sábado, 7 de marzo de 2009

PINTAR, PINTAR, PINTAR…

(O DE CÓMO DESARROLLAR UNA OBRA PICTÓRICA A PARTIR DE UNA CARTOGRAFÍA-COLLAGE)




Cristina Lama
Cortesía Begoña Malone (Madrid)


a Matías e Iván
tus mejores guardianes


La estética es al arte lo que la ornitología es a los pájaros.
Barnett Newman

Vayamos POR PARTES…

1.- Mucho se ha especulado desde que el discurso crítico tomó su tiránico rol protagónico en el sistema del Arte de “el hecho pictórico”, de ¿qué es la Pintura?, ¿qué sentido tiene?, ¿cuál es su rol en la formación de nuestra subjetividad visual de la contemporaneidad?, incluso… mucho se ha hablado (o escrito) de ¿cuánto de “contemporáneo” tiene el hecho de Pintar? Y mientras en las tres primeras prerrogativas esbozadas existe “cierto consenso” en las diferentes líneas del pensamiento crítico y el discurso teórico; en está última las diferencias son abismales, quizás, con cierta militancia extrema, como radicales en exceso, casi de corte fundamentalista, o demasiado negociadas para acotar su propia parcela de dominio territorial, estaría bien decir. Cómo si los extremos nos llevaran a alguna parte. No obstante, sabido es que la diferencia genera diálogo, dinamiza cierta transferencia dialéctica de lo relacional, democratiza el panorama; y tal vez, por ello, gracias a la democracia, estamos aquí, en este lado del juego. Lo que sí no tiene duda es la realidad que la Pintura propone como lenguaje libre de esas preguntas, libre -es más- de estos discursos que nosotros mismos argumentamos sobre ella. E igual, gracias a esa libertad de la Pintura, estamos aquí.
En medio de este panorama plagado de dudas, lo penoso es que existan artistas -sobre todo jóvenes- que más que preguntarse sobre la validez activadora de las tres primeras instancias fundacionales de la Pintura, para argumentar su trabajo fijen como punto de partida diatribas estéticas relacionadas directamente con las tendencias demodé del mainstream, en muchos casos, pendiente, más que nada, en-y-de la cuarta pregunta de la discordia. Una discordia, que en definitiva limita su Libertad.
Cristina Lama, no es de ellos, ella lo tiene claro.
Y esa claridad, lo reconozco, puede hasta abrumar.
Ella (Cristina) opta por “pintar a ciegas”, tanteando la realidad de lo pintado, con “algo” que está más allá de la Mirada, “un algo” que está más allá de la mano, más allá del simple tacto recíproco de quien está privado de visión y roza cuanta superficie su mano puede palpar. Ella pinta como si pintara lo que pinta desde dentro de lo pintado. Es decir, pinta desde las estructuras de lo que pinta, pinta desde la conciencia del cartógrafo; por ello, en los tiempos actuales en los que la realidad está defragmentada en irrealidades varias, su Pintura se define como una maquinaria lingüística de infinitos-collages. Léase: retales, trozos, planos de realidad yuxtapuestos, unidos por el trazo de una ilación que los combina, los junta, los hace copular, darse la mano, besarse.
De ahí tal vez emule o enuncie su obra “cierto tono poético”, que puede resultar de un “deje lírico incómodo” a quien esté acostumbrado a la aburrida rispidez del documento de lo real; porque de emociones, su obra habla; pero igual de sensaciones, no de razones, no de reflexiones, sino que guiños, de gestos, de susurros, de lametones, no de mordidas, no de violentas improntas, sino de infieles roces eróticos. No habla de datos, sino de confesiones.
Aún cuando quienes han analizado su obra hallan en ella, un intimismo ascético desde cierta seguridad como fijeza; yo veo claramente divertimento placentero, nunca reclusión, sino inclusión.
Así… como la veo ahora mismo, la obra de Cristina Lama, toma un camino de seguridad en su enfrentamiento con el hecho pictórico que es endémico en nuestros días porque ella, primero que todo, no pretende ir más allá de su validez como huella, no insiste en ir más allá de sus limitaciones como legado sensorial de lo que vive; quizás porque Cristina sabe, conoce, o es totalmente consciente de que en esta limitación está su libertad. Por eso la realidad poco le importa, sólo le importa “su realidad”. Y segundo, porque su enfrentamiento con “esa realidad suya”, está tamizada por la vivencia de una mujer que prefiere el adentro de las cosas, la esencia de las cosas, que sus apariencias seductoras; y ésta, es su nota discordante, su actitud distintiva, su definitiva disidencia atípica.

2.- Por lo que conozco de la obra de Cristina Lama, su obra ha evolucionado de un proceso de autoreconocimiento autobiográfico -medianamente narcisista- a un juego referencial de espejo de lo tocable; o sea: del auto-retrato al retrato del afuera. Y en este momento pienso en Lacan y en sus diatribas contra el poder del falo como icono dominante, a favor de una “percepción más vaginal de lo real”. En este sentido, Cristina me vislumbra un atrevimiento que me hace separarla de los clichés feministas, ella no habla o vive lo sexuado como un dogma, sino... vive en el sexo, como una experiencia, como si se separara del hacer feminista porque ella disfruta de lo sexuado en la experiencia sexual como fe de vida. Sin taras ni traumas. Reconozco que es una especulación atrevida por mi parte, pero si estudiamos la manera en que Bataille habla del erotismo y recordamos el modo en que Mallarmé habla del acto poético, podemos concluir que lo que hace Cristina es hacer el amor sobre el soporte pictórico, porque en esa experiencia, halla placer; mientras nos da placer en ello.
Ahora expliquémonos. Cuando habitualmente pienso en Pintura, creo que existen varios “tipos de pintores”, aquellos que se enfrentan al acto pictórico desde análisis lingüístico del medio, y dialogan sobre la imposibilidad de representar un ideario, una ideología de lo pictórico como mecanismo de referencialidades varias relativas a lo vivido -por ejemplo: Mark Tansey, o artista incluso “transitorios, trampolines, intermediarios” como Robert Ryman o Yves Klein, y en el contexto español, alguien como Luis Gordillo o Pablo Palazuelo, serían los perfectos para “tipologizar” esta metódica-; otros, se adentran en el hecho pictórico desde el “hacer copista” pretenciosamente documentalista de lo real, o cuestionando los límites de la “imagen pictórica”, y en ese afán fracasan y/o se burlan del sentido con un espejo falso de lo real que de lo real nos habla (este camino creo que con el hiperrealismo llevó a una situación límite, aunque donde ha llegado Chuk Close es admirable), otros, han sistematizado una producción que trabaja desde el contorno de las cosas (como decía Paúl Cézanne) y desde ahí se han parapetado, para relacionar su experiencia pictórica como un reciclaje vital que en verdad es una especie de licuadora donde todo lo visual se mezcla, yuxtapone, criolliza, degenera o pervierte, un sendero que si bien abrió Robert Rauschenberg, matizó Sigmar Polke, y remató abriéndolo definitivamente como sistema Martin Kippenberger. U hoy por hoy figuras como Fabián Marcaccio, Peter Doig, Daniel Richter o Luc Tuymans (o en el contexto español, los casos de Jorge Galindo, Abraham Lacalle o Santiago Ydáñez son ejemplarizantes), como artistas que levantan la ¡¡¡Bandera de Pintar por Pintar, ¿y por qué no?!!!
Tipología donde, muy personalmente, creo que Cristina es donde mejor encaja.

3.- Lo interesante en este sentido es -entonces- ver o analizar el cómo Cristina Lama, a pesar de su juventud, ha trazado una línea evolutiva de coherencia cíclica en su propia investigación sobre el hecho pictórico, y a dónde la ha llevado esa espiral sumatoria de resultados visuales.
Llegados a este punto, el collage hace su “entrada triunfal” como concepción de la experiencia.
Cristina ha evolucionado de la pretensión de rotundidad de un cuadro cerrado, una obra orgánica, cargada de “literaturalidad” evidente (como diría Barthes) a un desperdigar en migajas de fragmentos (micro-poéticos) un relato que va bifurcándose cíclicamente como galaxia de una intimidad-identidad en continua formación.
Es como si hubiese dejado de Pintar lo que pensaba, para empezar a Pintar lo que siente, y lo que ve. Y ahora recuerdo inequívocamente a John Berger, disculpadme. Una visión que la hace explotar . Y en esta expansión, se ha liberado de toda responsabilidad discursiva, se ha librado del ancla del significado, por lo que se desprende de la jaula del logo, del dominio del macho.
Por eso es “intimista”, porque el hogar es su trono, no su refugio, sino su reino de poder, donde el macho existe; donde sí… co-existe, pero no manda, no reina, no gobierna.
De ahí su afición-adicción pragmática al collage, pues el collage le resuelve una fuga del pensamiento escolástico monolítico, le resuelve una estrategia de libertad ante la mirada en bloque del otro, el collage le decodifica la realidad en “partes” de significancia caprichosa, de significancia arbitraria, aleatoria, azarosa. Tal vez sólo dinamizando una oscilación de referencias cromáticas -y vuelve a regir la Pintura, no el signo, el color, no el relato-, una danza de planos, trazos, destellos; quizás sin importancia sígnica, sino sólo con rigor rítmico, armónico, cinético.
Otro rasgo a identificar como un acierto es el hecho de que ahora la Pintura está resuelta en “trozos reales”, es decir, está hecha fragmentos, mosaicos, “partes”; así como el dibujo se arma o ensambla de pedazos, esquirlas, destrozos de astillas que han sido realizados expresamente para ser ensamblados. Aún cuando su ensamblaje no esté premeditado por el espíritu de un relato, aquí el espíritu es el poder del fragmento, su capacidad de imantación, su autonomía, su posibilidad lúdica.
Y es así cómo Cristina Lama se desata, abre una puerta, y sale a andar; dejándonos atrás -torpes ilusos- tratando de armar con “todas estas partes” un atrayente rompecabezas que no sabremos armar, porque no nos pertenece; no es nuestro.
Es sólo suyo, y esa es su cruel venganza, su manera sonriente de engañarnos, con la amabilidad de una extraña belleza como trampa.
La belleza de haber hallado -secretamente- su propia libertad.



Diciembre, 2008.
Granada, España.