lunes, 5 de abril de 2010
STANDARD ROOMS (o de cómo Ubay Murillo ejecuta una Pintura de la Sospecha)
Ubay Murillo
Duermevela, 2009
Óleo sobre tela
135 X 215 cm
Cortesía GEGalería
I
El “suspenso” (o debería decir: “el suspense”, así como nomenclatura cinematográfica) es una constante en la atmósfera que recorre cualquier Pintura que valga la pena tener en cuenta para nuestra mirada analítica.
Muchas veces he pensado que esa vaga idea de que ésta y/o aquella otra Pintura no me causa interés, tiene que ver con la idea de que me cause “suspense” o no, de que me intrigue o no lo que dentro de ella ocurre. No sólo por el hecho metafísico “de lo que allí ocurre” como hecho evolutivo del lenguaje visual, está sujeto con alfileres a una planimetría lexical propia, que desdobla y aplana la realidad de nuestra mirada para enmarcarla dentro de su cuadratura; no, no sólo por eso, sino porque, debo hallar en ella (en la Pintura) intriga, dudas, preguntas sin responder, ya que si sólo hallo respuestas, no me causa interés.
En ocasiones, cuando uno lleva años observando creaciones pictóricas, ya sabe llegar fácilmente a qué significa esta Pintura, cómo está hecha esta Pintura, cómo llegó aquí a esta pincelada su hacedor; y esta situación por lo general nos lleva más al aburrimiento que al deslumbramiento, porque a decir verdad, el virtuosismo a estas alturas del siglo XXI, poco sorprende a nadie. Y mucho menos a un espectador con una mirada entrenada. Pero cuando una Pintura posee “suspense”, la historia cambia.
Otra cosa es que una Pintura logre realmente subyugarte, seducirte, llevarte a la proximidad de su terreno, hecho que por norma general ocurre cuando tiene misterio, cuando posee “suspense”. Es entonces cuando el voyerista espectador que somos, se torna un clon del personaje de Alfred Hitchcock en La Ventana Indiscreta, el film del año 1954. Hablo del fotógrafo L. B. Jeffries (interpretado magistralmente por James Stewart), amordazado temporalmente a su silla de ruedas, quien mientras mira y documenta su mirada, descubre la verdad del drama de la historia. Ahí la historia cambia, deja de ser historia para volverse trama, fragmento que hay que descubrir, velar su velo, hacerla nuestra.
Esto es lo sucede cuando observamos con detenimiento una Pintura del joven artista canario Ubay Murillo, su Pintura tiene misterio, plantea preguntas. Y casi ninguna referidas a los formalismos que el artista implementa para llevar a cabo su propuesta pictórica. El formalismo está claro, lo que no está claro es la “narratología de estas pinturas” (o sea: su “lógica narrante”); lo que no están claros son sus sub-tramas, sus intrigas, sus micro-relatos.
¿De qué nos habla?
Ése es el misterio.
II
El acto mismo de Pintar en el siglo XXI es un “gesto (o un acto que procesualmente conlleva un conjunto premeditado de gestos) de valentía”, más que por el desafío que significa enfrentarse al espacio en blanco tras más de XX siglos del hombre “estar pintando” , más de dos milenios intentando atrapar representacionalmente su recuerdo, la visión de su universo, representando el afuera de su experiencia, o reviviendo su experiencia en torno a una mirada hacia el afuera como su visión; en fin… pintando.
Pero… igualmente —y ahora soy enfático, y este énfasis, por favor, debe leerse como “cierta militancia apologética” que sólo se manifiesta como un abierto respeto solemne hacia el Arte de hacer Pintura—, “Pintar a estas alturas del siglo XXI es un gesto de valentía” más que por lo que se ha pintado desde la Pre-Historia hasta nuestros días, por lo que se ha dejado de pintar en los últimos veinte o treinta años, como consecuencia inmediata de la imposición tiránica del avance jerárquico de los llamados “Nuevos Medios Artísticos” (aquellos lenguajes que fundamentan su despliegue en el “uso de las nuevas tecnologías”), y su estandarización como estrategia legitimante de “cierto progresismo” pretenciosamente vanguardista, que como bandera ha esgrimido la no-tolerancia hacia cualquier intento artístico que fundamente sus operaciones lingüísticas en las investigaciones derivadas de los “medios tradicionales” del Arte.
III
Disculpad un momento, pero debo detenerme en el análisis y ser anecdótico, aunque no por ello, seamos menos analítico.
