doma_
(fe de erratas, arrepentimientos, disparates y otros divertimentos … o notas para acercarnos procesualmente -a modo de aprendizaje- a la obra de Paco Guillén)
Vistas de sala de la muestra doma_ de Paco Guillén
Centro de Arte La Regenta, LPGC.
“El hecho de que
cuando uno está alienado y protesta contra esa alienación, la protesta toma una
forma corporal: es el brazo que se levanta, el cuerpo que se despliega, la boca
que se abre, entre las palabras y cantos, todo eso es corporal. El cuerpo humano
es lo más antiguo que poseemos, el cuerpo humano es más antiguo que un fósil…”
Georges Didi-Huberman
Las imágenes no
son sólo cosas para representar
Hay palabras que son un
isótopo, una partícula nuclear que sólo necesita activarse un poco -quizás acentuándola-
para convertirse en uranio enriquecido.
Lezama Lima, el gran
poeta y escritor cubano, diría que hay palabras que son puro potens, material poético expansivo.
Personalmente siento no
ser tan especular y preferir el prosaísmo de una escritura poetizante que hace
de cada palabra una imago.
Por ejemplo, igual puedo
pensar en palabras planeta o palabras galaxia, palabras universos-en-universos.
Eso sí, ninguna “palabra-universo”
es una palabra fácil.
Estas palabras no son
palabras que te vengan a la cabeza fácilmente, sino justo lo contrario, son
palabras que te asaltan sorpresivamente como en una emboscada del conocimiento en
la evolución del propio lenguaje, cuando menos te la esperas, te asaltan desde
la intuición y no desde la razón, te asaltan como un alumbramiento al que
llegas tras una exhaustiva búsqueda de cómo conceptualizar, graficar, o cosificar
una sensación, una extrañeza, una duda.
Estas son palabras que
responden a este estado de sapiencia que es la incertidumbre.
La incertidumbre como un
estado donde nada es certero, donde nada está logotipificado, racionalizado,
donde todo está difuso y / o difuminado, desbordando todos los márgenes
posibles, haciéndose pegote o amalgama indefinida hecho lugar.
Pues justamente ahí, en
esa amalgama el arte encuentra un filón enunciativo infinito, en esa
imprecisión, en esta mixtura el arte halla un sinfín de probabilidades para
hacerse un lenguaje nuevo, un añorado silogismo, ese sistema que inventa
significados y experiencias cognitivas.
Como lugar desde y hacia
donde se llega tras aprender la lección que el proceso de su andanza indica,
casi como un examen, una prueba de fuego.
Doma, es una de esas
palabras.
Una palabra bomba, una
palabra peligrosa por la subversiva riqueza de sus derivas.
Una palabra a la que
recientemente arribé -así como si fuese un sorpresivo aterrizaje- tras más de
media década dándole vueltas al trabajo del artista Paco Guillén, conocido en nuestro
contexto artístico contemporáneo[1]
por su trabajo desde (y contra) el lenguaje dibujístico. Podríamos decirlo así, sintéticamente.
Un trabajo en el que
dialoga de manera contradictoria, o mejor incómoda, con el lenguaje más antiguo
de la grafía humana; pues tal pareciera que Guillén se negase a hacérnoslo
llevadero, prefiriendo siempre los retruécanos del camino de la dificultad para
acceder a sus aspiraciones ideo-estéticas. Como si el artista nos propusiera -así
de entrada y sin consultárnoslo- una especie de alpinismo ideológico/sensorial,
nos interese o no ésta suerte de gimnasia mental.
Este es el principio de
la negociación estética que Guillén te impone, aquí -frente a su arte-, él pone
las reglas, nos guste o no.
Y la primera de las
reglas de su juego es cierto comportamiento anárquico, inconcluso, como incompleto,
experimental con el lenguaje en sí del dibujo; pero concebido ese
comportamiento como una anarquía renovadora, una anarquía iconoclasta que
insiste en deshacer lo canónico, para cambiarlo. Deshacerlo… rehaciéndolo.
Mientras para los
creadores coetáneos de su generación la observación de manera determinante de las
reminiscencias del nuevo universo de la imagen y lo post-fotográfico eran el
devenir de sus líneas de investigación, Guillén escogió desdeñar la obviedad de
lo narrativo -como resultado estático- y escaparse a una narrativa en
movimiento, una narrativa animada -manualmente- a la vieja usanza. Por disentir
como método, por discrepar como instrumentación de una biopolítica de la
diferencia como “mínima maquinaria”[2]
para la democratización de su entorno.
Mirando y aprendiendo -sobre
todo en sus tempranos años de formación-, mucho más de las enseñanzas
a-representacionales de la figuración más grotesca del más decadentes de los
Picassos en su Última etapa, históricamente
clasificada a partir de la década de los cincuenta, con sus desfiguradas y amorfas
escenas políticas, el primer Tapiés, el menos matérico y más gestual, así como el
más gestual Dubuffet, o el Sigmar Polker dibujante, quien hace un uso
desprejuiciado del collage, los
sistemas gráficos y las manchas de tintas industriales, la más rústica y
visceral Kiki Smith, o el más goyesco Beuys, el dibujante, ya que estamos
hablando de alemanes.
A la vez que se permeaba
del “modo totalizador”, cuasi enciclopédico, de un individualismo
universalista, de comprender el dibujo del sudafricano William Kentridge, con
quien Paco, además comparte su afición expansiva por el poner en uso el dibujo
como herramienta que narra animadamente, en sus fabulosas videoanimaciones, así
como lo hace de manera instalativa en el espacio, a través de sus
dibujos-murales, o desde un manierismo reduccionista en un contraído universo
de bitácora, de cuaderno de notas que se lleva a cuestas.
Aunque a veces,
personalmente, Paco me parece más cercano -en cuanto a su expansivo muralismo-
a cómo agranda la escala expresiva la violencia brutalista de la neoyorkina
Joyce Pensato y su rotundo manierismo resuelto en un trazo casi gutural,
chirriante en blancos, grises y negros, o plateados grafitos. A pesar de que de
ella, conceptualmente hablando, Paco discrepa a rajatabla de su “panfletismo
crítico” de la cultura de masas y de su iconografía infantiloide. Una cultura
ante la cual Guillén mantiene una arrasadora actitud punk. Nunca una adoradora o paradójica mirada de idolatría y
negación, sino, más bien ante esta cultura argumenta una negación directa, esquivándola.
Una cultura de la banalidad y la banalización que él evita.
Una elección referencial
de posibles y/o hipotéticas influencias que lo radicalizan como un nihilista negacionista del hedonismo edulcorado de
unos tiempos famélicos o anoréxicos -casi- de verdad estética, escamoteados en
el disfraz embellecedor. En una belleza prefabricada y lerda, vacía, hueca.
Una regla que lo ubica
fuera de las coordenadas de la complacencia.
Por esta razón su segunda
regla, es cómo articula su quehacer a partir de un método de revisión
introspectivo del propio lenguaje del dibujo como lenguaje capaz de ser
actualizado desde el estado actual del arte.
Guillén colinda mucho más
con estos artistas por sus procesos de comprensión del arte que por sus
formalismos finales. Más por sus procedimientos e investigaciones colaterales
que por sus resultados.
Y aquí hay otra
distinción de su obra, su avidez por ser lúcida.
Distinción que se soporta
más que característica que como regla, porque la regla que lo soporta es la de
esgrimirse en procesual aprendizaje de sí mismo.
El arte producido por
Guillén, entonces se convierte de por sí en un sistema de comprensión (por
tanto en un sistema de saberes, un sistema cognitivo) del mundo, o al menos, de
su mundo. Un sistema propio, por cierto.
Un sistema que lucha por
desalienarse o liberarse de los barrotes de lo canónico.
Lo que los franceses
llaman “una fenomenología de la sublevación” (Georges Didi-Huberman) o “una pequeña
[y nueva] revuelta” (Julia Kristeva), o el atrincherado espacio de una especie
de resistencia, diría yo, más a tono con las ideas ante la Post-Modernidad de
Nelly Richard.
En cambio,
este sintomático proceso no nace ni ocurre de la noche a la mañana como florece
una flor; en el caso de la amplia producción de Paco Guillén este proceso
ocurrió gradualmente, paso a paso. Pacientemente podríamos decir, casi similar
a cómo ocurren los leves y progresivos cambios en una vida zen.
Y ahí
fue cuando se me descubrió -o escuche como un susurro- la palabra DOMA.
Expliquémonos:
Paco Guillén, en su
primera obra, estaba cercano a los intereses de una obra polémica en tanto se
cuestionaba los cánones académicos de la representación del sujeto
post-moderno, pero adentrándose desde el contemporáneo lenguaje del dibujo más
reduccionista, tosco, deforme, a-representacional
pero no a-figural, con una
estética deudora de la viñeta comentarista de prensa, el diario íntimo adolescente,
la verborreica y grosera grafía de un baño público, la fuerza gestual de un
deje neo-expresionista[3],
específicamente en el contexto del perverso universo artístico y su promiscua
realidad, su delirante, diletante e histriónica puesta en escena, su escenografía
o escenificación de hecho igualmente ahí estaba puesta en cuestión.[4]
Vista de sala de la instalación ab y otros dibujos, 2012-2018
Más adelante, su obra
avanzó hacia una paulatina metamorfosis, de vociferante a susurrante, de
narrativa, caótica y disloca, a poética, prosaísta y sintética. En un obvio
-pero no por ello menos sorprendente- desarrollo de maduración ideo-estética. Como
si el artista articulase un trabajo que le posibilitara la oportunidad de crear
un sistema de conocimiento que se adecua al sistema artístico actual pero
siempre desde una óptica de autocrítica interna que lo revisa una y otra vez.
Preguntándose por la valía de sus modas, sus discursividades, sus estrategias
de inserción, su cinismo. Sus mecanismos de traicionera y pactada seducción, su
rancio tufo burgués, y sus etiquetas. Ya fuesen generacionales, colectivas y
geográficas o sus etiquetas técnicas, puramente lingüísticas.
Como si el artista
reciclara así el saber de su proceso de aprendizaje en una nueva
resolución que otorgase la libertad de
quebrar todas esas clasificaciones; siendo fiel, únicamente a una la de
dibujante. Hacedor de dibujos. Y en este sentido, hace media década su obra dio
un giro radical de cómo concenía y comprendía el dibujo y su hecho expositivo,
cuando produjo su muestra Ruido en blanco.[5]
A partir de aquí, Guillén despliega -siempre que le es oportuno- todos los
posibles elementos procesuales que conformas sus investigaciones y experimentos
en el lenguaje del dibujo, desde una metodología cuasi pornográfica, porque
cada obra se comporta como un streep-tease,
un sensual desnudamiento que desvela sus secretos, sus cadencias, sus ritmos,
sus errores, fallos y aciertos.
Desde
mi punto de vista una estrategia post-conceptual clásica de homenaje al maestro
Josep Kosuth y su fundacional obra One
and three chairs (Una y tres sillas) del año 1965, piedra filosofal del
Arte Conceptual más puro. Ya que Paco, como Kosuth, a partir de Ruido en blanco, o más específicamente a
partir de la pieza Ruido Blanco (2011-2012)
saca a la luz las tripas del lenguaje de sus piezas, sus estructuras narrativas
y formales (truco incluidos) y sus procesos, dotándolas de un contenido
añadido, como un regalo gratuito, no por ello innecesario o sobrante, sino más
bien como un extra, el plus del
siempre agradecido making off. Un proceso que por un lado lo
convierte en un artista más conceptual, menos narrativo, y por ende, más
abstracto; pero también mucho más económico, porque cuando se excede en su
alarde de recursos intencionadamente, sin falsa modestia, se hace más
sofísticamente políglota, añadiendo vericuetos nuevos a sus antiguas
limitaciones de lo gráfico, ahora como una nueva territorialidad artística más
expansiva y a la vez, más abarcadora, más ambiciosa. En la ambición de
convertirse en un arte total, un arte transversal, coral casi sinfónico, aún
cuando sea desde la pequeña sinfonía de lo dibujado. Puede que haya sido el intento
de encontrar la musicalidad de su tiempo, más allá del rock & roll, el punk,
y del clasic y el free jazz lo que lo abstrajo.[6]
Pues la música es evidentemente una gran abstracción. Una misteriosa
abstracción sensorial. Abstracta pero presente. Presente de un modo
insoslayable, indiscutible, invasora y envolventemente presencial.
Solo que en este proceso ha ocasionado un cambio de tono
en los registros narrativos o conceptuales de Paco, pues ha añadido a su
habitual acidez un tono emotivo, confesional[7],
un giro de ácido a agridulce, de documental a testimonial; un cambio de
dirección hacia adentro, de algún modo endogámico. Entonces Guillén también se
ha vuelto más hermético, pues el grado de sutileza de su irse abstrayendo, lo
ha vuelto menos agradable, menos reconocible, más encriptado, la sofisticación
sintética de sus códigos se han vuelto tan a-figurales
y acépticos que no los entendemos, se nos hacen ilegibles. Ilegible por ser
extremadamente poético, como enigmáticos haikus
visuales.
