miércoles, 24 de marzo de 2010

húmedo como un glande mordido, cenagosa como la materia pictórica [… unas notas acerca de la obra reciente de carlos h. rivero]


Carlos Rivero
De la serie: Ciénaga, 2009
Óleo sobre tela
400 X 200 cm
Cortesía del Artista

a deleuze
por esta tempestad
que es la escritura

primera premonición
(como una duda)


la pintura es como una “cosa pegajosa” que quienes no la han tenido entre sus manos, no saben cómo retenerla. quizás porque lo ideal sería no “retenerla”, sino… dejarla correr, fluir, huir de nosotros hacia el soporte y que allí conquiste su propio territorio, su privativo fanguizal, su hedoroso meollo de materia semiseca, mohosa, maloliente.
la pintura es húmeda y luego seca, es blanda y luego dura. y en controlar esta dualidad y/o bipolaridad esquizoide, está la naturaleza de su lenguaje. en saber desdoblarse sobre el control y la libración, la expulsión y el erguir, el soltar las riendas de su fluidez y luego tabicar con diques secretos el contorno de sus relatos. ese es el truco, en ser como ella. táctil como un puñetazo. ágil como un río, como agua que se derrama, cae, se deja deslizar, cascada abajo, cae y reposa, y se hace agua cenagosa, estancada. liquidez que se cosifica, fosilizándose en signos perecederos, estancados, estáticos, casi quietos, mejor… inquietos.

segunda premonición
(escarceo)


presiento como un miedo, como si me abrazase un hálito escalofriante que desafía mi valentía, al limite y la derrotase. no sobrevivo en este territorio pantanoso donde no hallo un punto de referencia cartográfico para escapar o regresar sobre mis pasos. mis pasos se diluyen en el fango, en el agua. no logro apreciar un perímetro de salvación contra el ataque de cualquier traición. el verde me abruma. el verde, el sucio marrón, violetaceo, azuloso. mis pasos encharcados se hunden tras de mi; y siento miedo. estoy al descubierto, nadie me acecha y siento miedo. la realidad me hace temblar y la humedad calienta tras mi piel todos mi poros, transpiro como si hiciera el sexo con esta vegetación angosta. el ruido no cesa, aumenta… in crescendo, repetitivo, cansino como sólo puede ser de cansino el sonido constante del agua, el croar de las ranas, los sapos, el chirriar de los grillos, las cigarras, el repiqueteo de los pájaros hurgando en los troncos de un árbol caído, apestoso, podrido, refugio de un hurón tal vez igual mojado. el ruido no cesa y yo me estoy mareando. me falta el aire como si estuviera padeciendo un ataque de agorafobia, demasiado paisaje se abre frente a mi, a mis espaldas, a mis costados. los insectos me sorben la sangre por garrafas como si fuese su vespertino festín. el sol desciende. viene la noche. el miedo crece y no sé como volverme un huracán y arrasar este barro comiéndose mis dedos, arañando mi cornea y el brillo pupilar de mis visiones. se me nubla la vista. como si me mordieran en los párpados los halos de cierta oscuridad que está ganándome terreno. quizás me asfixio. me tiemblan las rodillas, no es cansancio; es sólo miedo. me quedo quieto. y espero.

tercera premonición
(un alma, un cuerpo, un hallazgo)


la primera vez que choqué con la obra de carlos hernández rivero, ese primer contacto fue exactamente eso… un choque, un accidente, un brusco impacto ante mis ojos. en medio de una exposición algo arbitraria y anodina, pretextual y políticamente muy correcta sobre artistas canarios e invitados; tuve una revelación.
un pequeño conjunto de unas cuatro o seis acuarelas de este artista tinerfeño que me recordaba el arte con el que crecí. el arte -americano- con el que me hice lo que ahora soy. un “adicto al arte”, como dijera charles saatchi; por supuesto, yo… en otra dimensión y/o en otra tipología adictiva pero adicción al fin y al cabo.
cuando vi esas acuarelas que me iniciaron (así… como “una iniciación” -religiosa-) en el contacto y el seguimiento de su obra, descubrí que en ellas había una relación referencial directa con la obra de algunos artistas con los aprendí un modo muy concreto de entender y hacer el arte.
hablo del quehacer de artistas como el mexicano julio galán, el cubano segundo planes o el texano-neoyorquino ray smith.
los tres, marcados por un pragmatismo pictórico heterodoxo, desafiante, burlón, simbólico, poseedor de una sapiencia gestual.
los tres, libertinos en el colorido caprichoso y asfixiantes en las amplias atmósferas enrarecidas de sus espacios pictóricos.
los tres -como carlos- enfrascados en desenterrar o reinventar una narrativa de la infancia, la familia, el territorio doméstico de supervivencia que es el hogar, la memoria y la violencia mental de los recuerdos.
los tres -insisto, como carlos- impregnados de cierto desden hacia la ordinariez de la vida diaria, pero a la vez, idólatras de los pequeños placeres de la mirada hacia la fascinación de los detalles más insignificantes.
más tarde, comprobé primero, que estas acuarelas eran sólo el prólogo de la prolongada obra de carlos, y segundo que el artista no conocía precisamente la obra de segundo planes, obra con la que luego comulgó de forma inmediata.
como comulgué yo con el resto de su amplia producción, donde el artista me ha ido demostrando cómo ir haciendo un territorio terapéutico que nos resguarde del olvido, desde el ejercicio creativo de la pintura y el dibujo.
o sea, el alma de un cuerpo que más tarde se iría corporizando de manera más exacta ante mis ojos.
léase: revelación total de éste, mi hallazgo.

cuarta premonición
(verde como la carne verde de un vegetal erecto en su jardín)


el arte es siempre un mecanismo espiritual de supervivencia para superar nuestros lastres más mundanos.
es -definitivamente- nuestra mejor terapia contra los males psicosomáticos de nuestro espíritu.
a pesar de las vulgares oscilaciones que circundan alrededor de su naturaleza como mercancía, más allá del propio sistema; el arte en sí, ese objeto-fetiche poseedor de cierto hálito de vida propia que expresa una experiencia, es el producto de un desgaste energético gratuito que sólo busca una sanación.
sólo busca la paz.
los artistas -llamémosle- todavía “manuales”, es decir, aquellos que aún prefieren ejecutar con sus manos las obras que producen, saben de este rol sanador del arte, más que ningún otro.
es más, hallan en ese obsesivo y oficioso quehacer casi una redención mística.
carlos rivero, es de estos artistas.
por eso su obra es tan táctil, tan necesariamente artesanal, “hecha a mano”.
él es de esos artistas que yo llamo: “onanistas”.
aquellos que disfrutan tanto del proceso creativo de su obra como si hicieran el amor consigo mismo, o más que “hacer el amor” -ese eufemismo-,… como si hallaran un misterioso y carnal placer sexual en la manufactura de su obra.
intuyo esta idea rectora del goce, porque si no fuese así, entonces… ¿a qué se debe tanto regocijo? ¿tanta procesualidad y tardanza relentizadora en la hechura misma de la obra en sí? ¿tanta mañocidad masturbativa del roce, más bien el goce como resultado?¿el goce rozante como medio o como fin?
carlos no desliza la mano sobre los soportes que usa, no rotula el gesto, “la pone encima”, deja caer la mano, como el agua que choca contra la roca y allí queda su impronta.
y ese “ponerse”, una y otra vez, encima de una misma mismidad, da un resultado casi lastimoso del soporte como tal.
un soporte que no es lamido, como lo hacen los artistas “relamidos” del academicismo representacional; sino que es mordido por el pincel, la espátula, el óleo mismo como cosa dura que lo erosiona. ¿o debería decir que lo erecciona?
verticalizándose como “cosa dura” que antes acuosa fue, y ahora está ahí; descansando en el sin-estar de la pintura, como “cosa que ahí está”… quieta e inquietante.
sanando sus heridas.
lamiendo sus mordidas en esa soledad que es la pintura.

quinta premonición
(esquivando un sendero tagencial o viaje del hogar al pantano)


al poco tiempo de ese agraciado primer encuentro con la obra de carlos, tuve la oportunidad de conocer la obra que estaba produciendo paralelo a esos dibujos espaciosos donde el fondo blanco primaba.
en aquel tiempo eran un conjunto de trabajos los cuales tenía la sensación de que el artista articulaba un “teatro de actuaciones espaciales” dentro del soporte pictórico.
obras donde la “puesta en escena” se manifestaba como territorialidad simbólica dominante, donde el espectador, quedaba ahí, afuera, sentado en su butaca, observando tras un perímetro de distancia física.
por una sensación de extrañeza perceptual estas obra me resultaron excesivamente teatrales, pues en ellas, todo ocurría dentro de un espacio pictórico, un espacio pictórico algo estático, como perplejo de la noticia de que esta siendo observado.
más adelante, rivero comenzó a mostrarme piezas pictóricas donde los desplazamientos enunciativos de las escenas pictóricas ya planteaban un movimiento interno más dinámico, pero la estrechez espacial seguía constriñendo “lo que allí pasaba”.
y creí en este caso, que esas nuevas obras más que “teatrales” eran “televisivas”.
ya que ante ellas el espectador podía disponer de la comodidad de la distancia doméstica, y la pantalla protectora del andamiaje que lo aleja de lo que ocurre dentro de cada pintura.
no como su obra más teatral, donde a pesar de la “ficticia distancia de las butacas”, en ocasiones tenías la sensación que la invisible frontera de lo narrado; podría franquearse, y tocarte, rozarle con la ligereza de un beso.
en esta segunda etapa, imaginé que carlos escondió en una “bola-caja de cristal” el universo pictórico que iba desarrollando, separándolo de nosotros. haciéndolo inaccesible a nosotros.
una inaccesibilidad que nos daba envidia y tranquilidad a la vez.
una obra que anteriormente describí como su mejor manera de inventarse un hogar.
y que siempre me pareció el modélico esquema de una imaginería de represiones expuestas a la luz con la valentía de quien deja un testimonio escrito.
por el rigor que crea la lectura en el enriquecimiento de lo imaginativo, de quien lee.
eran obras cargadas de literaturalidad poética e histriónico dramatismo teatral.
sin embargo, las obras más actuales del artista, primero abandonan la privativa distancia relacional y nos subyugan en sus espacios descriptivos; segundo, esto sucede porque cambia de topografía donde se desarrollan sus fabulaciones, y porque la pintura en sí, su materialidad se hace más palpable, como si nos pidiera en una hechizante voz de susurros… que la tocásemos (y esta sensación la experimento cada vez que veo materia pictórica “puesta allí” como derroche, como si la aceptase como un reto a mi prudencia crítica o a mi educación estética).
ya no es el seguro recinto hogareño de la infancia lo que es “objeto de ser pintado” en estas nuestras pinturas de carlos; ahora es la ciénaga, el pantano, el bosque.
el ambiguo y metafórico espacio de la ambigüedad que es el “afuera”.
pero no cualquier “afuera”, sino este es un “afuera”, angosto, incómodo, infestado de mosquitos e insectos picadores (en cuba dijeran: “jodedores” y la palabra no estuviese siendo “usada” desde la mala educación lexical, sino desde el más sabio decir popular), rodeado de agua putrefacta, tal vez insalubre, insano.
un “afuera” donde la vigilancia y su control no es humano; es animal… ¿o debería decir “natural” aún cuando me arriesgue al facilismo de la rima?
un “afuera” donde el antes “protegido” sujeto del relato -¿y quizás nosotros mismos?-, queda (mos) a merced de un paisaje algo misterioso.
por no decir siniestro, o siniestro por misterioso; y así…

sexta premonición
(un paro en el camino)


debo confesarme:
la curiosidad me asaltó cuando observé que carlos rivero no escogió cualquier espacio exterior al espacio doméstico para explorar temáticamente en la última producción de su obra.
ya que desde mi percepción, la ciénaga es una metáfora perfecta de lo que es la pintura.
“algo mojado y medio duro” que cambia de naturaleza material asiduamente.
un territorio cartográfico el cual por mucho que lo conozcas siempre te puede sorprender, asaltándote con un giro de los acontecimientos de su entorno.
un cartografía accidental, caprichosa, arbitraria, azarosa; donde toda la suerte de su evolución está ligada a la presencia y el reflujo acuoso de la humedad ambiental y el agua.
un lugar donde nunca debes “sentirte seguro”. no puedes.
en la sabana, por ejemplo, el peligro se ve venir.
en el bosque, más que verse… se escucha por la sequedad de las ramas de los árboles y su fácil crujir.
en la ciudad, a no ser en los traicioneros dobleces de las esquinas, a corta distancia, o en las distancias cortas, el panorama de la urbanidad es controlable por nuestra mirada. pues vemos con lo que nos topamos.
en la ciénaga no.
a penas vemos más allá de nuestras narices.
culpa de la vegetación y la niebla.
así como poco se es dueño de la situación de la pintura más allá del momento exacto de su hechura. luego puede darle el sol y craquelarse el barniz. o humedecerse y abofarse la tela o contraerse un empaste. u oxidarse un pigmento… en fin. “algo puede pasar”, para que su finalidad no sea exactamente lo que esperábamos que fuese.
la ciénaga me recuerda esa “inestabilidad” -como dijera severo sarduy- barroca, densa en su espesura, y áspera y lacia (es decir: dicotómica) en su tacto.
pero la ciénaga también por su molesto clima caluroso invita a la desnudez, al desparpajo, al erotismo de los cuerpos.
así como es lugar perfecto para esconder nuestros despojos, nuestra basura, nuestra mierda. un lugar que te da una bofetada de realismo sensorial.
así como la bofetada del domina, libera al sumiso de todo control y responsabilidad; y le propina como regalo aplomo, certeza de quién y qué es, en tanto es cómo es.

séptima premonición
(el desagüe)


esta última obra -sobre todo pictórica, pero también escultórica y dibujística- de carlos rivero tiene una cualidad cuantitativamente superior al resto de su quehacer: es envolvente.
como si ante ella estuviésemos -ahora- frente a una dramaturgia más bien cinematográfica -algo hitckeana, de “suspense”, intrigante y horrorífica pero nunca “gore”, nunca grosera aunque grotesca-; pero como es concebida la experiencia cinematográfica del siglo XXI.
una cualidad pictórica la de su “esencialismo atmosférico”, su “sentirse a sí misma como pintura”, que lo acerca más a creadores de su generación lejanos de su contexto -una vez más su circunstancia periférica lo libera de clichés regionalistas y lo acerca a “universalismos particulares”- como el checo joseph bolf, la búlgara-alemana oda jaune, o el amerindio brad kahlhamer, el venezolano abdul vas, o el salamantino enrique marty; con quien junto con joseph bolf, igualmente comparte cierta obsesión por la infancia, como temporalidad simbólica eternamente detenida en el tiempo, como “traumada en el tiempo”.
una obra donde la especialidad dimensional de horizontalidad -casi de cinemascope- de algunas pinturas, la hace “doble sond round”; es decir, abrazadora. eso… envolvente.
como si engullese al espectador al interior de su metafórica territorialidad sensorial, y colocase ahí, en un rincón contemplativo pero de dúctil fragilidad.
esta es -ahora- una pintura que se sitúa detrás de ti -como espectador-.
o sea, su final, no está delante, y a t(s)us costados, sino al fondo de tu espalda y al frente de ti, pero allí donde tus ojos no ven. sólo perciben destellos, chasquidos que se insinúan, no se dejan ver claramente, olfateando los olores de este lugar imaginario que ahora -en el preciso instante del ahora- te tiene subyugado dentro de sí.
y esta es la mayor virtud de carlos en esta andadura donde la obra no sólo deja de ser suya en el momento de compartirla con nosotros, sino que nos hace suyos.
una obra signada de y con una post-romántica sensorialidad extrema… ¿o quizás debería decirla-y/o-escribirla en inglés “extreme”?; peligrosamente adictiva, como la mejor de las drogas. aun sabiendo que ninguna droga es mejor que otra, porque ninguna está cargada de bondad, más allá de la satisfacción inmediata y efímera de su enajenante ociosidad.
una pintura que ha evolucionado de una especialidad cúbica, del cubil teatral y de frontal escenario televiso, a una especialidad esférica, ambiental, abierta, de 360º. eso… abrazadora.
una obra cariñosa por tocona. con un cariño invasor que casi te viola la cornea y te vampiriza el sentido del ojo. sólo que esta es una violación negociada, permitida, promiscuamente conveniada entre quienes participan en ella como acto placentero donde el poder, el control y el dolor, conviven con el placer y el goce.
así como cuando te muerden el glande o un pezón, y estás a punto de gritar olvidando que estas amordazado; pero lo intentas.
porque sabes que ahí está tu verdadera liberación, en el intento de liberación. en ese sentirte fuera del desagüe, lejos del mundanal ruido del frustrante hogar disfuncional, y más cercano a la playa, al arenal, las dunas paradisíacas, listo para bañarte en las aguas frías del atlántico y dejar tras de si la húmeda soñolencia de La Laguna, la ciénaga o el pantano.
adiós la pesadumbre de las encorsetadas normas civiles de la sociedad citadina judío-cristiana, porque carlos ha decidido “emboscarse” -como ernest jünger-, en la maleza de la naturaleza; allí donde los amantes furtivos se escapan para desenvainar su espada y clavarla en los cuerpos del otro. el cuerpo de él mismo, como cuerpo de dios que es, como todos nosotros igual somos. así, con nuestras virtudes y nuestros defectos, a imagen y semejanza de su espejo.
éste… su espejo, su pintura.

Granada, España
Marzo, 2009.

1 comentario:

Jorge Mata dijo...

Lindo texto mi bro... En hora buena, estas afilao. Abrazos. M