Hace poco he estado hablando de manera recurrente con varios artistas (el tema nace de ellos, como reclamo) sobre el poco tiempo que le dedican los comisarios y/o curators, historiadores y críticos de Arte a la “protocolar visita del estudio del artista”, al “intercambio real de tiempo real” (cuando hablo de “tiempo real” quiero decir: tiempo de palacio, ese tiempo pausado, pomposo, un tiempo cargado de ritualidad y protocolo, a la vez de decir; tiempo real como tiempo verdadero, tiempo científicamente comprobado como tiempo de estudio, observación, análisis y diálogo) en el espacio de creación desde donde el artista articula su obra. Una de las conclusiones más brutales al respecto de esas conversaciones, es denotar la preponderancia de la proliferación de “intermediarios subjetivos” entre el proceso de creación y el proceso de distribución de una obra de Arte en el mercado contemporáneo; entre los cuales los galeristas, curators, consultants, dealers y representantes, tomaban protagonismo (al menos, cuando el Artista, alias el responsable-hacedor de ese “hecho cultural y/o mercantil” del cual todos estos “entes del campus” viven, no es una importante, independiente y prestigiosa “marca autoral”); “intermediarios” los cuales, nunca tienen un “tiempo real” de dedicación para con el propio proceso de comprensión del artista en su momento creativo, pues ellos sólo buscan “vender”, buscan la inmediatez escurridiza del mercado, del collector fugaz que traen entre manos, o del proyecto urgido que deben presentar en la fundación tal, la feria más cual, o la bienal X; pero no tienen, no poseen ese “tiempo de espectador” inquieto escudriñando cómo se crea paso a paso cada una de las capas de una Pintura. Más bien prefieren llegar cuando las Pinturas ya están terminadas. En segundo lugar, la otra brutal conclusión, es que esta escasez de tiempo no sólo afecta al hecho de que no se visiten los estudios, y no se observen los “procesos creativos” de aquellos creadores que siguen optando por sistemas digamos “tradicionales” de hacer Arte; sino al hecho de que —al final— ni siquiera la obra es observada en su real plenitud. Y este hecho está sujeto a una circunstancia primordial, derivada directamente de esta desidia analítica y a la velocidad feroz que hace que quienes trabajamos con Arte en la actualidad diariamente estamos vinculados a “fragmentarias visualizaciones digitales del soporte artístico”, expliquémonos: estamos sujetos a visionados en y de: dossieres, website, publicaciones especializadas, ordenadores portátiles, CD-ROMs Interactivos, etc, etc…; donde nunca estamos viendo la obra en sí, sino su “reproducción”, con lo cual más de un 50% de su experiencia sensorial es disminuida, anulada, porque esta visualización ahora aquí re-producida en el soporte X, regularmente es parcial. No sólo por el hecho de que documentar los detalles compositivos de una obra pictórica (su tensión, su brillo, su color verdadero, la plasticidad de su pincelada) sea una labor para profesionales, sino, porque en una reproducción se extravían experiencias como la textura, el formato, el olor. O es que acaso una imagen reproducida de una Pintura—por ejemplo, una muy matérica—puede reproducir su espesor, su grosero perfume a barniz industrial, su fisicidad. Creo que no. (Walter Benjamín, en este sentido, fue un visionario.)
Y por último, otro fenómeno que afecta y de algún modo genera este “no-detenimiento en el proceso creativo de la Pintura”; con el auge de los sistemas tecnológicos de creación artística tenemos igual dos nuevos “casos tipo” de artistas: el artista que no necesita estudio pues toda su obra cabe en una memoria externa de menos de 150 gigas, al cual llamo el “artista dependiente”, pues es un artista que siempre dependerá de los Nuevos Medios para hacer valer su obra, y es incapaz de mostrarte nada sin que medie una pantalla de ordenador, un proyector de DVD, etc, etc... artista el cual, por lo general, si quieres trabajar con él te exige “producción”. Y —ya que estamos—, el “artista productor” , una tipología artística cada día más de moda, que él no produce nada de lo que a fin de cuentas es su obra, sino, sólo gesta la idea, la conceptúa; luego otros (“los técnicos”) la llevan a cabo. Obra la cual, además por lo general, es majestuosa, grandilocuente, espectacular, operística.
Y aquí es donde se quiebra radicalmente el nexo relacional entre el “estudio del artista” y los “distribuidores” de su producción, porque puede incluso ni siquiera existir el primero, y el artista ser lo suficientemente capaz o astuto como para suplir al segundo.
Panorama ante el que cabe preguntarse: ¿con qué material subjetivo estamos trabajando?,¿hacia dónde se dirige el Arte Actual?, ¿estas son las causas de la “supuesta Muerte de la Pintura”?, y por último:¿vale tanto una IDEA? ¿O es el discurso crítico “lo que vale” y “valida” (cual planta parasitaria y caníbal, devora su propia planta-alma-matriz), aquello que por Arte hoy día entendemos?
