LOS FÓSILES AMADOS
(una primera aproximación
a la obra reciente de Silvana Pestana)
Lograr la construcción de un relato propio y reconquistar
su realidad desde la herencia simbólica, y para ello emplear la arqueología
como epistemología constructiva, como metódica dadora de fabulaciones autómatas
capaces de traspasar el tiempo, es lo que hace la obra de la multifacética
artista peruana Silvana Pestana.
Además lo hace desde una inusual combinación de lenguajes
artísticos contemporáneos, donde lo imagen fotográfica dialoga con objetos
escultóricos instalados en el espacio y viceversa.
En nuestro contexto latinoamericano e iberoamericano -estaría
mejor decir- del arte producido y/o generado incluso fuera del mismo, la
memoria y el discurso de su historia es un pilar fundamental de nuestras
actuaciones, ya sea por omisión y por añadidura, pues desde el punto de vista
argumental somos una comunidad artística enmarcada (o que contradictoriamente
huye de toda referencia que intente enmarcarla) en un devenir en plena construcción.
Una construcción que viene de su transitorio pasado
colonial que hoy día evoluciona hacia un actual tiempo post-colonial de
crecimiento propio, independiente, descentrado de los jerárquicos estados
centralistas de Europa y Norteamérica; un tiempo donde estamos en el momento
exacto para reconstruirnos.
Con el auge del lenguaje fotográfico -sobre todo con la
proliferación de la Era Digital y su fácil acceso, producción y distribución- como
mecanismo de activación del archivo visual como instrumentalia significante,
muchos son los creadores que desde las últimas cuatro décadas ahondan en la
investigación en el Discurso de la Historia o la restauración de nuestra
memorabilia, como herramienta de legitimación y visibilidad de una diferencia
nuestra.
Entre ellos destacan Rossángela Rennó, Alfredo Jaar,
Graciella Sacco, Luis González Palma, Geardo Sutter, Maruch Sántiz Gómez, Marta
María Pérez Bravo, Teresa Serrano, Betsabeé Romero, Fernández Sánchez Castillo,
René Peña, Rubén Ortiz Torres, Guy
Veloso, o Javier Castro. Pero igualmente desde otros lenguajes -como el dibujo-
que toman el material fotográfico como documento en sí, artistas como Fernando
Bryce generan todo un arsenal argumental con el archivo de nuestros recuerdos
visuales como eje protagónico. O el mismo José Bedia, quien no sólo desde lo
fotográfico se acerca a nuestra ancestralidad, pues él practica directamente le
antropológico estudio de campo, asi como el habitual ritual investigador de un
bibliotecario académico, antes de abordar cualesquiera de sus excelentes series
en las que contrasta sobre la tenaz “persistencia del primalismo” -como llamara
Robert Farris Thompson a los pueblos ancestrales y originarios-, en nuestra
atemporal contemporaneidad.
En cambio, pocos han pensado en la escultura como el
lenguaje desde el que abordar la memoria de nuestras culturas ancestrales y/o
populares.
En este sentido, la combinación que propone en su trabajo
Silvana aporta un nuevo componente analítico, un añadido estético a dicha
investigación, y dicha representación de nuestra memoria[1].
Tras sus primeras instalaciones en las que la pintura
expandida hacia lo fotográfico y lo fotográfico hacia lo objetual se mezclaba,
como por añadiduras residuales Pestana fue incorporando a sus obras cierta
mentalidad collage que se hizo sumatoria, inclusivista, donde todo lo hallado
es sumado.
Donde cada fragmento se convierte en soporte contenedor
de contenidos poéticos y cada roce se hace una huella.
De ahí el tanto trabajar con delicadas y tradicionales
láminas de pan de oro.
El pan de oro es lo que para Enrique Martínez Celaya es
la nieve.
El oro es el símbolo del poder, pero también es el
símbolo de una belleza antigua. Es el símbolo de lo tocado, lo dado por los
dioses, es un metal precioso, preciado y escaso.
En Perú la minería ilegal en el Amazonas es una de las
grandes problemáticas del país, pues la artista la retrata investigando en qué
repercusión social tiene en el individuo actual, una practica del Virreinato de
España, donde la ancestralidad del saqueo es ya un tara intrínseca en nuestra idiosincrasia
cultural, donde el abuso es la palabra clave, donde el desasosiego es el
resultado inmediato, donde la devastación, confronta belleza con muerte.
Igualmente, Silvana hace cohabitar en los espacio
expositivos donde sus obras se enclavan una especie de añejamiento en la
facturación que está sujeta a su dominio de las formas académicas,
representacionales, de un lirismo perfeccionista, donde la elegancia se hace
seductora, pero esa seducción engaña al ojo del espectador que se aproxima a
problemáticas que hubiese desdeñado de estar frente a ella en el espacio
obsceno de lo real, en la selva misma.
Por ello, el galvanizado -una técnica ancestral indígena-
de las plantas y frutas, convertidas en fósiles. Este simbólico uso metálico de
la naturaleza que la desnaturaliza y la hace símbolo, joya, emblema de fuerza.
Como si con un recubrimiento metálico le robase a la
naturaleza un testimonio para inmortalizarlo, para paralizar el tiempo no a
través de lo fotográfico sino a través de lo escultórico. Es como retener la
memoria de las plantas con esa técnica ancestral, fosilizándolos a través del
metal, convirtiéndolos en: "nuevos fósiles de la memoria".[2]
Serie: Galvanizados, 2016
Baño de Cobre sobre vegetal del Amazonas
Instalación
Cortesía de la artista & Girsberg Gallery, Lima
Este gesto tiene entonces toda la importancia histórica
del Nuevo Arte Peruano (donde encontramos artistas como Fernando Bryce, Jota
Castro, los hermanos Martinat, Cecilia Paredes, Sandra Gamarra, Milagros de la
Torre, Elena Damiani, Andrés Marroquín, Giancarlo Scaglia, Huanchaco o Nicole
Franchy quienes se argumentan ideo-estéticamente -desde el punto de vista
metodológico- desde, por y contra la Historia, desde la restauración, pero en su
caso Silvana se distingue porque es muy intimista, y ese intimísimo lo emulsiona
de una pátina menos política, menos conceptual, más poética.
Además desde el pinto de vista referencial, cuando estoy
frente a su obras, solo recuerdo a dos artistas en ese nivel de poesía y
atmósfera: Kiki Smith y Tunga. Aunque ahora que lo expreso, ya que antes lo
cité quizás exista un tercero: Martínez Celaya, pues ambos generan una poesía
atmosférica, totalizadora, casi novelística. Y ese aspecto denota su
profundidad, su desarraigo, porque del desarraigo va gran parte de su quehacer,
en ambos, en el de Enrique y el de Silvana. En Enrique del desarraigo de quien
se exilia y rehace su vida paso a paso reconstruyéndose una mitología propia,
en Silvana el desarraigo de quien lo perdió todo, se lo arrebataron para ser
más exactos, y está restaurándola pieza a pieza, fragmento a fragmento.
Sólo el desarraigo tiene dentro de sí como experiencia un
sentimiento de tanta profundidad, como al decepción, es visceral, como la
traición.
Son experiencias vitales extremas, que nos recuerdan que
estamos vivos.
Cuando estamos frente a las obras de Silvana Pestana en
lo primero que pienso no es en palabras, es en tocarla, verlas de cerca y que
la vista acaricie su superficie. Pues el tacto y la vista son primeros que la
palabra, su superficialidad fenomenológica es profundamente ancestral, animal a
lo mejor eso es lo que me pasa con ese trabajo nuevo tuyo que tanto me fascina
es como si viniese de un lugar del conocimiento muy atrás antes de los
discursos de moda, los discursos políticos sobre todo, y por otro lado son
obras rotundamente bellas.
Por ello, está perfectamente bien para hablar sobre la falsificación
de la Historia, la revalorización de la Historia como legado, y como relato, y
el material de la historia como metáfora: Un falso fósil. Un fósil de lo amado.
Con el peligro efímero del amor, que guarda la intensidad
de esa emoción, fugaz que siempre se va, pero que recordarla nos pueda salvar,
nos puede mantener vivos. Sanos, cuerdos, listos para seguir adelante.
Es una arqueología de lo amado, una arqueología de lo
heredado hecho manifestación tácita de nuestra historia, cada planta, cada
vasija, cada tronco de árbol usado en sus obras, cada modelo representa una
huella, un símbolo de lo que es, de lo que su familia es, de lo que su
comunidad es, su país, su continente.
En medio de una desidia generalizada marcada por el
narcisismo virtual de las redes sociales, Silvana des-hilvana una red
transparente, misteriosamente oculta mirando hacia atrás, y cuando llega al
ovillo inicial, regresa, vuelve a nosotros con sus madejas rehechas, listas
para hilar una nueva red, donde los flecos quedan expuestos porque significan
nuestras partes, nuestro ADN, nuestra memoria.
Draga, 2015
Instalación
Cortesía de la artista
Así como su obra Draga
(2015) la primera que me atrajo hipnotizado de su última producción, u Oro negro y sus primeras investigaciones
en la selva amazónica, allí donde el expolio de la minería ilegal generan una
mitología del mal, que nos recuerdan la trascendencia del abuso de los
explotados, el tiempo imperecedero que para ellos se hace eterno, así como
eterna se hace la perdida de una valiente joven mujer-boxeadora, la búsqueda de
sus imprecisos rastros, las reliquias de sus rastros que la artista dora, como
adorable metáfora recordable, simbólica metáfora de la lucha eternizada de los
caídos, o sus dorados tapices que emulan los brocados incas, Silvana destila y
limpia nuestra memoria y nos recuerda el poder chamánico del arte, el poder de
nombrar el nombre de dios hecho verbo en un metal y nos apuntala la mirada en
el poder evocador de cada elemento usado, incluso el orador poder de la
palabra, el mapa, el rastrojo, el quiebre o la hendija-fisura del material
mismo, así como Jimmie Durham dota de poder a sus objetos de poder desde el
chamanismo de un indio cheroquee y
reinventa el ready-made duchampiano
burlándose de él por un camino mucho más beuysiano;
Silvana lo hace desde la heredera de una mujer que tiene sangre inca, desde el
femenino linaje sagrado de la sacerdotisa de la Momia de Cao, que nos recuerda
que puede que el último humano en esta tierra que estamos devastando, no sea un
hombre. Sino: una bellísima y divinal mujer preñada del ruido musical de la
selva.
Still del video:
Y si el último hombre de uña tierra no fuera..., 2016
Video-Instalación
2 canales en loop
Cortesía de la Artista
Las Palmas de Gran Canaria/Berlín.
Verano de 2016.
[1] Únicamente en este
sentido los ya nombrados Teresa Serrano, Betsabeé Romero, Fernando Sánchez
Castillo.
[2] Uno de los datos que
podemos analizar es el hecho de que la artista trabaja mucha obra escultórica
al tradicional método de fundido en bronce mediante el sistema de cera perdida,
como si reviviera viejas tradiciones en temas revisitados.
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