fragilidad. Odio cuando lloras porque esa alerta me ciega, me convierte en una madre animal, a quien sólo la gobierna su instinto de madre protectora. Un instinto que nunca conocí venido de mi madre.
Odio cuando lloras, porque fue tu llanto lo que me delató mientras acuchillaba -con el ritmo de un baile nupcial- al pederasta de mi padre (tu padre), al cruel sanguinario que me quitó la infancia, la inocencia, la belleza de mis primeros años, acuñando el horror en mi cuerpo y tatuando el asco en mis labios.
Fue tu llanto quien dio la alarma mientras apuñalaba al cobarde de mi hermano que nunca tuvo el valor de defenderse, ni de defenderme -a mi, a su hermana menor-; quizás porque en el fondo le gustaba el abuso paterno, no sólo en su cuerpo, sino también en el mío.
Fue tu llanto el sonido chivato para que la mala madre de mi madre intentará huir, pero que en su alcoholismo y adicción a los antidepresivos quedó inmóvil, como inmóvil siempre fue testigo quieto -testigo quietísimo- de todo nuestro calvario. E inmóvil se quedó cuando fragüé sobre ella mi venganza plañidera, mi último ritual de limpieza de todo el dolor.
Fue tu llanto quien avisó a los vecinos de mi dejadez, de mi estado psicótico, donde la realidad lloraba junto a ti, lágrimas de sangre por doquier.
Odio tu llanto porque fue el disparo-sonoro que me hizo “volver a la realidad” (a una realidad en “cámara lenta”) cuando nos separaba la policía, los paramédicos de la ambulancia, y aquel agente fiscal, frente a las cámaras de la tele -como entes mecánicos depredadores de noticias-, y los vecinos del barrio torcían sus caras tras mi paso.
En cambio, por lo que más odio tu llanto es porque nunca he podido recordar oírme llorar, pero si te escucho llorar, soy capaz de matar por acallarte.

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