un
breve susurro… desde dentro (un acercamiento al método RC)
Vista de sala de la instalación "ahora o nunca", 2019, Raúl Cordero
al inicio de su muestra Arte para la mente distraída
en el Museo Nacional Palacio de Bellas Artes de La Habana, Cuba.
El arte de Raúl
Cordero se estructura desde un modelo analítico. Un modelo flexible de
expansión y contracción, dilatación y repliegue erigido sobre qué significa
hacer arte actualmente. Un dispositivo autocrítico donde las ideas y procesos
circundan las preguntas del cómo se construye el lenguaje, a cómo se convierte
en arte una imagen, un texto, un color, un fragmento de memoria. O cómo se
edifica esa memoria, o el conocimiento y el campo donde opera desde la razón y
desde lo emocional.
Desde
sus investigaciones en la imagen narrativa, la cual subvierte distrayéndola de
su significado -es decir: la disloca-
a partir de la yuxtaposición de ilegibles textos, geométricas plantillas, añadiduras
volumétricas resinosas y otras distracciones conceptuales y formales -como las
franjas de la pantalla y su planimetría que todo lo aplana- que usa para
re-significarlas, cambiarles el sentido.
Un
modelo políglota y rizomático, transversal, casi quirúrgico.
En
sus obras pictóricas más recientes, The
Binnacles Paintings Series, Cordero
hace de ese modelo oculto como estructura interna el relato en sí desde donde
se coloca, es decir, lo hace obvio. Exhibiéndolo como resultado de sus
investigaciones. Por ello, lo que antes era pregunta incómoda o sarcástica
duda, ahora es afirmación, sentencia tácita, clarividente; lo que antes era una
capa yuxtapuesta, un remix de sustratos, ahora es la materia pictórica misma,
nacida de la observación y su representación molecular.
Vista de sala de la muestra Arte para la mente distraída
de Raúl Cordero, Binnacles Paintings Series, 2019
Museo Nacional Palacio de Bellas Artes de La Habana, Cuba
Así,
lo oculto se descubre y descubre para nosotros el entramado de su naturaleza,
donde sentido y conceptualización se equilibran. En un espacio de saber
poético, sensual e inteligente, estéticamente seductor y espejeante,
post-tecnológico y post-industrial, pero… “hecho a mano”. Un lugar donde el
conocimiento fluye, no se detiene, a no ser que nos detengamos nosotros a
observarlo, a vivirlo mientras lo comprendemos, mientras lo disfrutamos…
degustándolo con la mirada.
Siendo
un arte que deja de preguntarnos, porque puede que haya encontrado algunas
respuestas. Las respuestas que la ciencia cuántica le aporta, o las que le
regala el arte como “ejercicio modelo” de auto-reconocimiento, de regocijo
lúdico, de placer inaudito.
Una
experiencia de la que Raúl no puede evitar, dejarnos un registro, en un cuaderno de bitácora que como arte se
cosifica en carteles de luces con textos que invitan a reflexionar de manera
relajada, meditada, o en pinturas planísimas donde la superficie se hace la
profundidad de nuestros días. Quizás, porque Cordero conozca lo que nos digo
Paul Valery; en aquella idea que nos ronda todavía… “lo más profundo es la
piel”.
Como
diciéndonos, en voz muy baja, susurrada… sólo lo que nos toca nos afecta, y
viceversa.
En
una engañosa invitación a entrar que el buen arte siempre nos ofrece, y ahí
adentro, nos captura, nos subyuga. Nos hace suyo. Como nos atrapa el veloz
guepardo cuando logramos ver sus manchas de camuflaje en el paisaje. Atrapados
por su letal e inteligente belleza.
LPGC, España
Febrero, 2019.
UNA
BANDERA FRACTAL (una nota sobre una obra de RC)
Cuando Raúl
Cordero realiza un tríptico (curiosa afinidad hacia la estructura de lo divino,
como si usara “palabras mayores”) en el cual despliega un arquetipo de nueva
bandera propia, re-escribe su historia simbólicamente como espejo en el que nos
miramos. Pero ese mirar es un diálogo, una confrontación pacífica, culterana,
inteligente y emocional. Estos son los tres colores más usados para las
banderas globalmente, los colores de un histórico vínculo imperial, colonial,
post-colonial y decolonial, donde legados como el británico, el estadounidense,
el francés, el cubano, el puertorriqueño o el ruso se entremezclan, se diluyen
promiscuamente. Quizás porque Cordero comprende a la perfección que estamos en
otro tiempo sin banderas ni estados naciones, donde los avances de la física
cuántica y la genética nos han demostrado que todos somos polvo de la misma
materia, la misma luz, la misma sangre, hijos de la misma estrella,
multiplicada. Pero esta hegemonía igualitaria, Raúl la subvierte cuando coloca
en el eje central de su tríptico un difuminado recuerdo de su obra favorita de
la Historia del Arte, el famoso paisaje de Hobberma que tanto ha re-pintado de
múltiples maneras, aquel paisaje exótico “pintado de a oídas” por un maestro
flamenco cuando se fraguaban las bases de los nexos que hoy día todavía nos
mueven y nos atan en Occidente; pero al situar al arte como centro de su
bandera, el artista nos regala un nuevo símbolo, donde el arte es el que media,
siendo lo único que es capaz de romper todos los símbolos anteriores, todas las
banderas, aún cuando todo sea personal, íntimo, privado… ahora que los tiempos
nos lo recuerdan cada día que somos amalgamada masa, metadato, público,
audiencia. Ahora que las banderas se entretejen entre ellas. He aquí la suya.
Todo símbolo es un espejo, evidentemente un espejo simbólico pero lo es.
Mirémonos en él, cuando en ese mirar nos auto-reconocemos, esa verdad nos
atraviesa. Y nos hace libres, incluso de la necesidad de espejo alguno.
LPGC,
España
Otoño
de 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario