sábado, 5 de junio de 2010
BELLA MATRIA OSCURA: EL REINO DE LAS HEMBRAS (o El Macho destronado según la obra de Mickalene Thomas)
Mickalene Thomas
Le dejeuner..., 2010
Cortesía de la artista
y Lehmann Maupin Gallery
a Margarita
contra la “Maldición de la Costilla”
Una mujer puede ser una bomba de relojería
si no recibe el amor del que bebe
como un animal sediento
Refrán Caló
-La primera rebelión: Las AntiEvas-
La civilización aproximadamente desde que la conocemos, cerca de veinticinco o treinta siglos atrás, es falocéntrica; a pesar de que se ha estudiado un etapa pre-histórica matriarcal, donde eran las Evas quienes regían nuestras vidas, y que en algunas sociedades tribales que han sobrevivido hasta la contemponeidad la línea de sucesión familiar está asociada a la “matrilinealidad y a la matrilocalidad”; desde que el poder falocéntrico se hizo con el cetro simbólico de su dominante status, le cuesta abandonarlo, ni siquiera delegarlo, y mucho menos permitirle deslizarse hacia una liberalización más democrática de su arbitrario albedrío.
Desde entonces el hombre manda, reina, gobierna, impera en su desmedida desmesura del control sobre la vida social y civil de nuestra sociedad .
En cambio, en el último siglo y ya desde finales del siglo XIX, la mujer ha ganado terreno a esa dictadura.
La mujer ha ido articulando jirones de libertad incontrolables, ha ganado espacio de libertad plena de derechos y deberes civiles ante el hombre.
Ella ha ido superando los obstáculos de esa tiranía y ha ido escapándosele de las manos a su cruel dominador.
Tras lo que han significado las reformas feministas de la década de los sesenta a nuestros días, el énfasis de ese proceso de liberación ha tomado un protagonismo impostergable en el campo de la creación artística y literaria.
Por ejemplo, en el área de la literatura y el pensamiento nadie podría obviar la supremacía e influencia de nombres tan relevantes como los de Virginia Woolf, Simone Weil, Gertrude Stein, Margarite Youcenar, Anaïs Nin, Simone de Beauvoir, María Zambrano, Margarite Duras, Julia Kristeva, Alice Walker, Ángeles Mastretta, Isabel Allende, o Almudena Grande.
En el de la música de más está nombrarlas… desde Ella Fitzgerald hasta Tracy Chapman.
En el universo de las Arte Visuales, desde la mítica Frida Kahlo, a la irreverente Louise Bourgeois a Claude Cahun, musa desdoblada en múltiples perfiles de los surrealistas, o las micro-políticas femeninas de Judith Chicago, Nancy Spero o Teresa Serrano, el hipercriticismo social de Barbra Krüger, las ritualidades del cuerpo de Marina Abramovic, Ana Mendieta, Orlan o Marta María Pérez Bravo, la inconoclasta Cindy Sherman, las siempre poéticas Ian Hamilton o Shirin Neshat; hasta llegar a las afroamericanas y sus reivindicaciones etnográfico-raciales a partir del despliegue de una matriarcal memorabilia radical con figuras como: Amelia Mesa Baez, Pat Ward Williams, Lorna Simpson, Reneé Cox, Kara Walker o Mickalene Thomas.
Mujeres éstas, que en el campo de la subjetividad están democratizando la experiencia estética desde la contemporaneidad del Arte actual, hacia un futuro mejor. Sin duda alguna.
Todas, creadoras exclusivas de espléndidos y laberínticos “universos femeninos”, donde ellas reinan; más allá de las perturbaciones del Macho.
El hombre, ahora destronado, y sus habituales abusos de poder.
Evocadoras féminas de un nuevo concepto de políticas e ideologías de disidencias reconciliadoras con el entorno natural y las clases sociales más desfavorecidas.
Soñadoras y forjadoras de un estado social utópico definido como: “Matria”, una idea de posible “sociedad matriarcal” promulgada por autoras como Virginia Woolf o Isabel Allende, en contraposición a la Patria patriarcal del exhausto poder fálico.
