martes, 6 de marzo de 2012
UNA MUJER SÍ PUEDE SER UNA ISLA… DESDE EL SILENCIO (Karina Beltrán y sus escenarios, constelaciones y polaroids)
© Karina Beltrán, De la serie: escenarios, 2011-2012
Fotografía color sobre soporte publicitario
Las Palmas de Gran Canaria, España
Cortesía de la artista y el CAAM
Foto: © Tino Armas, 2012.
a Clara
a Leo, Pipo y Alex
y a Félix González-Torres,
ese ausente que está silencioso, tras de ti
1.-
Cuando se escribe o se verbaliza oralmente cualquier reflexión sobre el siglo XX, con cierta naturalidad -algo precipitada- se cae en el tópico de tildarlo como el “Siglo de la Imagen”. Argumento que se levanta sobre la sólida primicia de la masificación de la Fotografía como sistema re-productor de imágenes y por la proliferación de los medios masivos de información, y su amplio abanico desproporcionado de generación de imaginarios infinitos.
En cambio, justamente por esta última anotación, me resulta más interesante pensar el siglo pasado como el “Siglo de los Imaginarios.”
Hagamos una pausa:
Un imaginario es un universo construido entorno a un conjunto de imágenes encadenadas -arbitraria o coherentemente- por hilos conductores de una ficción narrativa o un relato testimonial.
Lo cual nos coloca frente a un corpus de imágenes.
Un entidad narrativa mucho más fractal -hermenéuticamente hablando- que una imagen sola.
Aún cuando “una sola imagen -según dice el refrán- vale más que mil palabras”; prefiero un imaginario.
Imagino, nunca mejor dicho, que porque creo que posiblemente ese refrán haya sido inventado por un publicista o un foto-reportero, jamás por un escritor supongo; porque pensándolo bien, tengo mis dudas.
Mil palabras son casi o aproximadamente tres folios en A4, a doble espacio y en cualquier tipografía contemporánea a un puntaje de 12; con lo cual, es mucho espacio narrativo, reflexivo o escritural como para desde él ser lo suficientemente poderosos como para expresar, narrar o decir, hasta lo que no se espera.
Pero mejor, volvamos al imaginario.
2.-
Los imaginarios actuales (no solo los del mundo del Arte) están siendo generados en un tiempo como este nuevo milenio en el que las polarizaciones y radicalizaciones o fundamentalismos están tan en boga. Un tiempo en el cual el arte no podía escapar de este proceso de distorsión bi-polar de la realidad en la que convive.
En el cada día más binario campo del arte de nuestros días, los hemisferios (y/o polos escolásticos) que se disputan el protagonismo están bien definidos.
Por un lado, encontramos el “hemisferio/polo especular” (léase el formalista), aquel que especula con las formas como herramienta fundamental de investigación e igualmente como herramienta por excelencia de seducción. De él, nace ese arte extremadamente espectacular del que tenemos cierto hartazgo, pues desnutre la sustancia reflexiva del arte convirtiéndolo en “algo” extraño, ajeno a la realidad excesivamente endogámico, cercano más al ocio y a la mercadotecnia que al bien cultural enriquecedor que debería ser. Un signo “descafeinado” de nuestra cultura visual que ha sido impregnada de una prefabricada sofisticación light (ligerísima) de los sabores de la experiencia artística, como si la cultura del látex y el plástico sintético hubiesen invadido nuestros imaginarios más imperantes.
Por otro lado, está claro, diametralmente opuesto el “hemisferio/polo conceptual” (léase el didáctico narrativo), aquel que tras las enseñanzas de Duchamp, el Movimiento Fluxus, o los Situacionistas [por sólo nombrar a algunos pioneros], tomó posesión de las diatribas más radicales de la experimentación intralingüísitca del Arte como sistema, cuestionando su integridad constitutiva y su solidez material, trasladando el protagonismo de sus investigaciones de lo formal hacia lo discursivo.
Un sendero que desdeña -en apariencias- los formalismos más seductores, los más coloristas, los más fenomenológicos, o los más epidérmicos y retinianos, para imbuirse en un estado sacramental de solemnidad militante, algo intransigente y rebelde, a la vez de iconoclasta y dogmático donde el culto al dogma de la IDEA (así en mayúscula), desplazó el circense complaciente sentido burgués del edulcoramiento y el carnaval, por la crítica más feroz de carácter socio-política, bajo el pretexto de “acercar el Arte la vida, y viceversa”.
