TIBIO o TEMPLADO (NI FRÍO NI CALIENTE)
notas sobre la obra reciente de Flavio
Garciandía
Imagen de Sala Mai36 Galerie, Zurich, Primavera 2019
Toda la amplia
obra del artista cubano-mexicano Flavio Garciandía, se posesiona en un diálogo
con la Historia del Arte y la Cultura desde una mirada personal.
La mirada de un cubano, nacido en Cabairién en el año 1954, cinco antes de la Revolución, luego residente en La Habana en sus años de estudio y en sus tempranos años de profesión donde desempeño además una fuerte labor como docente en el Instituto Superior de Arte del que llegó a ser decano de Bellas Artes, para más tarde trasladarse a Monterrey, México, a inicios de los noventa, y actualmente residir en Ciudad de México. Una mirada que desde siempre se caracteriza por venir acompañada de una destreza resolutiva apabullante, inquietante, imponente.
Y ese diálogo con la Historia del Arte y la Cultura que le rodea lo establece -también desde siempre- de manera desenfadada, cargado de un gran sentido del humor, de ironía, de sarcasmo, donde sexualidad, sensualidad, sapiencia del buen hacer y el mal hacer del arte, se contraponen con la Cultura Occidental Dominante, como leve resistencia. La indómita resistencia de quien admira y conoce, pero se reconoce diferente al canon occidental, o más específicamente al canon occidental moderno, el cual desde una actitud evidentemente post-moderna es puesto en jaque así por el choteo, la burla, la risa inteligente de un hombre del trópico. Culto y diestro, pero gozador a la enésima potencia.
La mirada de un cubano, nacido en Cabairién en el año 1954, cinco antes de la Revolución, luego residente en La Habana en sus años de estudio y en sus tempranos años de profesión donde desempeño además una fuerte labor como docente en el Instituto Superior de Arte del que llegó a ser decano de Bellas Artes, para más tarde trasladarse a Monterrey, México, a inicios de los noventa, y actualmente residir en Ciudad de México. Una mirada que desde siempre se caracteriza por venir acompañada de una destreza resolutiva apabullante, inquietante, imponente.
Y ese diálogo con la Historia del Arte y la Cultura que le rodea lo establece -también desde siempre- de manera desenfadada, cargado de un gran sentido del humor, de ironía, de sarcasmo, donde sexualidad, sensualidad, sapiencia del buen hacer y el mal hacer del arte, se contraponen con la Cultura Occidental Dominante, como leve resistencia. La indómita resistencia de quien admira y conoce, pero se reconoce diferente al canon occidental, o más específicamente al canon occidental moderno, el cual desde una actitud evidentemente post-moderna es puesto en jaque así por el choteo, la burla, la risa inteligente de un hombre del trópico. Culto y diestro, pero gozador a la enésima potencia.
Desde
esta perspectiva, si hacemos un seguimiento de su trabajo, podemos apreciar que
desde hace más de dos décadas su paleta de colores ha dado un giro de lo
telúrico -o terroso tropical- que continuaba su línea de homenaje y apropiación
del camino abierto por el Grupo de los Pintores
Abstractos Cubanos de la Pre-Revolución, hacia una temperatura de color que
podríamos definir como más corporal, casi carnal.
Un
cambio de tono, que puede que venga sujeto a la primicia de que huellas
figurativas del cuerpo se manifiesten, se hacen esbozos, líneas escurridizas
que unifican la obra de Garciandía con su quehacer de décadas anteriores,
incluso, al inicio de su ciclo de su llamada Nueva Abstracción Tropical
que históricamente nace posterior a la premonitoria Visita del Museo Tropical de inicios y mediados de la década de los
noventa.
Pedro Cabrita Reis y Flavio Garciandia descansando en el proceso de montaje
de sus muestras paralelas en Mai36 Galerie, Zurich, Primavera, 2019
En esta última década Flavio nos
ha regalado un proceso de radicalización extrema de valentía pictórica, un
proceso de destilación y maduración indiscutible, como si fuésemos testigos de
un despojamiento de todo complejo histórico ante la pintura en sí, y ante sí
mismo por parte del artista. Ahora -formalmente- ya no homenajea nadie, a pesar
de que verbalmente, en sus titulaciones, sí lo hace. Esas verbalidades que
hacen de su Abstracción un territorio narrativo, cargado de sarcástica
imaginación e inteligencia crítica.
Ahora su pintura de Flavio trata.
Ahora éste es un Flavio en su estado más puro, sólo que no es puro sino pura
impureza, promiscuidad, delicada y gozosa bacanal de los sentidos, divertimento
estético, libertad personal llevada al extremo.