-La segunda rebelión: las Razas-
En el contexto estadounidense, la herencia del sueño de Martin Luther King y Malcolm X, por los Derechos Civiles de los Afroamericanos; tras los procesos desarrollados por las revueltas raciales de los años cincuenta y sesenta; dieron un giro radical en las relaciones sociales en torno a los asuntos relativos a la condición de “afroamericano”, que igualmente generó una percepción más humana y democrática de los mismos.
Unas condiciones sociales las cuales gracias a estas reinvindicaciones de no-segregación y reclamo de los derechos civiles elementales de los “ciudadanos de color” en los Estados Unidos, cambiaron radicalmente para el bien común.
En el campo de la “industria cultural”, ha sido así cómo la Cultura Negra ha influenciado gran parte de la cultura popular occidental, y ha engrandecido la naturaleza identitaria de América, formando parte ineludible de su propia raíz. Agigantándola desde la grandeza de los más diversos movimientos musicales como Soul al Jazz, del Blues al Hip Hop, de Billie Holyday a Nina Simmone, de Abbey Linconch a John Coltrane, de Thelonius Monk, o Charlie Parker, de Miles David a Will A Im, de la ya mencionada Ella Fitzgerald a Rachel Ferrer.
En el mundo del arte ese recorrido va del ilustracionismo de Allan Rohan Crite al objet-trouvé duchampiano y post-povera de David Hammons y su cartografía poético-objetual del Harlem neoyorquino, del artesanal quehacer de Faith Ringgold y sus revisionistas “patchworks-paintings” a la militante arqueología-etnográfica de Lorna Simpson, a la multimediática y activista Pat Ward Williams; del surrealismo-metafísico de Trenton Doyle Hancock al conceptualismo-escultórico-escritural de Renée Green, o del expansivo universo de gaucho post-industrial de Chakaia Booker al escultural decorativismo esperpéntico de Nick Cave, del narrativismo pictórico de Ferry James Marshall a las expansivas instalaciones fragmentarias -pero también narrativas- de Kara Walker.
-La revelación de la artista-
La artista Mickalene Thomas, que vive y trabaja en Brooklyn, NYC es una digna heredera de este legado bicéfalo (“femenino-feminista” por un lado, y “afroamericano”, por otro); un legado que ha avanzado en el esfuerzo de desvelar la grandeza de la “mujer negra” -he de decir que entre los cubanos, el apelativo racial “negro” tiene en muchas ocasiones una connotación cariñosa, no despectiva- como dueña de un acervo cultural único.
Sin conocer que ella es una fiel continuadora de estos dos legados que hemos enumerado desde una veloz taxonomía, no podríamos ni siquiera acercarnos levemente a su obra desde una cobertura de diálogo idóneo.
Pues ella se desenvuelve ante el Arte con la naturalidad de quien ya ha experimentado las consecuencias de estos “procesos emancipatorios” en su formación como sujeto social.
No entenderíamos jamás la disyuntiva dicotómica desde la que articula y formula su trabajo como una entidad subjetiva dialéctica, si no tenemos en cuenta esta realidad pretérita que le precede y libera.
Le desdogmatiza su presente y la impulsa a autoreconocerse, tal cual es.
Desde esta lógica, su obra se erige como un camino de indagaciones en este legado protagonista de la mujer como ente activo de la sociedad -sobre todo- americana; a la vez que rinde un radical homenaje a la belleza de la mujer afroamericana y a la cultura popular que le circunda.
Sus modos de vestir, de peinarse, o la “estética selvática” de sus hogares (referencia metafórica a África); su “modélico estilo” al posar frente a nuestra mirada... poniendo a interactuar a esa mujer con su acervo cultural, cuestionándolo.