Un sentido programático que a fin de cuenta llegó al mismo punto de descrédito y escolasticismo ideo-estético, en su sentido más militante e intolerante (en apariencias) con el exceso del formalismo (a pesar de que no haya nada más formal que el propio lenguaje = la palabra escrita), fundamentado en la fotografía documental (en Blanco y Negro, preferentemente) y el objetualismo del ready-made, o la verbalidad de la palabra en sí. Llegándose al mismo punto de desasosiego por el exceso y defecto de sentidos, tan circenses y ceremoniales como un funeral, o panfleteros (ambos) como un magazine rosa y/o un manifiesto sindicalista. Ambos artificiales y artificiosos. Defensores de un arte donde todo es carcajada y/o silencio y grito beligerante, donde todo es show y/o drama trágico del devenir; perdiéndose así el sentido del humor, y el sentido sensorial -real- de la experiencia del arte, sin sobredosis, más allá de los extremos.
En cambio, en medio de estos hemisferios/polos, existe un punto medial. Un arte que prefiero llamar: “meridional” [de meridiano cero], centralista, matizado, flexible, nada militante de ningún extremismo fundamentalista.
Un arte que no ha perdido su capacidad de “sentir”, de esbozarse producto de una inteligencia emocional equilibrada, capaz de crear o inventarse un imaginario a través de la construcción de una poética, un estado atmosférico sinestésico de la experiencia. Justo aprovechando las posibilidades descriptivas de las formas, mientras no traiciona la intención narrativa poetizante de su relato.
3.-
El arte realizado por algunas mujeres (feminismos aparte) tiene esa capacidad (antes mencionada) sin caer en melodramas, que le permite construirse un imaginario desde el contemplativo y susurrante estado sapiente del silencio.
Karina Beltrán, esta artista canaria, nacida en Tenerife, residente en Madrid, visitante de Las Palmas, Lanzarote, La Graciosa, y viajera del mundo, es una de esas creadoras mujeres que bien grafica esta idea pragmática meridional de la observación creadora del arte, de ese mirar que se distancia, se acerca, reflexiona y siente… mientras rastrea y registra su mirada.
Con una evolución que traza una elipsis de la pintura y el dibujo o la acuarela a la fotografía -casi siempre, concebida última como un proceso instalativo, espaciado en el recinto expositivo como Foto-Instalación serial, que no se erige como imagen única sino como constructo global de un micro-relato, es decir: un imaginario-; y de la fotografía al dibujo …nuevamente, Karina ha logrado en el transcurso de cerca de una década articular una obra que pulula sobre los imaginarios femeninos de la memoria.
Los imaginarios de una mujer viajera que ha desplazado su vida de isla en isla, de las Canarias a Gran Bretaña, de Gran Bretaña a Canarias, y de Canarias a Cuba, a las islas griegas, a Estambul, a Islandia, o New York; para luego siempre regresar. Viajes de los que Beltrán siempre registra lo que su mirada ve, lo que su mirada archiva como recuerdo, como cuaderno de bitácora de su trashumancia, su nomadismo perenne, su vagabundeo por las tierras de Europa y el Mediterráneo, siempre rodeada de mar, de salitre, de humedad. Una humedad -atmosférica- que bien podríamos decir que casi se palpa o se respira en sus imágenes como sello autoral.
Tal vez como si Karina le plantease un duelo silencioso al preciosismo obscurantista de la fotografía caravaggiesca de Ben Henson, y su erotiquísima manera de fotografiar escenas íntimas de adolescentes a oscuras; pero esta vez, desde el golpe de luz subtropical de su herencia isleña. Donde la luz abraz(s)a -en ambos sentidos de su significado: abraza de abrazo y abrasa de quemar- al espectador y al sujeto fotografiado; así como inunda los espacios interiores por los que la mirada se desliza como una criatura fisgona, curiosa, una mirada mirona de entre-líneas, entre-manos, entre-persianas, entre-ventanas, buscadora de hendijas, fisuras, grietas por donde se cuela y fuga la luz proyectando sus sombras y esbozos cromáticos sobre cada escena, escenario o rincón que la artista hace huella, dato memorístico de lo que su ojo capta.
Una presencia atmosférica que también hallamos en sus obras dibujísticas o en sus acuarelas, siempre en escorzos, en verticales líneas escapadizas que huyen de la frontalidad y escogen el fragmento, el sesgo, el delictivo hecho de quien roba un trozo de realidad que no le corresponde (¿o sí?).
Y ahí… en esa fragmentación [editorial podría decirse] de la mirada que la caracteriza como mujer que se fabrica un imaginario de sus sentidos, es en donde hallo la presencia inmutable y silenciosa de Féliz González-Torres; ya que ambos creadores tienen el don de la elegancia y la sutileza de la poética más cercana a la delicadeza de la maestría escritural del haikú japonés, y lejana de la grandilocuencia novelesca occidental.
Como si ambos, llegaran a ese punto cero [meridional] que sólo logra el amor. Pero no cualquier amor, sino el amor ciego, el amor deslumbrante por aquello que se ama, una isla, una flor, un mar de fondo, una ciudad, una almohada, una cama, una sombra.
Las Palmas de Gran Canaria, España
Enero, 2012.
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