domingo, 14 de enero de 2018

FUGA (…THINKING A NUMBER)
Aproximaciones inexactas -como todo aquello que no sea científicamente demostrado como algoritmo matemático- a la obra reciente de Laura González Cabrera



Vista de la muestra personal de Laura Gonzalez, UNLERSERLICH (ilegible) en NovaInvaliden, Berlin

a Alejandro Vitaubet
tu primer avalista


Así, la problemática (…) comienza en el momento en el que se “toma conciencia de lo que está muerto”, como apuntaba Roland Barthes, y en la decisión de hacer o no su duelo.

Nicolas Bourriaud
Formas de vida

a Anni Albers
porque quizás a su paso por Canarias
dejó en las islas, aquí -extraviado-
un fragmento de su espíritu.

1.-
Pintar, a día de hoy, en pleno siglo XXI, he dicho en innumerables ocasiones que es un ejercicio de resistencia, un acto de rebeldía, un posicionamiento insumiso en medio de la velocidad facilista del precario (accidentado y vago) objetualismo post-ready made del arte relacional, procesual y/o post-conceptual. O el atropello del universo de las imágenes que nos invaden diariamente.
En cambio, a día de hoy, igualmente tomar el lenguaje pictórico como herramienta fundamental desde la que articular un quehacer artístico, es apostar por una operatividad post-conceptual, pues finalmente se ha logrado visualizar como episteme el legado de Da Vinci y Picasso cuando ambos afirman que “Pintar es una cosa mental”, lo cual después del conceptualismo podríamos ratificarlo como que “Pintar es una traducción -de manera fundamentalmente artesanal e individual- de algunas de nuestras ideas”.  

2.-
Y en definitivas también es apostar por instrumentar un sistema lingüístico que debe convivir y de alguna manera dialogar, debatir o contrastarse con y a veces contra un universo operacional  post-imagen, o como afirmase Don José Luis Brea “post-medial”, un término el cual puede que esté mucho más acorde con el contexto de virtualidad, vidrioso despliegue óptico y de planísimas representaciones táctiles (o de pantallas) en el que nos movemos actualmente.
Pintar implica de antemano así, estas dos disyuntivas, a la que se le suma una tercera. Es el medio expresivo por excelencia, el más natural podría decirse, de la visualidad desde hace más de tres milenios, desde las primerísimas manifestaciones pictóricas pre-históricas hasta hace tan solo poco más de un siglo, cuando la fotografía, el cine y los nuevos medios audiovisuales han entrado a jugar un rol de protagonistas corales en el desarrollo de nuestra cultura. Por tanto, su tradición, pesa. Quizás demasiado.
En la vida contemporánea así mismo la Pintura es un ejercicio de resistencia porque el desarrollo de estas mismas tecnologías de la imagen (y la imagen en movimiento diría Deleuze) ha llegado a un punto en el cual nos hallamos en una situación post-fotográfica -como dijera Joan Fontcuberta- por cómo los nuevos dispositivos de la imagen generan un vertiginoso flujo de imaginarios desproporcionado, imposible de inventariar, archivar, analizar, consumir, disfrutar o experimentarlos como saber, como banco fluido de datos visuales con el que establecer un nexo, un vinculo alguno; donde lo fotográfico que culminaba en un objeto planimétrico de extraño realismo fragmentado (un realismo paralítico de lo real) ha sido desplazado por el devenir de un imaginario, de una narrativa que deja de ser relato para ser anecdotario, laminario veloz que no relata nada, sino tartamudea, flashea fogonazos, ficciona una triple ficción propositiva, que ya no es memoria, sino es una futurible mentira.
Entonces pintar es -metafóricamente hablando- “echar un freno de mano o dar un volantazo” para salirse o salirnos de este devastador tsunami e imparable fluido de idioteces narcisistas, tardío-adolescentes y lumpenizados, para exigir detenernos.


Vista de la muestra personal de Laura Gonzalez, UNLERSERLICH (ilegible) en NovaInvaliden, Berlin

3.-
Laura González Cabrera (Las Palmas de Gran Canaria, España, 1976) es consciente de ello, y quizás por ello, asume la Pintura como su lenguaje por naturaleza y/o fundamental. Sin necesidad de que esta decisión vital implique caer en la llamada “Technofobia”, la cual algunos artistas enarbolan enraizados en el “Maximalismo” pictórico, para discutirle un lugar disonante a la pintura narrativa, donde destacan figuras tan mediáticas como Oscar Murillo (según el mercado “el mejor heredero de Basquiat y Schnabel”, digo el mercado porque el fenómeno Murillo me parece un caso de mera mercadotecnia sin el beneplácito de la crítica), o el vitoriado Rashib Johnson y su enfático trabajo en torno a la crítica herencia decolonial de la cultura afrotrasatlántica, o el misterioso y cambiante Ángel Otero y sus decapaciones que advierten el hecho pictórico como un ficcional ejercicio de arqueología.
Todos, enemigos de las imágenes estereotipadas, todos, renuentes a narrar simplemente la obviedad de las cosas.
Laura -en este sentido- se vuelve críptica. Se nos esconde. Encuentra en el ocultamiento de datos (o palabras) la mejor de sus estrategias para distraer la mirada con la seducción de lo que parece  un juego de crucigramas y es simplemente una construcción poética, transliteral.

4.-
Sabedora de que todo conocimiento (o saber) de interés y/o relevancia se mantiene en secreto mínimo por un corto periodo de tiempo, porque el conocimiento es poder. Sólo que cuando se instaura como “poder totalitario” es su propio enemigo. Y que el arte realizado por mujeres ha vivido durante siglos ese “totalitarismo”, y contra él, desde entonces, trabaja, en muchos casos de manera no beligerante, sino simplemente disidente. Laura es un ejemplo de artista que desde hace más de una década argumenta su trabajo en torno a la investigación de los usos de sistemas cifrados y encriptados, obra que culmina procesualmente en una especie de “abstracta pintura textual”, donde texto, palabra, escritura y color se unen en una experiencia estética combinada.
Heredera de los primeros experimentos Bauhaus, el Situacionismo y la pintura post-conceptual, que ya hemos mencionado, Laura GC se adentra en el hecho pictórico desde la escritura verbal y dota a la escritura de un nuevo sentido: el cromático, donde su sistema aritmético-matemático nos recuerda los inicios de los cálculos binarios de la informática más rudimentaria, o sus rítmicos espacios cuadriculados nos evocan a la infancia, o la importancia del tacto, el roce de la pincelada, su materialidad, su manufactura, su erotismo. Un erotismo que en cuanto a lo textual se desnuda como poesía visual. Una poética que la artista desarrolla a través la pintura mural, la pintura sobre tela o el dibujo y la acuarela… expandidos, o lo contrario, como foco de contracción hecho enigma. Se hace ilegible misterio, secreto revelado… pero solo a medias.