Una
ilegibilidad que se nos hace tácita, tal vez porque el artista ahora nos exige
una radical militancia, un compromiso relacional sin ambages, sin fingimientos,
pliegues ni postureos, como indicándonos de manera imperativa que hay que ser
más atentos, más agudos, estar más alertas. Aún cuando esto no implique velocidad
sino lo contrario, más tiempo de observación, paciencia sabedora. Tiempo meditativo,
que no contemplativo. Contemplar es más pasivo, meditar implica una entrega.
Llegados
a este punto, su arte se ha re-educado lejos de los adoctrinamientos académicos
pero afín a las investigaciones socio-filosóficas, en un proceso de
sedimentación palimpséstica, de capa sobre capa, de borrón y re-escritura,
donde la inicial anarquía juvenil se sedimenta con el crecimiento emocional, la
búsqueda del amor, el fortalecimiento de los lazos no profesional con su
entorno, igual de vinculantes, igual de valederos, igual de prioritarios y
sólidos.
Llegados
aquí Paco Guillén decide domar su memoria, domar el territorio donde creción,
así como antes domó su estudio haciendo “ruido blanco”, ahora ejecuta un frottage sobre un terreno/barranco
(victima de los impropios actos de reurbanización del territorio insular) y lo
resigna, lo re-cartografía, lo hace grafía redibujada de sí mismo.
Como
si aplicara el dibujo como una conductual terapia de choque, Guillén ha
mezclado la capacidad de desahogo del arte con su capacidad de construirse como
un saber de corte antropológico, un estado paralizando en el tiempo como inscripción,
escritura gráfica de un tiempo histórico, efímero… como todos los instantes
concatenados que se ensamblan en el concepto tiempo, pero temporalmente
definitorio como cosa que ahí queda. Como huella que ahora fija la memoria
antes de que desaparezca. Arte como cosa que ahí está delante de nosotros para
recordarnos el paso implacable del tiempo.
Algo
que queda flotando en el aire delante de sus nuevos dibujos sobre papel
fotográfico, en los cuales el soporte absorbe el gesto y lo deshace mientras lo
grafica. Es decir, la mancha se hace con el sombreado velado del soporte mismo,
pues en vez de entintar el artista ha destintado (con lejías, agua corriente,
fijadores y paralizantes) las mezclas fotosensibles de la Plata sobre Gelatina.
Es un proceso invertido, en el que se vela y mancha química y lumínicamente
como en los primeros experimentos fotográficos de la Vanguardia Histórica, pero
en cambio, esto es puro dibujo, puro mancha, pura carnalidad graficada.
Vista de sala de la serie Still Life, 2018 y Mapa 2, 2018
Una
vez más invirtiendo la lógica del devenir, desaprendiendo lo aprendido.
En un
camino de aprendizaje poroso, multidireccional.
De lo
corporal expansivo, a lo emocional doméstico, a lo social… residual.
De lo
gritón, a lo sublime del gemido al lapsus de un suspiro.
Una
doma mutua plagada de sutilezas, riquísima en detalles, en pequeños gestos.
Ligeros tocamientos y roces.
Una
doma que adiestra la mente, no el cuerpo; el cuerpo es el mediador que aquí
deja su registro, su huella dibujada, fosilizada a través del grafito y la
tinta.
Una
doma recíproca, dual, en varias direcciones, que está mucho más cercana a la
irreverencia textual de los Artoons
de Pablo Helguera o las pinturas cartelística de Christopher Woolf, cuando se
trata de su tendencia textualizadora, o mucho más próximo al boricua-sevillano
José Lerma y sus experimentaciones pictórico-dibujísticas, o Eddie Martínez y
su explosivo y corrosivo determinismo gráfico, cuando se trata de su estilo
dibujístico.
Primero
doma el papel, la tinta, el lenguaje del dibujo, luego el campus, el sistema del arte, el mercado, la institucionalización de
su carrera y su profesionalización; más tarde, se doma a sí mismo, crece, se
concentra y finaliza domándonos a nosotros. Doma nuestras conciencias domando
nuestra mirada.
La
hace íntima.
Un proceso
de enclaustramiento, redención interior y simplificación del modus operandi que nos recuerda que cualquiera puede necesitar una cueva,
un terruño, una nación marsupial de la que colgar, una gruta a donde guarecernos
para refugiarnos de la metralla de nuestro propio infierno, elegido o
accidental.