-La elección de la Pintura-
En esta dirección, es significativo que Mickalene haya escogido como medio más natural de su creación el acto pictórico, aún cuando igualmente desarrolla proyectos específicos en escultura y foto-instalaciones, el cuerpo global de su trabajo se apoya en los ejes lingüísticos de una Pintura Neo-Pop, cargada de un desproporcionado derroche de coqueteo estético que linda con el neo-barroco, y se apropia de un imaginario kitsch y banal, para sacralizarlo al status fetichista del Arte.
Su Pintura es de esta manera manierista, “tocona”, “melosa”, amaneradamente femenina, paciente como sólo una mujer lo sabe ser; demasiado táctil como sólo una mujer sabe tocar, como si nos recordara cuanto sabe una mujer de tocarse a si misma, mientras toca una Pintura, como solo ella supiera que la Pintura tal vez- es otra hembra a la que derrotar, dejarla exhausta, domar, seducir.
Y es aquí donde la artista se arma de una indestructible coraza morfológica que soporta todo el armazón ideológico-conceptual que antes heredó; hablo de su paciencia.
Su paciencia es la mejor herramienta para dotarla de un rigor estético detallista, milimetrado, delicado, de una delicadeza donde la pincelada no existe.
Desaparece.
Y la pintura deja de ser pintura para ser lamido.
Lacia superficie, a lamidos… alisada.
Y el pincel se evapora y se hace dedo que palpa digitalmente cada milímetro lineal de su planimetría, a conquistar.
Y la materia pictórica deja de ser materia licuosa para convertirse en táctil orfebrería espejeante, bisutería artesanal, destello engañoso, cristalino.
Ornamental en demasía, como lo es la obra de Beatriz Milhaze, Fiona Rae, o la de los puertorriqueños Melvin Martínez y DZINE (Carlos Rolón).
Como si la artista pretendiera emular el dramatismo pictórico de Marlene Dumas, defensora voraz de la soledad, la fragilidad y el abandono; en su revés.
Un revés warholiano (evidentemente por neo-pop y burlón) que se manifiesta como una re-dramatización exagerada de la mujer, tal cual un enigma seductor.
Una Pintura pastishe, parodiante y collage, único resultado de sus mezclas; no de sus partes.
Engañosa ella misma en si, como todo lo pictórico.
Como un “sujeto-adorno-hembra”, de puras apariencias.
-El reino de las hembras-
Donde único creo que Mickalene Thomas se despega de todo engaño efectista en su ejercicio creativo, es en la materia visual desde la que recrea sus obras.
Es decir, en las imágenes que arguye para desde ellas trazar una hipérbole pictórica.
Las fotografías de Mickalene están emparentadas por su proximidad teatralizada con la vernacular estética del Cine de Clase B del “Movimiento Contracultural del Black Power”.
Sólo que esta vez, las heroínas siempre son mujeres.
Mujeres indómitas, en su espacio doméstico, domesticado a su antojo.
Bellísimas mujeres afroamericanas que exhiben despampanantemente ante nuestras miradas la voluptuosidad de sus cuerpos, la redondez de sus ojos y la carnosidad de sus labios.
Aquí no existen héroes masculinos.
El hombre, ha sido derrotado.
Eliminado de la ecuación descriptiva de estos relatos visuales, donde ellas imperan, “campan a sus anchas”, deambulan libremente.
Como si el falo hubiese sido castrado de la existencia de estas hembras sin hombres.
Mujeres “cinemáticas” , hiper-histriónicas que frente a nuestra mirada posan sin pudor.
Desafiantes.
Y es entonces cuando en esta teatralización exhautiva del “sujeto otrorizante de la fémina-felina”, antropológicamente la obra de Thomas se vincula con la producción de artistas internacionales que se acercan a la herencia cultural africana en la diáspora europea; tales son los casos de Yinka Shonibare, Chris Offil, o Hew Locke.
O coterráneos estadounidenses como Titus Khapar y su pintura representacional post-académica de corte reivincidativo como posible relectura de la historia del arte desde una perspectiva “post-colonial africanista”, como lo hiciera el cubano Pedro Alvarez (e.p.d), o Noa David, un ácido pintor quien conecta mejor con la política obra de Alexis Esquivel y su aspecto denso, tardío, retardante, corrosivo, o Kehinde Wiley, y su edulcorado mundo de modelos masculinos de pieles achocolatadas, de obvio matiz homoerótico.
Matiz homosexual (entendido como tercera rebelión) que Mickalene enfatiza como duda, como duda del deseo hacia la hembra, como si se mirasen sus modelos en el espejo de sus manos. O en el espejo de sus ojos.
En los ojos de ella, la artista.
Aunque estos artistas antes mencionados no enarbolen la figura femenina al pedestal de la heroína suprema, en ese alegato racial de creación mitológica cohabita una nueva ideología belicosa ante la mirada externa del blanco post-colonial que observa su sujeto-objeto del deseo; y ahí -con Mickalene- … sí hay una actitud vinculante.
Como si convirtiera sus figuras en la vertiente urbana de un iconoclástico nuevo “marianismo afroamericano”.
Según como la antropóloga Evelyn Stevens esboza el “marianismo”: [refiriéndose a] el culto de la superioridad espiritual femenina, que considera las mujeres semidivinas, moralmente superiores y espiritualmente más fuertes que los hombres.
Una mujeres portadoras de una belleza devastadora, una belleza atroz que hace daño por ser tan soberbia y omnipresente.
Bellas como la voz y la música de la contrabajista de jazz Esperanza Spalding -esa otra belleza afroamericana, mulata mestiza allí donde las haya, luciendo su melena y su angelical rostro- deslumbrando auditivamente nuestro cerebro, saturándolo, dopando nuestra memoria armónica de la realidad; la cual -seguro estamos- jamás volverá a ser la misma de antes… después de tanto placer.
Sabedores de que hemos sido testigos de un milagro, un extraño misterio.
Así como aquel que se para frente a Las Meninas de Velásquez. Como bien nos lo describe Foucault:
“En el momento en que colocan al espectador en el campo de su visión, los ojos del pintor lo apresan, lo obligan a entrar en el cuadro, le asignan un lugar a la vez privilegiado y obligatorio, le toman su especie luminosa y visible y la proyecta sobre la superficie inaccesible de la tela vuelta. Ve que su invisibilidad se vuelve visible para el pintor y es traspuesta a una imagen definitivamente invisible para él mismo. Sorpresa que se multiplica y se multiplica y se hace a la vez más inevitable aún por un lazo marginal.”
Y siente el lazo de pertenecer a este lugar que y a donde la Pintura nos cita y nos convoca, como hechizante lugar del deseo.
Un lugar donde Mickalene Thomas -y las suyas… sus musas pictóricas-, son las “nuevas diosas”; las “amas de las reglas del juego”.
Granada, España.
Primavera, 2010.
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No es accidental que tres de las grandes religiones monoteístas de la sociedad actual estén controladas por hombres, y que gran parte de la política y las finanzas, igualmente.
Muchas de ellas, por ejemplo, han sido pioneras en abogar por las libertades sexuales de la mujer más allá de la dominación del hombre heterosexual, algunas como Stein, Woolf, o Chapman, han reconocido su condición gay desvelando su sexualidad lésbica, otras como Nin o Walker han desvelado su bi-sexualidad como una actitud liberal, emancipada del encorsetado dominio sexual machista.
Como dijera Javier Panera refiriéndose a la obra fotográfica de Sam Taylor-Wood. Sobre esta idea VER texto del autor en el catálogo de la muestra: Mascarada, DA2, Salamanca, España, 2006.
Sobre esta idea VER del autora: Evelyn P. Stevens, "Marianismo: La otra cara del machismo en Latino-América"; En: Ann Pescatelo, Hembra y macho en Latinoamérica: Ensayos. México, ed. Diana. 1977, p. 123.
Michel Foucault, en Las Palabras y las Cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Siglo XXI Editores, SA, Argentina, Buenos Aires. 2002. Página 15.
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