Montaje de la muestra FUGA de LGC en la FCDP, Las Palmas de Gran Canaria

5.-
Ese camino enigmático la conectan mucho más con creadores escriturales y abstractos que reinventan la Nueva Abstracción desde una dialógica investigación en y con la escritura como Christopher Woolf -el gran amanuense con manía de grandeza-, o el poético artista suizo Remy Zaugg y sus sutiles textos pintados en relación con el status del arte y sus diatribas; o ella -LGC-, mucho más cercana a la delicada Amy Sillman y a su modo de comprender la pintura como un campo expandido que puede mezclarse con el sentido expositivo de la instalación, y donde la degradación cromática marca un ritmo orquestal, casi sinfónico. Ambas (Amy y Laura) muy envolventes y abstraídas de las referencialidades obscenas de lo real. Ambas más cercanas a Giorgia O´Keefer -por su trazo sensual y su cromatismo- que a Sol LeWitt. A pesar de que LeWitt a Laura le fascina.
No sé exactamente por qué razón -nunca lo he hablado con Laura- con Amy Sillman coincide con “cierta paleta cromática” que a ambas artistas le interesa, donde los edulcorados y dulces colores pasteles conviven con la crudeza de los colores ácidos, como si en ambas el sabor agridulce de la realidad, quisieran que estuviese presente como paradigma de belleza de la luz, es decir, del color.[1]
Su clarividente, cambiante y sumatoria obra Opus I y II, 2010-14,[2] así demuestra esta obsesión de la artista por llevar la música a un estado visual, sin pretender ser ilustrativa, ni obvia, sino… rítmica, vibrante como la reverberación de una cuerda contra su instrumento o una nota sostenida en el aire. Este anhelo musical se percibe claramente en la cadencia cromática de sus oscilantes obras donde la vibración del color se hace latente, determinante.
Además del propio desplazamiento en “Preludio y Fuga” que sus títulos indican, así como las referencias de la artista hace a canciones de la cultura popular, breves serenatas u otras obras musicales[3].

6.-
Y en esta profundidad de apariencia operística, musical o cientificista, al menos matemáticamente hablando, en su afán aritmético, hace que Laura evite el tan de moda y vacío: Formalismo Zombie, como lo etiquetó Walter Robinson. Del quienes Jerry Salz en su artículo: Zombies on the Walls: Why Does So Much New Abstraction Look the Same?, dijo que era tan previsibles que sus formatos eran fundamentalmente verticales […] “hecho a medida para la distribución digital instantánea y la visualización a través de jpg en dispositivos portátiles. Se ve casi lo mismo en persona como lo hace en iPhone, iPad, Twitter, Tumblr, Pinterest y Instagram[4]. Esta tendencia de la Nueva Pintura Abstracta -fundamentalmente occidental o para ser más específicos norteamericana- donde el formalismo maquinal sobrepasa levemente el nivel cero del rigor voluntarioso del buen hacer, para dedicarse a juguetear con las formas de una desmemoriada o amnésica maquinalidad facilona “pre-post-moderna”[5], lo que en el discurso crítico llamamos derivaciones y/o variaciones del tema y que prefiero nombrar como “ejercicios de clases”; donde creadores como Lucian Smith, Dan Colen, Christian Rosa, Jacob Kassay, Mary Weatherford o Joe Bradley imperan como estrellas de Rock & Roll.
Laura se escapa de esta nomenclatura y puede que se acerque más a la de Abstracción Narrativa, un camino a donde llegan artistas justamente no occidentales como la pakistaní Shahzia Sikander,y sus relatos visuales no-figurales de su visión (post-islámica) del universo la cual se hace animaciones videográficas, o como el cubano-mexicano Flavio Garciandía que hace una pintura neo-historicista, citatoria, apologética. Con quienes Laura se relaciona porque ella se apoya en un elemento externo a la pintura para enchufarle nuevos aires (informáticos y sígnicos) a la pintura. Ella (la artista) no accede a la Abstracción como ejercicio de vagancia, sino justo lo contrario, como deconstructivo ejercicio de profundidad. Por ello el rol matemático-aritmético de su “uso del color”,  porque accede al hecho pictórico como un camino irreversible de búsquedas no-figurales.
Ella asume un comportamiento de indagación cientificista que homenajea a las primeras mujeres informáticas, porque ellas le ofrecen una línea de liberación del dogma de la representación, ellas le regalan la trascendencia de lo efímero, no en balde el británico Richard Wright y sus pinturas fractales, es uno de sus favoritos.
Ambos, Laura y Wright, son buscadores de patrones ocultos en las estructuras de la realidad que la desmaterializan, en el caso del británico hacia una especie de red invisible de transparencias  animadas, y en el caso de la artista canaria hacia una investigación en la sucesión de algoritmos musicales escondidos detrás de la textualidad, sea esta oral o literaria.

Vista del montaje de la muestra FUGA de LGC en la FCDP, Las Palmas de Gran Canaria

7.-
Un camino que se niega a narrar mientras poetiza, quizás describiendo un constructo que simula ser prosa poética.
Como la texturización del espacio como pulsión que respira de Marjorie Welish, otra aritmética. O la búsqueda infinita de topografías táctiles de Chris Martin. Todos senderos insumisos, a la imagen y a la Era Post-Internet.
Un camino de desobediencia, de rebeldía y valentía que en el  contexto nacional y más próximo a su generación la vincula con el galego Carlos Maciá, quien igualmente desmantela los bordes de StreetArt y Art World (= institucional), y expande su obra hacia el dibujo, el muro exterior e interior y una pintura cada vez más escultórica y/u objetual.
No por gusto cuando comisaríamos ON PAINTING en el año 2013, Laura González y Vargas Suárez-Universal eran los artistas que intervinieron juntos, en paralelo, con sendos murales la fachada del museo anfitrión, pues Rafael VS como Laura se aleja de los superficiales formalismos académicos y profundiza en el conocimiento astronómico, en la física cuántica y en las topografías abismales del espacio exterior, mientras cartografía las arquitecturas que auratiza al pintarlas. Como igual lo hace el venezolano-londinense Jaime Gili, otro dislocado, otro fuera de grupúsculos o getthos, otro disidente.
Despliegue poli-lingüístico, del mural al dibujo, del dibujo al objeto, que Laura practica, y además que practica cada vez de manera más consciente y acertada. Como “algo” necesario y reorganizador de su amplio quehacer, como un episteme de reformateo, nunca mejor dicho pensando en “cambiar de formato” (y lenguaje visual) y el resetear de la informática.
Aunque su acercamiento a este despliegue de lenguajes mestizos del dibujo a la pintura y de la pintura al muro, está mucho más ligado al italiano Giorgio Griffa y su inmaterialidad expositiva de sus pinturas acuareladas en telas sueltas[6], que a Ángela de la Cruz, con quien Maciá sí tiene mucho más en común, no sólo porque ambos sean gallegos sino por ser propenso a esculturizar lo pictórico y viceversa.
Algo de lo que Laura, una vez más, se escapa. Refugiándose en la palabra.
Y también en lo espacial como “gran zona de color”. Emulando a los clásicos. Debatiéndole a Kosuth su legitimidad para articularnos un universo verbalizante, por no decir verborreico, sin hacerlo luz, color, “apariencia vestida” (refutando a Duchamp) como lo hace de un modo mucho más certero Stephen Prina y sus pinturas-espacio(le)s monocromáticos. Puede que porque González C. pretenda darle una línea de fuga a esa “palabra pintada”, una escapatoria, o lo contrario, insista en retenerla, asirla para con nosotros.
Curiosamente en este texto perversamente estoy siendo binario, como las aritméticas informáticas que ella homenajea como sistema, oponiendo a Laura más a quienes se diferencia que a quienes se parece, más de quienes niega que de quienes se deja influenciar, o contaminar. Más de quienes huye que de con quienes comparte su espacio, su tiempo y su obra. Sea estas pinturas o palabras. Si os dais cuenta -estimados lectores- en este texto, ha sido el pretexto de mi acercamiento al trabajo de González Cabrera, “ubicarla” en un lugar donde ni ella misma se ubica, “dotarla un contexto” que puede que ni ella misma se plantee tener, ni lo desee o quiera; y esto puede que ocurra por la confianza de Laura en su autenticidad, por la confianza que ella tiene en la palabra en sí. Una confianza casi obsesiva.

8.-
Para mi que soy fundamentalmente un escritor, un ideólogo, un hombre de ideas, observar en Laura cómo le otorga esta importancia escurridiza a la palabra en su obra  me hace pensar en la posibilidad de que la artista este proponiendo una especie de nuevo compromiso con la experiencia artística, como si buscase en el pasado, en un tiempo pasado aquel honorable don que daba por hecho cualquier juramento en el acto de “Dar la palabra”, pues “La palabra nunca cae al vacío”, ella es un aval, un peso.
Así como pesado es el juicio de un crítico, comisario de arte en la recomendación y/o aval de un artista, como lo hizo Vitaubet con Laura hacia mi; Laura pretende que creamos que en la Pintura hay esperanza de desarrollar una nueva experiencia cognitiva, sensorial si a través de la palabra indagamos en ella, porque la palabra es infinita.
Como si Laura insistiera en crear y /o adaptarse a un nuevo comportamiento ético con su obra (y por ende las derivaciones del lenguaje pictórico) como nueva instancia de la fe. Recordándonos a Brea nuevamente y su ideario donde explicaba el acto artístico como una nueva cuestión de fe. De infinita devoción.
Si existe una infinitud de variaciones aritméticas de “caminos de palabra”[7], todavía hay posibilidades, o mejor: siempre habrá posibilidades. Por tanto, todavía hay esperanza para un arte que fundamente su accionar en o desde ella, sea éste -o no- a través de la Pintura. Como si la artista nos dijese, de un modo mesiánico, en un principio no fue el verbo, sino la palabra, porque ella, la palabra es mujer, la voz en femenino de toda creación que reverbera entre nosotros. Y si esta palabra está pintada, es gracias a  ser tocada por la mano (y al delicado trazo) de una mujer, por tanto, todavía hay esperanza para encontrar el amor, en ese tacto. Aún… cuando esa esperanza ocurra en una huida, una fuga.


Las Palmas de Gran Canaria, España
Febrero, Marzo de 2017

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[1] Cuando pienso en la obra de Laura las referencias que me vienen a la cabeza -esa manía que necesita argumentarse el discurso crítico para rotular su juicio historicista, casi siempre innecesaria, como toda manía- muchas son mujeres, muchas son artistas que ahondan en el color y en los ritmos obsesivos de las geometrías: Carmen Herrera, Anni Albers, Elena Ansin, Rosa Brun, como si la artista canaria fuese primero que todo una heredera, una digna heredera de ese legado de “Mujeres Mentales, de una gran dosis de sensorialidad cromática”.
[2] Una obra que se ha exhibido -que yo recuerde- en cinco ocasiones (SAC, Tenerife, CAAM, LPGC, MAC, Vigo, Museo de Huelva, Museum Art Today, Beijing) y en cada una de ellas la artista la amplia, la contrae o la expande cada vez más como si  estuviese editándola, como si hiciera versiones de una puesta en escena de un concierto en directo, una jam session.
[3] A día de hoy mucho más centrada -tal vez- en las nuevas oleadas del Jazz, más intimista.
[4] Publicado en Vulture Magazine, del periódico NYTimes, 17 de Junio de 2014.
[5] Léase como “copias deleznables” de primero de carrera, en cualquier curso facultativo de Bellas Artes, de los paradigmas abstractos de la Modernidad, sean éstos  los de la Vanguardia Histórica, o el Expresionismo Abstracto y sus múltiples declinaciones, incluso las más agonizantes y decadentes, como la Abstracción Lírica o el color-field painting o «pintura de campos de color», la pintura caligráfica post-Towmbly o el tachonismo.
[6] Puede que Laura haya realizado cerca de una docena de piezas de este tipo simulando antiguos tapices artesanales, cuando descubrió la ductilidad del lino cruzo y su suavidad cuando cae sobre la pared y el aire acondicionado de las salas las hacen ondularse como banderas. Estas obras de hecho por su facilidad de transporte y su éxito comercial las ha exhibido en la Galería Ángeles Baño (Cáceres), Constantino Gallery (Milán), Ricarddo Constantini Galleria (Turín), Museo Pérez Galdós y SMCC/CAAM (Las Palmas de Gran Canaria) y novainvaliden galerie (Berlín).
[7] Como sugiere el título de la premiada y homóloga serie proyectual de dibujos, murales y pinturas de la artista en Swab Art Fair, Barcelona, 2015. Serie que dedicó Laura a la poesía de la poeta sefardí Clariss Nicoïdski, en la que indaga en la intimidad secreta de las relaciones.

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