martes, 19 de agosto de 2008

distancia y cercanía

a ti
que adornas con tus curvas
toda delincuencia reprimida
cuando intento raptarte




ya casi sin aliento
en el derrumbe de preguntas
que es cada fracaso
solo vuelvo a sentir
-ese leve temblor
que ... a veces
se nos torna la vida-
cuando tus manos
rozan
mi mejilla.





oleaje y desolación
hacen del arrecife
el finísimo polvo
que en mi reloj de piel
se escurre...
-lentamente-
con esa parcimonia
con la que un estadista
cuantifica el dolor
como si fuese un verosímil
desdibujo
que (en su deshielo)
va trazando una marca
inmensurable.




anulado el disfraz
y el simulacro
hilándome
el peso de los días
sorbo
de esta soledad
su mórbida morfina
y amordazo con ella
cada penuria o resquemor
[adentro acomodado]
en un intento de silenciar
cada alarido
cada mínimo gesto de vergüenza
o rebeldía mediocre
que se inventa un perdón
como sombrero

como quien reconoce
la rotundez del tiempo
en toda sumatoria
de nuestras necedades
porque quizás allí...
en el desierto de la equivocación
hallemos
la escuálida flaqueza
de:
¿qué somos?





consumidor de un oropel
que me fabrico
con burbujas dotadas de esperanza
elijo disentir
como mi dogma
con la fe
de quien construye
-paso a paso-
la cuerda del ahorcado
de su espejo.




aurático
-aún
aurático-
no le permito
a mi alma
congelarse
en el rol de los cobardes.




como en todo personaje mitológico
de nuestra modernidad:
hay en la adrenalina del suicida
cierta notoriedad
hinchada de valor...

[falsío]




de la saliva -agridulce-
que dios puso en sus manos
para moldear tu cuerpo...
todavía se pueden percibir
brevísimos vestigios
que la palabra no conoce
y no puede acuñar
pero que en ti dormitan...

como misterios innombrables
que te adornan.




madrid, españa
primavera del 2005

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