IV
Por suerte para mí y para mis coterráneos, yo soy de aquellos escasos profesionales del medio de los que prefieren dialogar, olfatear in situ, preguntar mis dudas, a mirar un dossier y sacar mis prematuras y tumorosas conclusiones rizomáticas. Quizás, porque soy fetichista y respecto al Objeto-Arte en sí, o a cómo el artista ha llegado a ejecutar ese Objeto que delante de mi mirada, “me dice algo”. Tal vez, por entender mi papel o rol logístico en el campus-Arte desde una perspectiva más humilde y menos prepotente porque no creo en ninguna dictadura, y mucho menos en una que sólo “pone en uso la oratoria” para instaurar un régimen status quo, o a lo mejor, sólo porque no quiero ser un tumor; prefiero ser una displasia, un bultito que sale, asusta y desaparece; el cual no se sabe muy bien si es benigno o maligno , pero que siempre asusta, interpola preguntas sobre nuestro diagnóstico, nuestras certezas, nuestra existencia tal cual.
Por eso me subyuga una “Pintura que tenga suspense”, porque ésta no me permite especular libremente sobre su naturaleza lingüística, semiótica o hermenéutica, no me permite “usar mi poder”; sino, me obliga a hurgar más en sus adentros, mirar más en sus estructuras metodológicas, en su sistematización como operación sensorial y comunicativa de largo alcance y lenta velocidad.
Ante la desidia “políticamente correcta” del establishment y sus modismos formalistas plagados de derroche tecnológico, que bien acercan la experiencia del Arte al didáctico entretenimiento del “Parque Temático”, o al vacío anárquico de la sin-razón-adolescente; la obra de Ubay Murillo “tiene suspense ”, entre otros aspectos, porque eligió un camino de dificultad en vez de optar por un camino fácil.
Para empezar, él ha escogido “pintar”. Y además, hacerlo dentro de los derroteros de la Pintura Figurativa, Icónica, Narrativa, de “apariencia realista”. Y ahora es donde entra a jugar un importante papel, el aparataje analítico sobre el cual Ubay ancla su producción para distinguirla de su circunstancia.
Pintar lo observado, pintar lo que el ojo ve—así a bote pronto—, si se tiene cierta destreza automática tras alguna formación académica o por la tenacidad metódica del autodidacta, puede ser hasta factible sin mucha dificultad; de hecho, eso es lo que hacen algunos “copistas” amateurs, y algunos pintores que se hacen llamar “hiperrealistas”, a quienes yo prefiero denominar: “naturalistas tardíos”, para evitar eufemismos. Pero pintar lo observado desde el replanteamiento de lo que el ojo ve y cómo lo ve, para desde ahí crear un sistema de preguntas sobre el hecho pictórico y sobre lo que este hecho pictórico narra y por qué lo narra así y no de otra manera, es lo que hace que una “Pintura narrativa” deje de ser obvia y se trasmute en misteriosa. Es ahí donde el “recurso pictórico aparencial”, es desplazado por los recursos conceptuales de cuestionamiento del medio, el lenguaje, el acto pictórico como “hecho representacional” o por el sentido sacralizado en sí de redimensionar la experiencia estética que genera la Pintura como sistema testimonial de nuestra memoria.
V
O sea, una cosa es “copiar” la realidad (o mejor, intentarlo, ya sabemos el Arte sólo es lenguaje, la realidad está allí… fuera del lenguaje, allí donde conviven y se completan pero son independientes), y otra, es “cuestionarla”. O más, como añadido, cuestionar si tiene sentido o no, el acto mismo de cuestionarla desde el lenguaje artístico.
Pues bien, esto es lo que hace la obra de Ubay Murillo: traza una duda. Y para ello, implementa varias diatribas por donde despliega el envoltorio visual de su crítica visión.