Si bien a inicios del milenio,
Flavio desarrolló un trabajo apologético de la Abstracción Cubana Pre-Revolución (sobre todo al Grupo de los Once), el cual nos regaló
una paleta terrosa, cálida, agria, para nada plasticosa, sino lo contrario,
telúricamente sucia, donde Garciandía todavía rendía cuentas en su posición
ante la Historia del Arte Cubano frente al paradigma artístico americano y
europeo; a continuación su gama cromática y su metodología artística dio dos
giros radicales que lo han llevado a donde ahora se encuentra. Uno hacia la
electrizante paleta industrial acrílica Post-Auge
y Decadencia del Arte Cubano, su pieza cúspide en el este sentido del
milenio en el que pone en duda la capacidad del propio arte de hablar de sí
mismo, cuestionando las lindes de discurso, discursividad y la experiencia
estética del arte como cosa en si, performatizándola, haciéndola efímera, mero
documento, casi anécdota; y otro, hacia la gama rosácea, traslúcida, ex–acuosa,
insistente en dejar la huella de que el agua (o cualquier fluido) estuvo allí, que
ahora nos toca.
Cecilia, 2018
Mixta sobre tela
Cortesía Mai36 Galerie
Esta última la visualizo como el
proceso de destilación de un rozamiento. Y digo, rozamiento, caricia, leve
pellizco, por su apastelamiento, su tono apagado, cárnico. Infraleve casi, diría algún devoto de Duchamp o de Paz y su Apariencia desnuda. He aquí la desnudez
en un close-up extremo, un
acercamiento microscópico, donde toda estructura de la carne se hace célula, líquido,
agua, sudor, saliva, semen, hilillos sanguinolentos de algún coagulo roto,
orina, detritus escatológico. Registro casi científico de una existencia.
Flavio después de su obra más performática, en la que hablaba de los otros y
sus ausencias, sus filias y fobias, se ha vuelto un artista que sólo en torno a
sus obsesiones indaga. Muchas de ellas acompañadas en susurro de sus
admiraciones y sus detracciones, pero donde el elemento cuerpo, sus medidas, su
carnalidad y su temporalidad, consciente de que todo cuerpo es un estado
temporal que se oxida, se deteriora, se erosiona, se transforma, son el medio
para que fluyan. Así como fluye la pintura y la tinta sobre la tela y el papel.
Obras éstas donde el dibujo
-antes escondido como trama oculta, fantasmal estructura interna- comienza a
reinventar las actuales subtramas de nuestro subconsciente tropical, nuestra
libidinosa imaginación y nuestra memoria, para ahí quedarnos pasmados,
saturados de sutilezas. Erizados como cuando una voz sensual te susurra al
oído. Y cierras los ojos, para poder ver mejor.
Un giro que si bien es cierto
lo distancia de sus deudores paradigmáticos, lo conecta mucho más a tono con el
quehacer de artistas mujeres cercanas a su generación como la norteamericana
Amy Sillman o la alemana-holandesa Charlie von Heyl, con quienes comparte el
amor al dibujo y a las posibilidades de la pintura expandida, ese gesto
instalativo e invasor que practica desde mediados de la década de los ochenta,
y que a día de hoy desarrolla en la naturaleza de manera burlona en esos
diálogos desafiantes de Flavio con Sol Lewitt, en los que Garciandía termina
carnalizándolo, haciéndolo otro lugar, mapa para los ojos, nueva frontera del
sabor y el saber, otra manera de comprender y hacer la pintura radicalmente
diferente a la noción de hacer arte de uno de los padres
del minimal art y tocayo del astro
rey. Donde aún La última erección
de Cy Twombly (2018), está cargada de sutilezas, y decadentes
dorados. Donde ese supuesto afeminamiento destrona todo vestigio de Macho Alfa
para hacerlo Omega, un viajero lesbiano, como él mismo se proclama.
Adorador de todo lo
doméstico, todo lo domesticado que achica su acervo a veloz representación
chuchigueresca de un pene, un esfinter, una vulva, un clítoris, un par de
labios, un erotismo chinesco, neobarroco, burletero, con ese tono café con
leche de quien le importa poco las modas y los modismos de los usos del color,
a tal punto que permite desbloquear los metálicos del dorado y el plata pero no
para exaltar lo divino o lo industrial (la nueva divinidad) sino para despistarnos,
para obligarnos a cercarnos, porque solo de cerca se siente lo que su arte es,
jugando con nosotros llevándonos a donde le da su real gana, porque sabe que ya
está en casa, un lugar donde libremente anda desnudo, finalmente libre,
despojado de todo apego disfrutando de su runrún, su propia retahíla, su
arrítmica rumba calladita, en voz baja. Una rumba post-coital. Relajadita.
Esa música que sólo los que saben
demasiado pueden interpretar. La música de los irreverentes. La música -casi
muda- de los grandes maestros. Otra clase magistral. Un arte mayor en clave
menor, que puede que Flavio Garciandía haga sólo para artistas o solo para
algunos pocos entendidos. Solo para él y para el arte mismo. Y los que no la
sepan ver, quizás no se lo merezcan. O todavía no, quizás mañana.
Imagen de Sala Mai36 Galerie, Zurich, Primavera 2019
Invierno
de 2019.
Las
Palmas de Gran Canaria, España / Ciudad de México
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