Una
frágil elección -la de auto/domesticarse- que por trágico-cómica que es, se
hace drama real. Aún cuando su grafía simule ser ancestral o prehistórica, se
hace contemporáneamente real por su naturalidad, su animalidad, su razón
instintiva. Quizás… demasiado real, grotescamente realista.
A pesar de cuanto pueda
engañarnos su escurridiza apariencia a-figural.
De un obsceno realismo sucio, perturbador e inquietante, como todo arte que se
precie de pertenecer -con algo de fidelidad- a este decadente, nauseabundo y
enrarecido tiempo.
Este miserable tiempo
nuestro.
“¿Quién
se atreverá a amar limpio?
Yo creo
que esa es la solución
De ser feliz,
de ser leal, de ser real.
Quien te
dijo que eras diseñado
Solo para
mentir, te mintió. […]
¿Qué
gimnasio puede poner fuerte
La
debilidad de tu interior? […]
Los
hombres modernos, cultivan la mentira
Por eso
la vida, se está enterrando…”
Danay Suárez
Preguntas
Vista de sala de la pieza Graf for a dance, 2014
a Lourdes, la danza del viento
que empuja tu mano
a Alejandro, Alberto y a Pablo
quienes responden a quien pregunta por ti
Las Palmas de Gran Canaria, España.
Otoño de 2017.
Publicación Paco Guillén, doma_, Otoño 2018.
Diseño: Gregorio Viera, Imprime: Gráficas Anel.
Produce: Centro de Arte La Regenta,
LPGC, Gobierno de Canarias.
[1] En el archipiélago
canario de donde es oriundo, nació en Las Palmas de Gran Canaria en el año
1974, donde ha expuesto en reiteradas ocasiones a lo largo de más de una década,
memorables son sus muestras individuales Ruido
en Blanco en el CAAM (2012) o Blanco
Roto en el TEA (2013), en España, gracias a sus participaciones en eventos
colectivos y en individuales, entre los que destaca la Feria de Estampa2013, en
el que fue ganador del Premio de la Comunidad de Madrid, e internacionalmente
con anterioridad por su participación en la Bienal
de La Habana (2009) y la Bienal de
Dakar (2010), entre otros.
[2] Y aquí “lo mínimo” se
convierte en un elemento significativo en el trabajo de Paco, porque debemos
entender que el artista escoge concienzudamente -desde cierta militancia
radical- el dibujo como supuesto “arte menor” para hacerse valer ante la
grandilocuencia de la pintura y la macro-instalación demodé.
[3] Pero debemos de aclarar
que este “deje neo-expresionista” nada tiene que ver con sus antecesores norteamericanos
de las décadas pasadas, hablo de Schnabel o Basquiat; ni mucho menos con el
mediático trending, soso e
insustancial del Formalismo Zombie de
un Oscar Murillo o Christian De la Rosa.
[4] Muestras como Pequeñas perversiones (2007) en su
galería grancanaria Saro León, Ni todo
para el alma ni todo para el cuerpo (2009), en su galería Nuble (actual
José de la Fuente) de Santander, España, o sus participaciones muralísticas en 8.1, Distorciones, naderías y relatos en
el CAAM, de Las Palmas de Gran Canaria, la Bienal
de La Habana (2009) Merry Melodies ( y
otras 13 maneras de entender el dibujo), en el DA2 de Salamanca y la Bienal
de Dakar (2010), desvelan esta contestataria sintomatología rebelde. Obra
en la que el artista experimentó diversos cambios, de escala sobre todo, y de
soportes, fundamentalmente cuando añade la videoanimación –hecha a mano con
toda la condición masoquista onanista que implica- a su propuesta artística.
[5] Exhibición ocurrida en
el CAAM, en las Palmas de Gran Canaria, España en otoño del 2012-2013.
[6] Exposiciones como Fine della Fiesta de su galería Riccardo
Constantini Arte Contemporaneo de Turín o Asuntos
Domésticos (Ensayo / Error) y Prácticas
desafinadas de su galería santanderina José de La Fuente, ambas del año
2015, grafican perfectamente esta procesual etapa de poetización. Donde obras
como Vibratto, ese eco expandido en
el trazo de un entintado o Fin de fiesta
y su verbenero montaje espacial o Graf of
Dance y su despliegue de abstracción narrativa, como resultado de un
registro danzario (2015), así lo grafican.
[7] El quiebre -en este
sentido- lo marca la obra Octubre (…sin
ti), 2014, donde el artista claramente desvelas sus emociones sobre una
ausencia. Algo radicalmente nuevo en su quehacer.
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