Primero, al elegir el soporte pictórico y dentro de este, su tendencia narrativa, investiga en qué sentido tiene el acto mismo de Pintar. ¿Qué placer sensorial genera? Cómo Pintar puede no ser un reto, un duelo o un castigo, sino una placentera experiencia de entrega, táctil, de sensualidad y tratamiento comedido. Así, en la contención comedida de quien disfruta y/o sufre concienzudamente cada pincelada, como si fuese un lengüetazo, un dulce y castigador lamido. Esto, sin olvidar la idolatría: una Pintura es un Altar planimétrico. De eso no hay dudas. Luego elige su relato. Nacido en las turísticas Islas Canarias (“falsos paraísos tropicales”), Ubay se ha detenido en la observación del no-lugar-facistoide que es el Hotel-Spa-Balneario-Resort del turista occidental ; como lugar donde subyace un espíritu decadente, corrosivo y corroído, tóxico, que anula, difumina, diluye al sujeto. Tal como si hubiese decidido corroborar el espíritu trágico que Thomas Mann nos impregnó en la lectura de su novela La Montaña Mágica (en ese balneario de saneamiento integral), en la contemporaneidad del territorio más tropical de Europa; donde pulula un peligro oculto, el peligro de ser engañados con una “realidad falsamente construida para nuestro relax”. Relato que argumenta a partir de una especie de “álbum de imágenes de viajes” que bien recuerdan el posible álbum oculto de cualquiera de nuestras vacaciones veraniegas; aquel álbum de imágenes (fotográficas por supuesto) donde aparecen las discusiones, los disgustos, el agotamiento, el hastío, el cansancio, el aburrimiento, el desencanto, el desaliento, y la vergonzosa inconformidad que provoca la propia rutina hotelera, y su biorritmo monótono, mecanizado y homogenizador.
Y aquí, una vez más, se entreve el “suspense”, o debería decir: la sospecha, y uno se pregunta, ¿de que hablan, en realidad, estas Pinturas?
Ante esta pregunta, fácilmente podemos argüir que Ubay Murillo entra en esa joven tradición canaria de artistas que han estudiado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, los cuales están muy preocupados por la recuperación del lenguaje pictórico representacional desde operaciones discursivas más interlingüísticas, y de eso hablan estas pinturas, del “hecho de Pintar”; pero eso, es decir nada. Cierto es que Ubay sí pertenece a esa generación de artistas entre los que destacan Martin & Sicilia, José Otero, o Pipo Hernández, y él, como ellos, está preocupado por la responsabilidad ideo-estética que tiene regenerar un medio que regresa siempre sobre sí mismo para prolongarse como lenguaje, pero no sólo de “Pintura discursan estas Pinturas”.
Éstas son obras que nos ponen frente a los ojos una especie de “ready-made artesanal”, mezcla de la reconceptualización del documento fotográfico con el legado del “buen hacer pictórico”, aprovechando las enseñanzas del Pop y el Fotorrealismo, pero articulando un archivo visual propio, que explora acerca del consumismo, del cliché del standard burgués, de la cultura del espejismo, del kitsch (la falacia del lujo impostado), de los falsos sueños, de la precariedad y la fragilidad de la felicidad o de lo verdaderamente inalcanzable que es la felicidad. Y en la sinceridad descriptiva de su relato, acerca del fracaso de toda utopía que sobre la felicidad verse su lógica operandi; se separa de toda nomenclatura generacional, o de “escuela”; pues Ubay ahonda en la miseria humana, y cínicamente nos la desvela desnuda con un feliz maquillaje teatralizado.
Entonces, cuando uno observa estas obras de Ubay Murillo, al menos yo. entramos en un “estado de perturbación”. Sí, Ubay logra perturbarme, me estremece cómo logra causarme estupor, me preocupa su tacto, la ligereza con la que es capaz de hacerme estar alerta; desplazando los contenidos narrativos de cada obra no solo hacia sus interiores, sino hacia ciertas derivas, como cinematográficas, que me insinúan un prólogo, un nudo, un desenlace. En cambio, aquí no existe una narrativa lineal, más bien si existiese narrativa alguna esta sería atemporal, como suspendida en el aire (en el tiempo), como mismo está suspendido el tiempo en esos “lugares turísticos” donde todo se ralentiza como a cámara lenta. Entonces, me confunde la seducción de sus “buenas maneras”, la meticulosidad de sus brillos, la carnavalesca o televisiva saturación de los colores, el vacío de las sombras, el dibujo perfeccionista, en contraste con la fatalidad trágico-cómica de lo que ocurre allí, …allí dentro, allí en esas Pinturas donde la realidad es tomada por asalto para ser desmantelada, desajustada, para zafarle un tornillo, y así, medio rota o defectuosa, sacarla a la luz. Entonces es cuando uno se siente estafado, es cuando cree que ha perdido el tiempo, dedicándole tanto tiempo a estas Pinturas que pretenden restregarnos en los ojos nuestras miserias disfrazadas con bellas vestimentas ¿Cómo si no bastara con el hecho de que la Pintura sabido es, es un engaño?
Entonces… ¿qué?, ¿qué más, es un engaño?
No lo sé. No estoy seguro. Y esa sensación de inseguridad, incluso, me resulta atrayente; pues experimentar la vulnerabilidad, me hace sentirme más humano.
Octubre, 2008
Granada, España
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario