lunes, 8 de diciembre de 2008

CON UN ANDAR NAUSEABUNDO

(o de cómo asquearse del sistema y el lenguaje del Arte según la obra de Chico López)



Fe, 2008
Grafito y Acrílico sobre madera
Cortesía del artista

Desde que conozco la obra del artista andaluz Chico López, nacido en Linares, Jaén en el año 1967, pero granadino de adopción prácticamente, desde que me acerque a su obra por primera vez por allá por año 1999, creo que éste dedica gran parte de sus esfuerzos a desentrañar los vericuetos que circulan alrededor del poderío del lenguaje del Arte, como sistema tiránico de legitimación. Desde sus tempranas “Deconstrucciones” hasta su actual muestra “El olor de los tres cerditos muertos por el lobo feroz”, percibo que Chico ha implementado un sistema de investigación que circunda los regodeos y negociaciones que al artista contemporáneo se le impone como campo de acción, en el campo del Arte, y sus tramposas andaduras de mercado y legitimación.

En un principio, “deconstruyendo” (cual alumno del más exquisito Derrida) lo que antes había sido un posible “Autor: Chico López” (en sus “deconstrucciones” de sí mismo), luego cuestionando las relaciones a veces inconexas, otras conveniadas, de los lenguajes de la abstracción más geométrica y la figuración mas narrativa, después indagando en cómo un espacio galerístico se convierte inevitablemente en un nuevo altar de sacralizaciones vacuas, para más tarde abrir una brecha en un muro -literalmente- y comenzar a cuestionarse la adoración occidental del Museo-Espacio-para-el-Arte, como iglesia de una naciente Nueva Fe. Tal, como si hubiese leído fervientemente los textos de Leví-Strauss donde el antropólogo francés aseguraba que “El Arte sería la Religión del futuro”, en el último trabajo de Chico López, el artista ha venido replanteándose los roles legitimantes y adoctrinantes que juega el “espacio-museo” como nuevo paisaje espiritual de nuestra consumista subjetividad. Al punto de reponer -como yuxtaposición tácita- paisajes neo-románticos contemporáneos o citatorios de la Historia del Arte con grafismos que instauran las siglas de los museos y centros de arte actuales, a escala nacional e internacional, como “nuevas marcas” de nuestro consumo, autentificado como “algo glaumoroso”.

En este punto de su trabajo entran a interactuar dialécticamente dos ejes motrices de su análisis metodológico, primero, el que cuestiona la laboriosidad artesanal del “hacerdor de cuadros” (¿o quizás debería decir: “complacientes escenas planimétricas”?) que es un artista, de ahí su obsesión casi enfermiza u maquinal por el dibujo a puro grafito sobre superficies lisas de planos de color o de impecable blancura, como tortura de una búsqueda innecesaria de “originalidad y rigor”, “constancia y dominio de un lenguaje propio”; y segundo, como esta producción de sentidos se expone a sí misma como contraposición al discurso o “significado” -incluso político- de su gesto creador. Gesto el cual, sólo pretende (en verdad) instaurarse en el solemne espacio del Arte, es decir: el mausoleo espiritual que es un Museo. No va más allá, no logra absolutamente ningún otro bien que el de la egolatría pseudo-burguesa de nuestro ego, un ego esta vez remunerado por la soberbia y el don del dinero. O sea: el Rey Mercado.

Llegados a este punto, es obvio o natural que su trabajo en una segunda lectura analítica nos resulte que esta dotado de cierto tufo, cierto desdén conceptual, subversivo, “sumiso -tan sólo en apariencias- ante las decadentes reglas de este juego” que es el Sistema Arte, cierta repugnancia ante la naturaleza misma de tanta negociación. Donde a estas alturas del juego, poco importa las relevancias formalistas (decorativas o no, ¿o es que acaso la Belleza también no esta siendo negociada?) que haya alcanzado la destreza representacional del un artista si esta no está negociando un “espacio de legitimidad” dentro del circuito artístico de depredadores y animales comestibles; donde por mucho que perfecciones nuestra miara crítica hacia la decadencia palpable del sistema, el sistema (tal vez El Lobo, perfecta metáfora) siempre nos devorará. Entre otras cosas, porque de algo debe mantenerse vivo. Pues así es esta darwineana cadena alimenticia. Sólo que al final del acto mismo de su matanza, siempre nos queda en nuestro deambular tras sus huellas, cierta sensación nauseabunda, quedándonos, nosotros, los expectantes espectadores, testigos cobardes de la matanza y el nihilismo de su puesta en escena, como borrachos de tanta incertidumbre. Siempre con la duda de la sospecha: ¿seremos cómplices? ¿seremos culpables? ¿qué somos en este juego de representaciones?¿Juez o parte?

A lo que nuestro sórdido subconsciente responde de forma rotunda:
“Mejor simplemente somos cínicos y políticamente correctos; y nos dejamos llevar por la corriente”.


Verano, 2008
Granada, España.

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