domingo, 18 de septiembre de 2011

DAS KAPITAL: aventuras marxistas en el Arte Contemporáneo (o… de cómo ser valiente no es un valor, según la obra de Alberto García)







El hombre siempre mira desde la ignorancia y el miedo.
John Berger

a Laura y Jorge
espejo donde te miras


De hace un tiempo a esta parte, para ser más específicos, de mediados del siglo pasado a nuestros días; sabido y aceptado públicamente es que de los caminos y/o líneas de investigación estético-artística que más resonancia generan en la renovación del panorama visual contemporáneo; aquellos que operan instaurados en la propia crítica institucional del sistema artístico como campo de acción, son asumidos como los comportamientos más eficazmente radicales. O al menos, uno de ellos.

Situación que se debe, claramente, a varias cuestiones estructurales básicas del sistema mismo. La primera de ellas, es obvio que se deduce de la naturaleza dicotómica del arte, como herramienta endogámica que de sí mismo, habla. La segunda, igualmente de matiz genesiático, a su carácter burgués. Y conocida ya es la “capacidad autocrítica de la burguesía” como estratagema democratizante, o su capacidad de autofagocitar todo aquello que le circunde; incluso cualquier sesgo canónico representacional que simule un sesgo aristocrático-dominante pretérito. Algo inherente a su necesidad cambiante como mecanismo controlador de la libre circulación del mercado, y sus normativas reglas de demanda y consumo, y sus engañosos espejismos de oferta novedosa. Y la tercera, y la más esperanzadora, a la posibilidad dialéctica del arte como un dispositivo refractario de una sensibilidad cuestionadora de la realidad.

Y si la realidad en la cual el arte mismo está enmarcado como campo-sistema, está en plena crisis, esa palabra tan de moda en estos tiempos que Marx dotó de una cambiante connotación revolucionaria, gracias a sus relecturas de Hegel; es natural que éste se cuestione las reglas del juego de su propia existencia.

En esta dirección, y para ir acercándonos al tema central que motiva este texto; en el contexto español existen varios casos ejemplares de una actitud verdaderamente trascendente al respecto. Claro está que esa brecha la abrieron el quehacer de creadores como los transgresores componentes del Grupo ZAJ, activo hasta el año 1996, o entes mucho más satélites y disidentes como Isidoro Varcárcel, quien de modo ineludible marcó una pauta de comportamientos determinantes en la radicalidad vanguardista del país; sendero que posteriormente han continuado -desde una perspectiva mucho más multimediática y neo-historicista, con un componente político de interpelación directa de los poderes fácticos de la sociedad civil española y/o occidental americana- creadores como Antoni Muntadas y Francés Torres; así como, más próximo a los cuestionamientos estructurales del objeto-arte y el sistema narrativo conceptual que lo soporta como fetiche, Juan Luis Moraza.
Artistas los cuales abiertamente crearon una metodología crítica casi de carácter analógico-testimonial de reinterpretación de los mecanismos oficiales dominantes de la visualidad y la cultura que nos circunda, desde una pragmática donde mediante la dislocación de los ejes representacionales de la cultura de lo que somos, hemos sido puestos en jaque, una y otra vez.

En medio de estas operaciones post-fluxus, de epistémica raíz conceptual, y a tono con los vertiginosos procesos de desmaterialización del hecho artístico que estaba ocurriendo a escala internacional a favor de las prácticas de la performance, el land-art, el happening o el videoarte, nace una nueva generación de creadores que toman el relevo de los “planteamientos a-institucionales” establecidos por estos artistas antes mencionados, y que conectan de una manera mucho más enfática con las consecuencias inmediatas del “desequilibrio y el incumplimiento del encargo social del Arte”. Hablo de nombres como Txomi Badiola, Pedro G. Romero, Daniel García Andújar, Marcelo Expósito, Javier Codezal, Jordi Colomer, Rogelio López Cuenca, Domingo Sánchez Blanco, Paco Cao, Pepo Salazar, Dora García, Fernando Sánchez Castillo, Santiago Sierra, o el colectivo “El Perro” (actual “Democracia”). De igual manera he de decir, que importantísimo para el desarrollo de muchos de estos nuevos “disidentes” fue el despliegue de la Red de Redes creada por un sinfín de “espacios alternativos” nacidos en las décadas de los ochenta y los noventa en todo el territorio nacional e internacional, así como la proliferación de festivales y macro-eventos o encuentros socio-culturales (out-museum); donde sus producciones tuvieron cabida.

Alberto García Domínguez, es un creador salamantino residente en Las Palmas de Gran Canaria, continuador de esta brecha abierta en el sistema artístico desde la autocrítica institucional al sistema en sí. Su obra se orienta epistemológicamente desde esta actitud analítica descriptiva, para desde ahí fabricarse como experiencia de reflexión. Sólo que su producción de los últimos tres-cinco años se enfrenta a su cosificación como relato, en tanto no permite que su exposición sea un facilismo; ya que ha escogido para ello, narrar -visualmente- su experiencia e indagación en uno de los conceptos más abstractos a los que el conocimiento humano se puede enfrentar: el concepto Valor.

Un concepto tan abstracto que rige todas y/o casi todas las relaciones humanas universales, ya sea por su sentido práctico de carácter económico mercantil, donde la dominación del elemento DINERO cuantifica todas nuestras posesiones, necesidades, actitudes, o motivaciones existenciales como ser social, donde el lema: “tanto tienes, tanto vales” porque la tenencia da un valor acumulado y acumulativo que define nuestro status se hace patente; o por su sentido netamente ético, donde la valía, no está sujeta al sentido material de la existencia, sino a la solidez emancipadora de la autoconciencia de la calidad humana. Y aquí la categoría de la calidad -más ética que estética y económica- da un sentido de coherencia cívica a nuestras vidas.

Entroncado con este sentido cívico crítico contrario a quien evalúa lo que consideramos valioso sólo por su valor monetario, Alberto García ha elaborado una serie de obras que desde las estrategias más lúdico-lúcidas de la sátira, el humor o la desacralización de la ironía; desmantelan las nociones aprendidas del concepto valor, cuando éste, se ciñe sólo a su condición de valor de cambio, al menos en el contexto occidental.

Obras suyas como “Taxi gratis” del año 2009, documentación videográfica fruto de una performance que el artista realizase en la italiana población de San Potito, en la que reutilizó un coche de alquiler turístico -rotulación cartelística incluida- como un “Taxi Gratis” (como su nombre indica) en el que él mismo -como chofer- prestaba servicios gratuitos de transporte a los ciudadanos del pueblo; provoca en el espectador la misma inquietud de desconfianza, la desconfianza naïf del incrédulo, que también provocó en quienes tuvieron la oportunidad de experimentar como público-usuario-co-protagonistas de su gesto de generosidad gratuita. Un gesto que más que nada se comporta como un instrumento de socialización del bienestar social, disfrazado de experiencia artística; el cual termina siendo Arte, no por su papel social-comunitario que realmente pretendía cumplir una función práctica de prestación de servicio a la población, sino por la intencionada documentación de la experiencia viva en sí de dicha performance. La cual bien amerita una reflexión detallada de las funciones del Arte en la vida comunitaria, o la posible sobredimensión de la que el artista participa en sus roles sociales, mientras podría generar un bien común-comunitario inmediato, a la vez, que evidencia el ejercicio de la duda sobre la valía de la gratuidad de la que la sociedad contemporánea está enferma.

“Celebración” igual del año 2009, -otra documentación videográfica- subvierte otro elemento clave en la presencia rutinaria del poder como espacio normatizado por el orden; cuando de pronto, el hecho de que un conjunto de músicos de instrumentos de vientos irrumpen en una entidad bancaria, haciendo sonar la partitura de la famosa y jocosa canción “Money Money”, creando así una situación de inestabilidad inesperada, como todo inestabilidad siempre -al menos al comienzo- es sorpresiva, en el anquilosado y encorsetado orden monótono y mecánico de una oficina bancaria. Oficinas éstas donde se espera con regularidad -por parte de nosotros, los clientes-usuarios- reine la estabilidad cotidiana de su propia mecánica burocrática, ya que resguardan nuestros operativos valores monetarios. El desestabilizar la naturaleza tenócrata-burocrática de una infraestructura de esta clase, con la “celebración” de una -en apariencias- improvisada performance musical de este tipo, es obvio que dio luz a un acontecimiento que sus testigos, jamás olvidarán. Pues en un lugar que se espera impere el ORDEN, por su solemne sentido estructural cerrado de lugar de resguardo de nuestro DINERO, el caos de la festiva creatividad musical subvierte su solidez, evidenciando su fragilidad simbólica. Como si Alberto hiciera un ligero homenaje a aquella frase de Marx en la que nos evoca que “todo lo sólido se desvanece en el aire”; incluso, la solidez de una institución tan “seria” como una entidad bancaria; donde el desparpajo de la “celebración” y la alegría, puede que no tengan cabida.

Como derivas de este mismo tema las fotografías de título “Ocultación”, “BEX” y “Bienvenido”, las del actual año 2011, ahondan entonces en otro dilema de entidad financiera como estructura que se comporta como un arma de doble filo en la sociedad contemporánea. No por gusto, la crisis económica actual es producto directo de una crisis financiera de los bancos internacionales. Pero la sutileza poética de Alberto en estas tres fotografías radica en su capacidad de ofrecer y desvelar lecturas desacralizadoras de las entidades bancarias como estancos sólidos (y transparentes) de nuestra sociedad. Unas ocultan sus verdaderas intenciones, otras desaparecen y se deterioran con el paso del tiempo, y por últimos las que sobreviven te seducen con la gracia de la falsa amabilidad, de quien no te revela que necesita -como un vampiro la sangre de sus víctimas- de tu bienventuranza depositaria para sostener y engordar sus especulativas arcas.

Y hablando de arcas, la instalación fotográfica “Prety Close”, realizada entre los años 2010-2011, “retrata” el objeto “caja fuerte”, como aquel lugar donde quisiéramos guardar nuestras pertenencias más preciadas; pero es como si el artista nos indicada que allí, en estas aparentes fortalezas privadas, no caben ni quedan a salvo nuestras almas. Tampoco nuestros recuerdos y sentimientos, por supuesto; en cambio, la fría corporeidad de estos objetos nos recuerdan que el humano desde siempre ha estado pendiente de atesorar, porque en la riqueza halla regocijo que lo sacia. Entonces el artista pareciera que nos estuviera cuestionando como si esa necesidad acumulativa del humano y su ambición desmedida, más que una necesidad es una adicción. Pues lo necesario es sólo lo vital, lo demás es un exceso, una adicción, un cáncer que lo correo y lo destruye en el tiempo; pero allí quedan sus perfectamente cerradas cajistas metálicas donde su alma no está.

En esta misma línea desastilizadora trágico-cómica de la futilidad de la aprente solidez de lo bancario, son las obras “Zum (ZOOM)” del años 2010 y “Money Movers” del año 2011. En la primera de ellas, Alberto coquetea con cómo la vigilancia y la observación está presente en nuestra cotidianidad de manera arbitraria, sin que ni siquiera nos perturbe la presencia de estas cámaras que todo lo filman, graban o documentan desde su impersonal angulación equidistante de la realidad, mientras nosotros nos paseamos frente a ellas. Una obra que inevitablemente me hizo acordarme de la californiana Julia Scher y sus reinterpretaciones videográficas de los documentos de vigilancia de los museos. Ya que en ambos artistas, la mano-editora de la mirada del artista re-interpreta la mecánica de observación estática de la vigilancia, dotándola de nuevos significados. La segunda, prefiere argumentarse como una road movie, discreta apología cinéfila de Alberto a un modo de ver (volviendo a Berger) en moviendo que le interesa mucho como sistema narrativo. Pues crea una dinámica que acelera y potencia las azarosas lecturas asociativas de lo que la cámara filma. A la vez que descubre su solapada y decadente fascinación por cierto Cine de serie B donde la carencia de una calidad estético-filosófico-autoral, se diluye en la eficacia de su velocidad seductora como trama narrada velozmente.

Ejemplos éstos, por no extendernos demasiado, de una actitud crítica creativa con la realidad desde las herramientas lingüísticas del Arte que en Alberto toman dimensiones muy introspectivas; primero, porque no permite ser encasillado en nomenclaturas formalistas preñadas de efectismo visual o dialécticas de coqueterías epatantes; segundo, porque más allá del cualquier sofisticación especulativa, el artista deja intuir cierta nostalgia de totalidad, cierta necesidad de hallazgo feliz detrás de las máscaras de lo real, que le devuelve un sentido mucho más placentero a su cotidianidad, como si esperase allí su recompensa, fundacional. Su eje motriz, su energía vital.

Como si con estos devaneos críticos de la relación evaluativa con nuestro acontecer, Alberto García nos recordara que podemos refugiarnos en el valor gratuito -netamente espiritual, aunque suene romántico y utópico- que el Arte como resultado de nuestras autocríticas y observaciones cercanas a lo terapéutico, nos regala. Como si este editor de realidades filtradas por las lentes de cuanta cámara tiene acceso, nos recordara que en estos “tiempos líquidos” donde la incertidumbre nos mantiene en vigilia -como dijera Zygmunt Bauman-, quizás únicamente el Arte pudiera solidificarnos las dudas como una escultura de hielo a la que adorar, porque la duda es el principio del conocimiento real; mientras la vemos derretirse delante nuestros propios ojos, observando más que con resignación, credulidad y devoción; con la sospecha de quien conoce que nada podrá apagar nuestra perseverancia, y fe en nosotros mismos. Porque bastante ya tenemos con la valentía de echarnos a andar diariamente, aunque la hipócrita prudencia de “lo políticamente correcto” nos susurre al oído las consecuencias de nuestras desobediencias; a sabiendas de lo que dice el refrán: “De los cobardes, no se ha escrito nada.” Elegimos ese valor que la valentía de los osados, nos impregna de la sapiente y cabal sensación del estar vivos. Y este valor, es nuestra plusvalía, nuestra redentora ganancia.


Las Palmas de Gran Canaria.
Primavera-Verano del 2011

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